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Reportaje:HISTORIA

La Mata Hari Vasca

Espió para los británicos, se codeó con la realeza egipcia, regentó un hotel en el desierto sirio, se propuso ser la primera occidental en visitar La Meca, fue recluida en un harén y más tarde encarcelada en la prisión de Yidda (Arabia Saudí), acusada de asesinato. En el París ocupado se enriqueció vendiendo opio a los nazis mientras su hijo menor, Jacques, militaba activamente en la Resistencia francesa. Acabó sus días de manera trágica en Tánger, donde pensaba dedicarse al mercado negro del oro. La trepidante vida de la condesa Marga d'Andurain parece sacada de una novela de John Le Carré, aunque en su caso la realidad supera la mejor ficción. Fue una mujer misteriosa, seductora y rebelde, que desafió todas las convenciones sociales y encontró en la aventura su razón de existir. Ella atribuía su precoz espíritu aventurero a su origen vasco y se sentía la digna heredera "de aquellos audaces capitanes que en el pasado surcaban los mares más bravíos en busca de fortuna".

"Me anunció que se iba a hacer musulmana, se casaría con un beduino y peregrinaría a la Meca"
"Una amiga me advirtió que me cuidara de las relaciones demasiado estrechas con los ingleses

La primera vez que oí el nombre de Marga d'Andurain fue en Palmira, durante una visita a la fabulosa ciudad en ruinas del desierto sirio. En la recepción del hotel Zenobia, donde antaño se habían alojado ilustres huéspedes -entre ellos, la escritora Agatha Christie y el rey Alfonso XIII-, el encargado me habló de su antigua propietaria, una tal "condesa Margot, que hacia 1916, durante la revuelta árabe, había sido secretaria personal y espía al servicio de Lawrence de Arabia". En aquel instante creí que la dama en cuestión era una leyenda, aunque mi guía sirio me aseguró que la condesa había dado mucho que hablar porque se creía una moderna Zenobia -la valiente soberana árabe que gobernó Palmira en el año 266 y desafió al Imperio romano-, paseaba desnuda a lomos de camello por el desierto, frecuentaba a los beduinos en sus tiendas y se enfrentó a las autoridades militares del régimen colonial francés, que la consideraban una peligrosa espía.

A mi regreso de aquel viaje me olvidé por completo de Marga d'Andurain hasta que su nombre se cruzó de nuevo en mi camino y mi curiosidad me llevó a investigar qué había de verdad en su novelesca biografía. Recorriendo en Francia los lugares donde transcurrió su infancia -Bayona y el pueblo de Hastingues, en Las Landas- supe que había tenido dos hijos y que el menor, Jacques d'Andurain, aún vivía y era un héroe anónimo de la Resistencia francesa. Cuando al cabo de unos meses conseguí localizarlo en una residencia de ancianos a las afueras de París, me encontré frente a un hombre afable, de pequeña estatura y hermosos ojos azules, que vivía de manera discreta rodeado de los recuerdos de su célebre madre. Jacques, a sus 92 años, es el único testigo vivo de la extraordinaria vida de Marga d'Andurain. Fue su hijo más querido, y a la vez su cómplice y confidente. Desde el primer momento se mostró dispuesto a colaborar conmigo respondiendo pacientemente a todas mis preguntas, permitiéndome acceder a documentos de la familia y autorizándome a publicar, por primera vez, fotografías de su madre. Así comenzó para mí un fascinante viaje al pasado para tratar de reconstruir la vida de esta intrépida y glamourosa aventurera que dejó atrás una vida anodina en una ciudad de provincias para convertirse en una leyenda.

El escándalo estalló el 8 de mayo de 1934, cuando Marga d'Andurain publicó una serie de artículos en el periódico Le Courrier de Bayonne bajo el título La increíble historia de una vasca prisionera y condenada a muerte en Arabia. La autora, hija de una conocida familia de la burguesía, relataba sin pudor los detalles más escandalosos de su azarosa vida.

Jeanne Amélie Marguerite Clérisse, nacida el 29 de mayo de 1893 en Bayona, fue la hija menor de Maxime Clérisse, un respetable magistrado que llegó a ser juez del Tribunal de Bayona, y de Marie Diriart, miembro de una ilustre familia de notarios y médicos. De los cinco a los quince años recorrió un buen número de prestigiosas instituciones religiosas francesas. De todas fue expulsada; sólo las Ursulinas de Ondarribia (Guipúzcoa) consiguieron que completara el año escolar. Fue en este convento español donde sus compañeras la llamaron por primera vez Marga, nombre que adoptaría para el resto de su vida.

