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Columna
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Sant Josep

Cada vez que llegan las Fallas recuerdo una película regularcilla. Digo regularcilla porque no es más que un producto consumista, entretenido, sin pretensiones. Me refiero a Misión: imposible II, la secuela que filmó John Woo de aquella otra Misión: imposible que también protagonizara Tom Cruise. El segundo film contaba, además, con un secundario de lujo: Anthony Hopkins. ¿Recuerdan su aparición en pantalla? Al principio de la película hay una secuencia en la que participa. Se desarrolla en Sevilla, ciudad que fácilmente se presta a pintoresquismos cinematográficos y a tópicos de baratillo. Esa secuencia es voluntaria o involuntariamente cómica, no sé. El caso es que los guionistas fusionaron lo que no debían, cometiendo un híbrido simpatiquísimo o intolerable, una mixtura que provocó la protesta de los puristas y de los festeros sevillanos.

¿En qué consistía? En una mezcla de la Semana Santa con las Fallas. Estamos en Sevilla, ya digo, ¿y qué vemos? A pesar de la oscuridad distinguimos a nazarenos cantando con fervor y a falleras desfilando con garbo. No me pregunten qué hacen juntos. Hay creyentes que avanzan con parsimonia, entonando saetas en medio de la noche devota, iluminada con hachas y candelas. Llevan pasos de Cristos y Vírgenes y se les ve con exaltación y recogimiento. Hay incluso gentes ataviadas con indumentaria milagrosamente blanca y con pañuelos preceptivamente colorados, como en los Sanfermines. No sabemos si han corrido delante de unos toros bravos, si han regado su gaznate con buen Rioja o si llevan días y días de desvelo bullicioso. Si recuerdan, la fiesta filmada acababa con la cremà nocturna: un paso de Semana Santa era incinerado como colofón de aquellas pasiones fervorosas. La multitud, satisfecha y enardecida, celebraba las llamas purificadoras ante la sorpresa de Anthony Hopkins, tan británico, que salvaba el escollo jaranero observándolo todo desde un edificio próximo.

No se fíen de las películas. Desde luego, aquí nadie honra a los muertos quemando santos, ni tampoco incineramos a los vivos enalteciendo a los patronos. Pero sí que se queman monumentos falleros para invocar la protección de Sant Josep. ¿Y quienes no somos creyentes a quién debemos encomendarnos? Cuando el poder público o confesional perseguía, la fiesta popular era un paréntesis gracias al cual se toleraba el exceso, un lapso cortísimo para manifestar la sátira. Ahora, con munícipes populistas que jalean y alientan, los regocijos públicos son algo más, según dicen los contrarios.

Quienes se oponen lo detallan así: las fiestas son verbenas atronadoras con disco móvil; son padres e hijos entregados a la explosión; son jóvenes entonándose con descaro o bebiendo cubalitros de garrafón; son calles tapizadas con vidrios, con restos carbonizados, calles regadas con orines. ¿Y qué hacen los agnósticos de la Falla? Como ya no esperamos nada, simplemente nos entregamos, nos rendimos o nos vamos. Algunos incluso rezan a San Josep para que nos libre pronto de todo esto. Esperamos -eso sí- que el propio santo no acabe entre las piras humeantes del jolgorio municipal. Punto y aparte.

"Estas fiestas son un fastidio", confiesa Anthony Hopkins en Misión: imposible II. Tom Cruise escucha. "Honrar a los santos quemando cosas. Curiosa manera de venerarlos, ¿no cree? Por poco me queman al venir hacia aquí", añade Hopkins.

¿Al venir? No, no: por poco me queman al salir de aquí.

http://justoserna.wordpress.com

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