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OPINIÓN
Columna
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La desafección

El presidente de la Reserva Federal (Fed), Ben Bernanke, ha dicho que lo que más le ha desagradado son las continuas ayudas públicas (en total, 170.000 millones de dólares) que se han dado a AIG, la primera aseguradora del mundo. El estrambote para Bernanke habrán sido los sobresueldos de 165 millones que se han autoconcedido los altos ejecutivos de la aseguradora con los impuestos de los ciudadanos.

El desagrado del presidente de la Fed se traduce en la cólera del Congreso o en el estado de indignación permanente de los estadounidenses ante los desmanes de quienes nos han conducido a esta horrorosa (Krugman dixit) situación económica. La desafección de los ciudadanos. No se trata sólo de Madoff, de los banqueros que concedieron las hipotecas de alto riesgo y las sacaron del balance, o de aquellos otros que ahora se abrazan a la liquidez que obtienen de los bancos centrales y que no traspasan en forma de créditos a las empresas y particulares. El asunto de los monumentales sobresueldos de los ejecutivos de las empresas y bancos que han recibido ayudas del Estado se ha puesto en el frontispicio del debate público gracias a AIG. Al menos tiene algo positivo.

El desagrado de Bernanke por las ayudas y sobresueldos de AIG se traduce en desafección ciudadana

De ahí que haya dejado de ser un problema de eficiencia económica y haya devenido en un asunto político que le está costando a la Administración Obama -por su impotencia para resolverlo- los primeros retrocesos en los sondeos. Obama quiere pactar con el Congreso medidas urgentes para que ello no se vuelva a repetir (por ejemplo, imponiendo un gravamen del 100% del valor de los bonos en empresas con ayudas estatales), para que los ejecutivos beneficiados devuelvan lo recibido (a lo que algunos ya han contestado que verdes las han segado), y para que se sepa el nombre de los afortunados y sean mirados por vecinos y amigos, y el resto de los trabajadores de sus sociedades, con conocimiento de causa.

Algunos republicanos han declarado que el escándalo no son los 165 millones de sobresueldos, sino los 170.000 millones de ayudas. Pero la caída de AIG hubiera supuesto un riesgo sistémico mucho más grande; por ejemplo, cuatro veces más grande que la de Lehman Brothers. Lehman dejó en el aire derivados por valor de 400.000 millones de dólares, y si AIG hubiera quebrado, esa exposición hubiera sido de 1,6 billones de dólares, según sus propios datos.

AIG vendía derivados de créditos (los famosos CDS: credit default swap) que aseguraban a quienes los compraban, fundamentalmente bancos, de los impagos de la deuda de sus clientes. Cuando esos impagos se han hecho efectivos como consecuencia de la profundidad de la crisis, AIG ha tenido que pagar. Al no tener dinero suficiente (ha anunciado pérdidas de más de 60.000 millones de dólares el año pasado), el Estado ha tenido que subrogarse en esas ayudas a la aseguradora que, en última instancia, son ayudas a los bancos expuestos a los impagos. -

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