Esbelta, de tez morena, rostro anguloso, cabello ligeramente ondulado recogido a la altura de la nuca, profundos ojos castaño oscuro y prominente nariz, Marga no era guapa, pero cautivaba a los que la conocían por su simpatía y arrebatadora personalidad. A los diecisiete años, la señorita Clérisse era una joven estilosa -vestida siempre a la última moda de París incluso en pleno desierto- y desenvuelta. Tuvo algunos pretendientes pero acabaría casándose con un primo lejano, Pierre d'Andurain, doce años mayor que ella. Con apenas dieciocho años, se lanzó del brazo de su flamante esposo a recorrer mundo. La larga luna de miel les llevó a España y Argelia, y de vuelta a casa decidieron probar fortuna en Argentina. Pierre pensaba comprar allí una buena finca y dedicarse a la cría de caballos, pero la joven pareja tuvo que conformarse con sobrevivir como ganaderos en una desvencijada granja en medio de la pampa. A los dos años, arruinados, regresaron a Bayona. Para entonces, Marga ya tenía muy claro que no podía contar con su marido, hombre indeciso y poco emprendedor, y que ella tomaría las riendas de los negocios.

En 1925, la oportuna herencia de su padre, que acababa de morir en Bayona, la animó a abandonar Francia y poner rumbo a un país exótico y cálido: Egipto. Su idea inicial era montar un salón de belleza en El Cairo. Para su hijo, Jacques d'Andurain, el precipitado viaje de su madre ocultaba otra realidad: Marga habría sido reclutada por el Intelligence Service (servicio de inteligencia británico) para trabajar como espía o agente en El Cairo. El salón de belleza era sólo la tapadera para moverse sin llamar la atención entre las esposas de los oficiales británicos. "Mi madre viajó a Londres posiblemente antes de 1922 y allí fue confiada a madame Brimicombe, cuyo esposo daba clases de inglés en Oxford. Todo estaba previsto para que a su llegada a El Cairo alguien se hiciera cargo de ella, seguramente la viuda de un general británico, lady Graham".

En El Cairo de los años veinte, los condes d'Andurain, como se presentaban en público, disfrutaron de una intensa vida social. Marga consiguió un gran éxito con su salón de belleza Mary Stuart, adonde acudían ricas damas egipcias, esposas de oficiales británicos y algunos miembros de la realeza, como la esposa del rey Fuad I, la sultana Nazli Sabri y la hermosa princesa de ojos esmeraldas Fawzia, primera esposa del sha de Persia. La ciudad era un hervidero de espías, informadores y agentes dobles donde Marga se movía como pez en el agua. Un día, un encuentro aparentemente fortuito cambiaría de nuevo su destino. Una conocida del Sporting Club, la baronesa Brault, le invitó a un viaje en compañía del mayor W. F. Sinclair, jefe del servicio de inteligencia británico en Haifa (Palestina). Marga aceptó: "Una amiga me advirtió que me cuidara de las relaciones demasiado estrechas con los ingleses y me predijo que este viaje iba a ocasionarme la apertura de un dossier por parte del Deuxième Bureau...".

Aquel temerario viaje por Palestina, Tierra Santa y Siria en compañía del mayor Sinclair -con el que vivió un breve romance- comprometería seriamente su reputación en todo Oriente Próximo. Para las autoridades militares francesas destacadas en la región, la presencia de la condesa en compañía de un veterano oficial británico sólo tenía una explicación: se trataba de una peligrosa espía contratada por los servicios de información enemigos. Cuando de la mano de Sinclair llegó a Palmira, etapa final del viaje, Marga descubrió que había encontrado el lugar de sus sueños: "Me sentí como una hija de esta tierra extraña". A su regreso a El Cairo, no le resultó difícil convencer a su dócil esposo para que se trasladaran a vivir a Palmira, entonces una polvorienta y remota aldea donde residía un pequeño destacamento de oficiales franceses. En 1930, Marga compró el único hotel de Palmira, un feo y abandonado edificio de cemento a medio construir, pero con unas vistas magníficas al conjunto arqueológico. En los meses siguientes se dedicó a remodelar su hotel -al que bautizó con el nombre de Zenobia y decoró con muebles rústicos de estilo vasco-, contratar a los sirvientes y ganarse la confianza de los jeques beduinos.

