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Columna
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El séptimo sol

Los músicos -entes gaseosos de lenguaje misterioso- suelen utilizar un código escrito para comunicarse basado en la nomenclatura anglosajona de las notas. Resulta un poco engorroso escribir do, re, mi, fa o sol y es más práctico utilizar C, D, E, F o G en su lugar. Es esta última nota, G, la que resplandece más que el sol que representa cuando se le añade una séptima, esto es, cuando al acorde de sol mayor se le añade un fa. De forma abreviada este acorde se escribe G7 y automáticamente salta un resorte y nos asalta una pregunta: ¿se referirá el arreglista de la partitura en cuestión al grupo de los siete países más poderosos del mundo? Puede que sea una coincidencia y puede que no. Ya la casualidad rodeó a la Quinta Sinfonía de Beethoven: las cuatro primeras notas (tres breves y una larga, o sea, ta-ta-ta-chán) son clavaditas a los tres puntos y una línea que se utilizan en el código Morse para escribir la letra V, que es la misma letra que los romanos usaban para el número cinco. No vamos a caer en rimas groseras y facilonas para suponer lo que el destino dijo entre carcajadas cuando el icono musical más conocido de Occidente reunió tantas casualidades, años antes del telégrafo y siglos después de la caída del Imperio Romano. La mosca está detrás de la oreja.

En el concierto del G-20 Zapatero le pasará las páginas del atril al solista americano

En el caso del G7 que nos ocupa, resulta que ese acorde se utiliza como dominante, o sea, como el acorde que marca el camino irreversible hacia el do, la C de los anglosajones. El G7 es, efectivamente, un grupo de notas (esto en lenguaje figurado y referido a personas) que domina y lo mismo hace nuestro acorde de sol séptima. ¿Otra coincidencia? El misterio se complica cuando aparece el G20. ¿Existe tal acorde de 20 notas? En otras palabras: ¿hay 20 cantantes que se pongan de acuerdo para afinar 20 notas distintas y seguir dominando el pentagrama? En efecto: en el G-20 lo que hay es mucho cantante y, además, se llevan al presidente español para que les pase la página en el atril durante el concierto que van a dar esta semana en Londres con la voz solista de su colega americano, que se arrancará por espirituales y blues como buen afroamericano y romperá de un plumazo todas los esquemas musicales occidentales que tantos siglos costó edificar a tipos como Bach, Mozart o el propio Ludwig Van. El gospel es lo que tiene: oh, when the saints go marchin' in!

Y claro que somos unos santos. Con lo que cuesta una cumbre de este tipo nos podríamos hartar todos de asistir a conciertos en Harlem o la iglesia del Reverendo Al Green en Memphis y hasta podríamos pagarles unas clases de música a todos los cumbristas para que nos entiendan cuando les cantemos las cuarenta. Pero les dejamos hacer con la esperanza de que algún día nos canten algo agradable al oído.

Galicia no pertenece ni al G-7 ni al G-20 porque es un acorde aún más extraño: un G#7sus4 (juro que existe tal cosa), lo que viene significando "país que empieza por G y se sostiene sobre siete ciudades y sus cuatro provincias". Poco podemos aportar al concierto internacional en las actuales circunstancias, pero siempre queda de nuestra mano convocar una cumbre de países que empiecen por G (con Groenlandia, Guinea Bissau, Guatemala y Georgia, por poner unos ejemplos) y no nos van a ganar en actitud surrealista los del acorde de séptima G7. Por lo pronto ya tenemos una televisión que se llama simplemente G y eso nos garantizaría la primera presidencia de turno del grupo de los G, o sea, del GG, siglas que pronunciadas en gallego suenan como los primeros sonidos que emite un bebé y en castellano como una risita tonta. Nuestra G -nuestra televisión- también se ocupará del concierto londinense de esos aficionados que pretendieron, en un primer momento, dejar fuera a nuestro tenor de Moncloa. Es un acontecimiento importante y Galicia debe estar informada puntualmente. Hay que conocer al enemigo y saber qué repertorio ejecuta (o perpetra, según se mire). La G -que hasta tiene su punto y su contrapunto- nos va a salvar de seguir estando en el séptimo cielo y ocuparemos nuestro lugar en el séptimo sol. Aunque vivamos en el quinto pino.

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