Mentiras que esconden a Marta
Las versiones cruzadas del ex novio y el menor torpedean la investigación
-Miguel, ¿de verdad que la has tirado al río?
-Eso es lo que yo les he contado y ellos creen.
El breve diálogo entre un funcionario de prisiones perplejo y Miguel Carcaño, supuesto asesino de la joven Marta del Castillo, de 17 años, presagiaba el vuelco de un crimen que esta semana ha desvelado su cara más oscura. La última versión aclara sombras de un supuesto asesinato donde dos jóvenes de 15 y 19 años violaron y asfixiaron a una menor que ahora es buscada bajo una montaña de basuras. A pesar de los detalles escabrosos contados por Miguel y puestos en duda por la investigación, aún quedan lagunas. "Quizás estos días hayamos oído un 85% de lo que pudo ocurrir aquella noche", opinan fuentes del caso.
Miguel: "Me monté una película y la seguí porque llegué a creérmela"
"Miguel Carcaño, sirviéndose de un objeto contundente, (...) propinó un fuerte golpe a Marta del Castillo en la zona parietal izquierda, cayendo ésta al suelo en estado de inconsciencia". El primer relato del juez sobre los hechos, en el que tres amigos arrojaban a Marta al río, se volvió papel mojado el pasado lunes. Se esfumó el cenicero como presunta arma del crimen y el guión empezó a reescribirse con un actor precoz, de sólo 15 años, al que todos llaman El Cuco.
Hasta entonces, su participación parecía limitarse a ser un encubridor que, según contó, se vio abocado bajo amenaza a colaborar en la desaparición del cuerpo de Marta. Fue él quién, tras ser detenido, narró al juez el relato de los hechos que se ha dado por válido durante un mes. Una narración que el instructor llegó a calificar "de extraordinaria credibilidad". Pero los últimos acontecimientos le definen como un adolescente sorprendentemente cruel y calculador.
Muchos amigos de Marta recuerdan que, durante los 21 días transcurridos entre la desaparición y la primera confesión del asesino, El Cuco se mostró alguna vez roto por el dolor e incluso aparentó sufrir algún ataque de rabia. "Un día nos dijo muy cabreado que si alguien le había hecho algo a Marta, le daba igual quién fuera, él le mataría", contaba una amiga de la chica, días después de la detención del menor.
Trabajó como voluntario en las tareas de búsqueda, aunque a algunos les llamó la atención que tardara en unirse a ellas. La familia de la joven le telefoneó poco después de las once la primera noche de rastreo desesperado. Los padres de la chica le mostraron su preocupación y le dijeron que le estaban buscando, pero El Cuco en vez de ofrecerse a ayudar, se fue a una zona de marcha, según contó en sus declaraciones. Las batidas por la ciudad para dar con el paradero de la chica duraron toda la madrugada, pero el menor no dio señales de vida. Tampoco contó a nadie que a las 21.12, una hora a la que la policía sospecha que la chica ya estaba muerta, él le envió un SMS con el siguiente texto: "Llámame que no tengo saldo". Si la última versión narrada por Miguel es cierta, El Cuco acababa de participar en el asesinato y, probablemente, pretendía que el mensaje fuera parte de su coartada.
Todavía no pensaba que las muestras de ADN recogidas por la Policía Científica iban a revelar su papel protagonista. Miguel lo corroboró en su última versión. El asesino confeso acudió el lunes a su barrio para reconstruir ante el juez una de las escenas de la noche del crimen. Frente a una cabina cercana a su casa, el joven observó los contenedores y lo vio claro: pidió declarar de nuevo. Esa noche culpó a El Cuco de haber estrangulado a Marta, dijo que habían arrojado el cadáver a uno de esos contenedores con la ayuda de su amigo Samuel Benítez, y exculpó a su hermano mayor. El nuevo giro dejó atónito incluso al abogado de Miguel. Pero había más.
El instructor ordenó al día siguiente un careo entre el asesino confeso y El Cuco, y otro con Samuel. "El Cuco se comió a Miguel", relata uno de los presentes sobre un encuentro que resultó tenso y plagado de insultos. Pero Miguel se tomó la revancha cuando el equipo judicial decidió trasladarlo de nuevo a su domicilio para reconstruir su nueva versión. Después de cuatro horas de teatro ralentizado y, según uno de los presentes, "nada creíble", el joven informó de que quería volver a cambiar su relato.
Su última narración comenzó pasadas las 22.30. Durante dos horas, contó cómo él y El Cuco golpearon a Marta, la violaron y la estrangularon con un cable. "Todo iba muy rápido y supongo que cuando maniaté a Marta ya podíamos suponer el final", relató al juez. Después, la montaron en una silla de ruedas y, oculta con unas bolsas de basura, la arrojaron al contenedor.
Temperamental e impredecible, según sus amigos, Miguel intentó justificar su tardanza en contar lo que, según asegura ahora, pasó la noche del 24 de enero: "Me monté una película e intenté seguirla porque incluso llegué a creérmela. Tenía miedo de que se supiera la verdad. Si hoy cuento la verdad es porque mi hermano y Samuel están presos", explicó ante el juez.
Los que le conocieron en la pandilla de Marta ya habían advertido de que Miguel tenía algo de "mentiroso compulsivo". No era raro que saliera simultáneamente con varias chicas a la vez e incluso llegó a inventarse una dramática historia familiar que acababa con su madre y su hermana muertas en un accidente de tráfico.
De aspecto apocado, pero en el fondo vividor, todos le recuerdan siempre acompañado de chicas. "Le gustaban todas", recordaba una adolescente del barrio. Unas horas después de que confesara el crimen, El Cuco, que todavía no había sido detenido, definía a su amigo como "muy cerdo y chulito con las tías". "Pero con los tíos se achanta", añadió. Él, cuatro años más joven que Miguel, lo sabía y lo utilizó esta semana en el careo al que les enfrentó el juez. El menor puso al mayor contra las cuerdas y, probablemente, le avivó las ganas de venganza. Unas horas después, Miguel contaba su última versión, a la que los investigadores dan algo más de credibilidad. Pero sin perder la cautela. "¿Qué te puedes creer de un chico que nos ha dado casi seis versiones distintas?", comenta uno de ellos.
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