En 1933, "la condesa" decidió emprender su aventura más descabellada: ser la primera occidental en entrar en la ciudad santa de La Meca. Para conseguir su propósito, Marga - ya divorciada de su esposo Pierre, aunque seguían juntos al frente del hotel- se casó con un humilde camellero beduino de la aldea, Soleiman el Dekmari. Jacques d'Andurain, que entonces estudiaba en la Universidad Americana de Beirut, recordaba con ironía el día que su madre se presentó en el campus universitario para contarle sus planes: "Me anunció de golpe que se iba a hacer musulmana, que iba a contraer "matrimonio blanco" con un beduino de nombre Soleiman, que iba a hacer el peregrinaje a La Meca".

El viaje de Marga a la ciudad santa del islam sería una auténtica pesadilla. Al desembarcar en el puerto de Yidda, a orillas del mar Rojo, fue descubierta por las autoridades locales y recluida en el harén del vicegobernador a la espera de que su esposo regresara de la peregrinación. Marga aprovechó su encierro para bordar pañuelos y enseñar a las esposas y concubinas algunos pasos de "fandango, vals y charlestón". Su estancia en Yidda se complicó al ser acusada del asesinato de Soleiman -muerto en extrañas circunstancias- y encarcelada en los siniestros calabozos de la prisión de Yidda. Gracias a la intervención del cónsul francés Roger Maigret se libró de morir lapidada, pero fue expulsada a Francia el 15 de julio de 1933. Pierre d'Andurain y su hijo Jacques se quedarían en Palmira al frente del hotel esperando su regreso.

Marga tardaría un año en poder abrazar a Pierre y a su hijo tras un duro exilio en París, donde no dejó de proclamar su inocencia sobre todos los cargos que pesaban contra ella. A petición de Jacques, se volvió a casar con su esposo, pero la felicidad de la pareja duraría poco. Una noche, el conde d'Andurain sería brutalmente asesinado en las cercanías del hotel Zenobia. Tras este trágico suceso, y convencida de que nunca se haría justicia, en 1937 su viuda abandonaría para siempre Siria. Durante la Segunda Guerra Mundial, Marga y su hijo vivieron en el París ocupado por los alemanes. Mientras la condesa se ganaba la vida traficando con opio, Jacques luchaba junto a sus camaradas de la Resistencia. Tras la liberación de París, y deseosa de olvidar las penurias de la guerra, Marga se instaló con su hijo en la Costa Azul. Unos meses más tarde era detenida en Niza y trasladada a París, acusada de la muerte de su joven sobrino Raymond Clérisse. Una vez más, y a falta de pruebas, se la dejó libre.

El 5 de noviembre de 1948, la condesa Marga d'Andurain moría asesinada en su velero, el Djeilan, en Tánger, cuando se disponía a comprar oro en el Congo. Nunca apareció su cuerpo ni se conocieron detalles del crimen. Tenía cincuenta y cinco años, aunque en las fotografías que se conservan aparece envejecida, abandonada y con la mirada ausente. Admirada por unos y calumniada por otros, Marga no dejó indiferente a nadie. Los calificativos que recibió en vida, "la reina de Palmira", "la Mata-Hari del desierto", "la condesa de los veinte crímenes" o "la amante de Lawrence de Arabia", dan una idea de la fascinación que despertó esta mujer, que se definió a sí misma con una única palabra: "Aventurera".

La autora del artículo, Cristina Morató, desarrolla esta historia en el libro 'Cautiva en Arabia. La extraordinaria vida de la condesa Marga d'Andurain, espía y aventurera en Oriente Próximo', editado por Plaza & Janés, que sale a la venta el próximo 3 de abril.

Marga d'Andurain diseñó este quimono blanco con el que posó en la terraza del Carlton de Beirut.
Marga d'Andurain diseñó este quimono blanco con el que posó en la terraza del Carlton de Beirut.FOTOGRAFÍA DEL LIBRO 'CAUTIVA EN ARABIA'

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