Vivencia pública
Ese fenómeno moderno y urbano que es la intimidad ha experimentado cambios importantes en la última década, en parte provocados por la extensión y el éxito de los reality shows de todo tipo (cada vez más extravagantes) y el auge de las redes sociales en Internet. De hecho, los especialistas están empezando a usar el término extimidad (que en verdad tiene un origen psicoanalítico y fue propuesto nada menos que por Lacan) para referirse a esta vivencia externa, pública, del mundo de las emociones, en contra de su consideración tradicional como fenómenos internos, privados o íntimos.
Cuando los que hoy somos adultos éramos adolescentes, escribíamos nuestros sentimientos más intensos en diarios que guardábamos celosamente bajo llave en el fondo de un cajón. En la actualidad, los adolescentes escriben sus sentimientos con palabras grandilocuentes, los adornan con emoticonos [neologismo procedente de emoción e icono], mayúsculas, citas en inglés, fotos de gran carga expresiva, y buscan cuál es la página web en donde encontrarán más difusión. En los realities o en las redes sociales la exhibición grotesca, exagerada, histriónica, de las emociones es lo que permite construir un personaje de éxito que gane el reconocimiento y el prestigio social de tus iguales.
Sólo así se convierte uno en un nuevo héroe, a la vista de que la dimensión fundamental del héroe moderno (en el cine, en la televisión, en la música) es la emocional. Sabemos que los concursantes de Gran Hermano destacan por su adicción al reconocimiento, a la vanidad, al narcisismo, y una vez que has atravesado la línea de participar en uno de estos concursos puede ser difícil poner nuevos límites en tu vida que acoten terrenos de intimidad, aunque eso tenga que ver con tu propia muerte; que, por otro lado, es un fenómeno de una intensidad emocional tan densa que resulta extremadamente goloso tanto para el protagonista como para el espectador de este tipo de contenidos. Y sobre todo, claro, para el programador televisivo.
Una vez perdida la vergüenza, el yo se vuelve caótico e ilimitado. Morirse en directo por televisión puede ser el paradigma de la extimidad. Si es para disfrutar de un poco más de fama, de un poco más de gloria hortera, de un poco más de reconocimiento, entonces de la vida se aprovecha todo, como del cerdo.
José Errasti es profesor de Psicología de la Universidad de Oviedo.
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