Charlatanes y científicos
El conocimiento científico es modesto y provisional, se construye a partir de cautelas, se basa en razonamientos que implican datos y pruebas experimentales, está expuesto a la contrastación y a ser desmentido por nuevas pruebas. Nada más alejado de la verdad o del saber absoluto, de la creencia, la intuición o la ideología. En sí mismo, el conocimiento científico es abierto y perecedero, carece de otra connotación moral que no sea la bondad intrínseca del saber frente a la ignorancia. Es el uso social, la aplicación que de ese saber hacen los grupos humanos lo que puede merecer juicios o valoraciones éticas. El descubrimiento de la radiactividad no es bueno ni malo en sí mismo, pero puede aplicarse para producir energía, curar o destruir. La ciencia representa una forma de conocimiento que es consecuencia de la capacidad humana de conocer y de las cautelas que se derivan de una forma de conocimiento que desconfía de la simple especulación, abomina de la creencia como forma de conocimiento y busca caminar paso a paso, consciente de su provisionalidad.
Pero alrededor de la ciencia han surgido en todos los tiempos charlatanes que, amparados en la vestimenta de su lenguaje, han buscado obtener provecho político, ideológico o económico. Al fin y al cabo vienen a ser lo mismo. La historia está plagada de ejemplos. Magnetizadores, pícaros que en tiempos de epidemia se aprovechaban del miedo para prometer remedios milagrosos, charlatanes que recurrían al sacrifico o la oración para aplacar las plagas. El darwinismo social fue aprovechado por los colonizadores occidentales para justificar el sometimiento de los indígenas marcados por su inferioridad racial e intelectual; sirvió a Hitler para exterminar judíos y a otros para promover estrategias de higiene social que incluían la esterilización, mientras el estalinismo y las dictaduras de toda índole llenaban los asilos mentales de disidentes. Las ideologías totalitarias han hecho siempre un uso perverso de la ciencia para cercenar la libertad, lo estamos viendo en los últimos tiempos cuando se recurre a argumentos falaces para desacreditar el darwinismo con la doctrina del diseño inteligente o el uso del condón como medio de prevención de enfermedades de transmisión sexual afirmando que los microbios son más pequeños que los espermatozoides.
La ciencia experimental es capaz de explicar el desarrollo embrionario, la formación ordenada de un ser vivo, y la tecnociencia permite no solo conocer ese proceso sino intervenir en las condiciones de su formación. Lo que no corresponde, de ninguna manera, al criterio científico es determinar el momento en que un embrión recibe la condición de individuo de su especie. Éste es un matiz malévolo en el que se manipula la ciencia con fines ideológicos. Queda absolutamente al margen de lo científico el determinar el momento en el que un embrión en formación alcanza la condición humana. Esa es una cuestión ajena a la ciencia, que más bien tiene que ver con la legalidad, la cultura, o la ideología. Hay culturas en las que la mortalidad neonatal es tan elevada que el recién nacido no es identificado como humano ni siquiera después de nacer y solo recibe un nombre -es decir, una identidad- cuando ya ha transcurrido un tiempo suficiente para garantizar su supervivencia. El conocimiento científico puede explicar los mecanismos de los procesos vivos, sus causas, su secuencia; pero no puede afirmar o negar si esas características confieren al embrión la condición de ser humano. La condición humana no viene determinada por lo biológico, ni en las sociedades occidentales por la posesión de un alma, sino por el reconocimiento de unos derechos.
Ante la descarada manipulación del conocimiento científico que últimamente está exhibiendo la jerarquía eclesiástica en nuestro país, un amplio colectivo que ya asciende a varios centenares de científicos españoles ha elaborado un manifiesto en el que se denuncia "el reiterado uso del término científico para referirse a opiniones sobre las que ni la genética, ni la biología celular ni la embriología tienen argumentos decisorios". El manifiesto, que he suscrito, se publicará en breve y en él se denuncia el uso ideológico de la ciencia y su legitimidad con argumentos engañosos y falaces que buscan confundir a la ciudadanía, contaminando problemas sociales con argumentos a los que la ciencia no puede ni otorgar ni restar justificación. Esa es su limitación y al mismo tiempo su grandeza, frente al saber absoluto y manipulador de toda suerte de charlatanes.
Josep L. Barona es catedrático de Historia de la Medicina de la Universitat de València.
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