Educación
La huelga en el sistema educativo catalán y la crisis en la implantación del proceso de Bolonia en la Universidad catalana son sólo dos muestras de que algo más de fondo afecta a la educación del país. No hay espacio o ámbito educativo de nuestro entorno que no se encuentre en plena ebullición. Seguramente, y con razón, es precisamente el ámbito educativo el que más queda afectado por la sensación general de cambio de época. No sabemos qué va a ser del sistema económico en el que nos creíamos firmemente asentados hace sólo unos meses. La tradicional estructura social se tambalea debido a los grandes cambios en los ciclos de vida. Se alarga hasta lo impredecible la esperanza de vida, y con ello quiebran los estereotipos que relacionaban a los mayores con conceptos como dependencia, improductividad o momento terminal. Resultan cada vez más obsoletos los hitos vitales que separaban las clásicas etapas de juventud, edad adulto y vejez. No hay quien pueda predecir qué ocurrirá con la "célula" familiar, sometida a tensiones y alteraciones sustanciales en su tamaño, composición y estabilidad. Las tradicionales vinculaciones entre educación y sistema productivo están profundamente alteradas, aunque siga siendo verdad que a más educación, más posibilidades de no quedar fuera de un sistema cada vez más precarizado e inestable. Cada vez somos más sensibles a la importancia de la educación en el futuro del país, y cada vez parece que tengamos menos recetas para enfrentarnos a esa expectativa. Si compartimos estos elementos de análisis, resulta absurdo e hipócrita sorprendernos del malestar educativo que percibimos en cada esquina.
En la Universidad catalana se viven momentos apasionantes y al mismo tiempo confusos
La Generalitat se enfrenta a esos retos con notables carencias. Para empezar, y dejando a un lado la evidente falta de medios, que no es precisamente una novedad, parte de una fragmentación de tareas y contenidos que atribuye a consejerías distintas, cuando el tema debería ser objeto de análisis y programación conjunta. El mismo Departamento de Educación ha mostrado valentía para afrontar los temas pendientes, pero su estrategia no parece muy brillante cuando lo que consigue es reducir sus potenciales alianzas (expresadas en anteriores dinámicas de pacto) y enmarañar enormemente el proceso potencial de cambio. Nadie puede discutir la honestidad de Maragall al expresar en público sus intenciones, proyectos y dudas, pero al mismo tiempo no parece que la sutileza y la preocupación por cómo pasar del papel a la realidad sean sus puntos fuertes. El Consejo Superior de Evaluación de la propia Generalitat no deja de ilustrarnos sobre los puntos fuertes y los numerosos puntos débiles del sistema en sus periódicos informes y poco a poco la consejería parece reforzar su capacidad analítica. Aunque el día a día de esa enorme gestoría que es el edificio de Via Augusta no permita ir más allá de la atención a los constantes incendios y anomalías de un sistema aún excesivamente centralizado. ¿Cómo afrontar el evidente nudo gordiano de lo que ocurre en cada aula, en cada clase? ¿Podemos recuperar el debate pedagógico de cómo enseñar hoy? No hay tiempo para saber qué se hace con la situación precaria de la educación de adultos, no hay señales claras sobre cómo resolver adecuadamente las demandas de un reciclaje flexible en un sistema rígido, que requiere tanto nuevas tecnologías como nueva presencialidad. Las losas heredadas pesan significativamente, y más cuando los dilemas en que está la educación pública del país requieren opciones fuertes y consistentes, tanto en el terreno de los valores como en el de la gestión. La huelga de hoy no va a resolver esos dilemas, pero lanza señales preocupantes, ya que la capacidad de alianza de los que sólo se oponen ha aumentado, mientras que se debilita el frente de los que estaban dispuestos a explorar vías de cambio.
En la Universidad catalana se viven momentos apasionantes y al mismo tiempo confusos. El marco normativo y político del sistema universitario español no deja de moverse. Las señales que se reciben son confusas y contradictorias. No hay nadie que pueda asegurar cuál es la ultima normativa, el último decreto, la última circular con relación a contenidos y términos en constante alteración. Mientras, falta perfil y liderazgo político y social al frente del sistema universitario catalán, precisamente cuando las universidades públicas han dado muestras de entender lo que se estaban jugando creando un marco común de reflexión y debate estratégico como es la Asociación Catalana de Universidades Públicas. No tenemos que minusvalorar este hecho sin precedentes en España. La crisis de Bolonia llega muy amplificada y distorsionada a la opinión pública catalana. Vemos imágenes muy dramáticas de enfrentamientos entre estudiantes y policías que nos recuerdan tiempos afortunadamente pasados, pero cuya realidad de fondo tiene muy poco que ver con lo que ocurría. Frente a una institucionalidad contestada y negada, no hay mensajes que recuperen los elementos positivos del cambio que representa Bolonia y que busquen mejorar y corregir las evidentes ambigüedades y debilidades del proceso que está a punto de culminarse. O que al menos lo hagan de manera que facilite establecer espacios de mejora comprensibles para una gran mayoría de estudiantes y profesores que aumentan cada día su perplejidad y desconcierto con lo que está pasando.
Apunto algunos temas que entiendo que convendría afrontar: reforzar las capacidades de decisión de aquellos que tienen más información y al mismo tiempo hacer más política de país, concretada en decisiones estratégicas y en equilibrio territorial; buscar la generación de un relato más compartido sobre país y educación, a partir de marcos amplios de debate que incorporen desde lo que ocurre en los 0 años hasta la educación de adultos y las nuevas perspectivas educativas para gente mayor; trabajar mucho más en las transiciones entre etapas educativas, ysobre todo creer en los docentes, creer en su capacidad de mejora y en su voluntad de apuntarse a la renovación.
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