Qué avispados son los gallegos
La lucha política y sobre todo las campañas electorales son, ante todo, ejercicios de lenguas desatadas. En cuanto aparece un micrófono o una cámara, los candidatos y los dirigentes de los partidos se arrancan: demasiadas veces dicen mucho más de lo que debieran. Si además tienen entre manos feos y malolientes asuntos, o andan esquivando a policías y tribunales, entonces el desvarío verbal puede alcanzar cotas insoportables.
La portavoz del Partido Popular en el Congreso de los Diputados, Soraya Sáenz de Santamaría, está hablando mucho, probablemente mucho más de la cuenta, estos días. Tiene dos campañas electorales simultáneas, en el País Vasco y en Galicia, que esta noche terminan y darán algo de respiro a su verbo ya tan usado. Y cuenta con todo el escándalo de las tramas de corrupción y de espionaje que debe sacudirse de encima para sacudir con ellas tanto como le sea posible a sus adversarios socialistas, aun a costa de dejar hecha unos zorros la idea de que hay que respetar la acción de los jueces.
Entre sus últimos desvaríos verbales se cuentan las frases adulatorias prodigadas ayer en relación con los electores gallegos, contando con que algún votante ingenuo se pueda sentir tan halagado como para darle a su partido esos pocos votos que aparentemente le faltan para alcanzar el objetivo de recuperar la ansiada mayoría de gobierno. "Yo sé que en Galicia la gente, que es muy viva y muy avispada, ha descubierto perfectamente cuáles son las intenciones de los que quieren seguir en el poder, no porque quieran gobernar mejor sino porque quieren destruir al contrario".
Los gallegos son vivos; y avispados. ¿Y los andaluces, no, al decir de la señora Sáenz de Santamaría? ¿Tampoco los catalanes, que tan pocos votos suelen dar a su partido? ¿Y los extremeños, los aragoneses o los manchegos? ¿No será ella misma quien es muy vivaracha y avispada y sueña con que su partido recupere el poder que mantuvo durante 16 años seguidos en Galicia? Los ciudadanos realmente vivos y avispados son los que saben calibrar a la legua a los aduladores y no permiten que se les tome por tontos. En Galicia y en Pernambuco.
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