"Escribir es un orgasmo continuo"
En las bacanales de estilo hollywoodiense donde la cocaína se servía en bandejas, Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947) pedía un vaso de leche. Un tipo raro aquel crítico musical español. Mucho rock, mucha melena, mucho hippismo, pero ni whisky, ni porros ni amores libres. "En España éramos hippies mentales. No fumo ni bebo", confiesa. Descartado, pues, el vino.
Al cumplir 50 se cortó el pelo. Y mucho antes había cortado con la industria musical para volcarse en la literatura, la pasión que le corroyó desde crío. Escribe con ansia febril, como si no acabara de creerse que ya llegó a pesar de haber publicado 340 títulos y haber vendido nueve millones de ejemplares.
En Las guerras de Diego (Siruela), su última novela editada, un abuelo que se parece a él relata la historia de las guerras de España a su nieto. En la dedicatoria aflora una paradoja familiar: "A mi padre, que murió sin contarme nada de su guerra. Y a mis nietas, que lo sabrán todo".
Autor de 340 obras, Sierra i Fabra luchó contra un padre pesimista y triunfó
Segundo descarte: las verduras para compartir. No come fruta ni vegetales. De niño detestaba los plátanos. De niño ya era rarito. Era pobre, tartamudo, quería ser escritor y sabía que lo sería. ¿No era eso ser rarito en la Barcelona mustia de los cincuenta?
-¿Sabes qué me decía mi padre?
-¿Qué?
-No destaques nunca en nada, baja la cabeza.
Su padre perdió a la par la guerra y la autoestima. Murió dos semanas antes de que Jordi Sierra i Fabra recibiese su primer galardón literario y mucho antes de que obtuviese el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, que el director general del Libro, Rogelio Blanco, le comunicó en 2007 así: "Dile a tu padre que lo has conseguido". El escritor lloró. Le carcome que aquel padre pesimista no asistiese al triunfo del hijo entusiasta que habitaba en sus antípodas vitales. "Escribía en todas partes, en un bordillo, en el váter; quería ser Kipling y Stevenson. Era un romántico, y eso es lo que he hecho, viajar, conocer gente y países. Soy un utópico posibilista".
Son su padre, la profesora que le tildó de "inútil" y todos los que no creyeron en él quienes parecen inspirarle los consejos que da a los jóvenes lectores que le han convertido en un fenómeno editorial: "Naces solo y mueres solo; si tú no crees en ti mismo, nadie lo hará. Todos tenemos grietas, pero cuantas más grietas tienes, peor te irá".
Llega un tercer descarte, el del postre, por iniciativa de la camarera. Sierra se remueve, interroga y confiesa su único vicio insuperable: el chocolate amargo. Pide la tarta. Cuenta que en unas semanas volverá a Madrid para entregar el premio de la Fundación Jordi Sierra i Fabra, creada para animar a los jóvenes a escribir. Divide el año en dos estaciones: la de los viajes y la de la escritura. Aunque, en puridad, siempre está escribiendo: en los aviones, en los trenes, en los restaurantes. Fermenta guiones prolijos que luego crecen rápidos como espuma. "Tengo la vida resuelta, seguiría vendiendo muchos años si dejara de escribir, pero escribir es un orgasmo continuo, moriré escribiendo, tengo mil libros en la cabeza".
-¿Y cuándo dejó de tartamudear?
-Cuando dejó de importarme.
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