El alma en un cristal negro
Kowasa Gallery experimenta hoy el retrato con el viejo sistema de ambrotipos
"Ahora entiendo que los indios dijeran que así se les robaba el espíritu", dice Vicenç Boned, que por tercera vez no ha podido quedarse cuatro eternos segundos inmóvil y mirando fijamente a la cámara, aparato con trípode y caja de madera y fuelle. La imagen saldrá movida. Nada es fácil cuando se usa la técnica del colodión húmedo, rescatada de 1851 el pasado sábado en el jardín de la Kowasa Gallery de Barcelona (Mallorca, 235) y que esta mañana renace.
Una muestra de retratos en la galería (La visión del otro. La modernidad y el rostro fotografiado) ha convocado el ritual que en 1854 lanzó el norteamericano James Ambrose Cutting cuando cubrió de negro la parte posterior de un negativo de vidrio para convertirlo en una imagen positiva: el ambrotipo. El inglés Frederick Scott Archer, al haber hallado la fórmula del colodión húmedo (piroxilina más yoduro de plata), dio vida al invento hasta 1880, cuando se impondría la placa seca.
"Esto requiere una logística mínima de cuatro personas: hay que transportar las placas, emulsionarlas in situ y luego barnizarlas y, claro, ha de hacer un día radiante", enumera Martí Llorens, que desde Atelieretaguardia se propone recuperar la técnica.
Huele el jardín a hospital: el éter que se utiliza para emulsionar las placas hace que uno se gire hacia un pequeño tenderete tapado con cortinas oscuras. Es el laboratorio, réplica de los de la época y cuyo modelo la gente de Atelieretaguardia ha sacado de un manual de ambrotipos de 1857. Todo es genuino: las ópticas son de 1860 y la más moderna, de 1913. "Los diafragmas, a base de aros, los hemos hecho nosotros". Igual que una estrambótica silla que acaba en un expresionista artefacto: es un sillón de un dentista de los años veinte, al que se han incorporado dos cucharas al final del respaldo para sujetar la cabeza del fotografiado. "Se requiere mucha luz y una inmovilidad total durante los ocho segundos, o cuatro, si hay mucha suerte, de exposición". Eso explica por qué todos los fotografiados estaban sentados o apoyados entre ellos, así como la falta de escenas de acción.
"¿La tienes ya?", lanza Martí al laboratorista. Se refiere a la placa: hay que hacerla al momento (con envidiable pulso al esparcir de manera uniforme el líquido) para que no se seque. Por eso Llorens enfoca y encuadra antes: cuando el negativo llegue en su chasis de madera no puede perderse tiempo. "Silencio", pide como en el cine: hay que sacar el tapón del objetivo e impresionar la placa. "La gente no sale igual que en una foto digital: el soporte es distinto, hasta es otro blanco y negro. El proceso te acerca al fotografiado; es artesanía". Pues así se cubrieron las guerras de Crimea y de Secesión americana...
Boned, coleccionista hasta el extremo de que abrirá la Galería Tagomago en Barcelona, sólo de fotografía, de nuevo no ha quedado bien. "Se puede parpadear, pero no mover el ojo, queda raro", instruye Ricard, de Atelieretaguardia. Además, por 250 euros, más vale quedar perfecto: "Es una pieza única, un producto muy especial de vidrio sobre un proceso del XIX; un capricho", admite Llorens. Tan especial que, en ese blanco y negro de pátina desgastada y que pierde rápido el foco hacia los extremos, "a veces hasta aparecen manchas en la piel que no se detectan en la realidad". Quizá sea lo del espíritu que decían los indios.
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