Modelos
Lo avalan los expertos, lo exigen los sindicatos, lo proclama el Gobierno, lo sugieren algunos empresarios ilustrados, y hasta los directivos de los bancos (¡ahora!) lo verían con buenos ojos. A saber: España necesita un cambio en el modelo productivo. Y aquí, en la Comunidad Valenciana, quizá ni siquiera eso. Bastaría simplemente con tener alguno, aunque solo fuera mediocre. Podría criticarse, con razón, que estamos ante una unanimidad algo tardía, pero, qué quieren que les diga, para una vez que estamos todos de acuerdo, tampoco vamos a lamentarnos por ello.
El verdadero problema, sin embargo, viene ahora. Puesto que nadie ha definido todavía en qué consiste exactamente ese nuevo modelo, tampoco nadie está trabajando en su diseño; ni mucho menos en las políticas que deberían instrumentarse para impulsarlo. Y, mientras tanto, el patio sin barrer.
En mi modesta opinión el debate sobre tan estratégico asunto debiera comenzar respondiendo algunas preguntas muy simples. Primera: por qué nuestros sectores tradicionales están perdiendo competitividad de manera tan acelerada desde hace más de un lustro. Segunda: por qué es tan baja la productividad de nuestras empresas (sea cual sea la cifra de referencia que tomemos). Tercera: por qué está tan generalizada la sensación de que somos estructuralmente incapaces de producir bienes y servicios intensivos en conocimiento. Cuarta: por qué nuestro turismo genera el menor gasto medio por visitante de toda España (a excepción de Murcia). Y quinta: por qué el propio sector de la construcción, que puede ser, aunque no lo parezca, un potente motor de la innovación, ha jugado un papel tan irrelevante en materia tan crucial como ésta.
Y como por alguna parte hemos de empezar, someto a consideración de los interesados los siguientes apuntes sobre el asunto. Para empezar, nuestros sectores tradicionales pierden competitividad (al contrario de lo que ocurre con los de otros países, como Alemania o Italia) porque una mayoría de las empresas que los componen no tienen dimensión suficiente. Tampoco disponen de una organización adecuada para afrontar las necesarias estrategias globales. No usan con la intensidad requerida las tecnologías de la información y las comunicaciones. Siguen sin controlar los canales de comercialización; y desconocen, en fin, herramientas tan potentes para la competitividad en un mercado global como la logística y el manejo integrado de la cadena del valor. La baja productividad de aquellas no es sino la consecuencia obligada de todo ello (y no solo del escaso nivel de I+D e innovación en productos y servicios, que también)
Respecto del mito tan extendido de que nosotros no servimos para producir otro tipo de bienes mucho más intensivos en conocimiento, no se trata más que de eso, un mito muy propio de mentalidades provincianas como la nuestra. El problema no es que no tengamos suficiente materia gris para lograrlo (aunque tampoco andemos sobrados). El problema es que nadie intermedia con eficacia entre ésta y la actividad productiva (el sistema de innovación no funciona como debiera) dejando a los cerebros potencialmente productivos colgados de la brocha.
¿Y del turismo qué se puede decir? Pues que tantos años sin una mínima reflexión sobre el nivel e idoneidad de los productos que ofrecemos y de las condiciones de habitabilidad de nuestros diferentes destinos, no podía llevar más que a lo que ha llevado. Aquellos barros trajeron estos lodos.
Necesitamos un cambio de modelo productivo, efectivamente; y también el diseño de nuevas políticas para lograrlo. Estamos todos de acuerdo. Entonces, pregunto ¿por qué no dejamos de lanzar bienintencionadas proclamas y nos ponemos de una puñetera vez a la faena?
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