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OPINIÓN
Columna
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La reválida de Rajoy

Las elecciones gallegas y vascas del próximo domingo han ampliado las fronteras del ámbito autonómico para incluir dentro de sus consecuencias a toda la política estatal. Los comicios territoriales cobran esa significación añadida cuando una legislatura se halla próxima al ecuador y los votos son interpretables como un examen del Gobierno central extrapolable a las elecciones generales. Pero el 1-M dista un año de las últimas legislativas y otros tres de la renovación parlamentaria de 2012; además, el alumno que se presenta a la temprana reválida no es el presidente Zapatero, sino el líder de la oposición.

Tras la derrota sufrida por los populares el 9-M, Rajoy comprendió la necesidad de abandonar la estrategia de la crispación orquestada por el PP durante la anterior legislatura. El escoramiento ideológico hacia la derecha pura y dura iniciado durante el segundo mandato de Aznar a fin de mantener en el redil a los ultramontanos nostálgicos, dar satisfacción a la jerarquía eclesiástica y situar España en la órbita geoestratégica de los neocons americanos, ahuyentó a buena parte del sufragio centrista y empujó hacia el PSOE al voto estratégico de la izquierda radical, del nacionalismo periférico y del absentismo militante. Ese pragmático abandono del extremismo político suscitó dentro del PP un amago de rebelión encabezada por la presidenta de la Comunidad de Madrid y azuzada por los medios de comunicación apadrinadores de su candidatura. Sin embargo, la gran mayoría de los dirigentes regionales del PP reeligió a Rajoy condicionadamente como primus inter pares -olvidado ya el cesarismo aznarista- en el Congreso de Valencia de junio de 2008.

El presidente del PP se juega su credibilidad en las elecciones del próximo domingo en Galicia y el País Vasco

La estrategia alternativa del PP durante estos meses ha sido suavizar la agresividad verbal de los mensajes y confiar su futuro electoral al desgaste del Gobierno socialista a manos de la depresión económica dibujada en el horizonte. De haber sido acertada la apuesta, las devastadoras consecuencias de la crisis sobre el empleo, la rentabilidad empresarial y el consumo familiar durante el último semestre deberían haber situado a los socialistas en los recientes sondeos de intención de voto muy por detrás -lo que no ha ocurrido- de los populares. Como mostró José María Maravall (El control de los políticos, Taurus, 2003), los ciclos económicos no se traducen en ciclos políticos cuando los ciudadanos desconfían de la oposición y consideran al Gobierno un mal menor.

El debilitado liderazgo de Rajoy recibirá un nuevo tantarantán si los resultados electorales del PP en Galicia y el País Vasco no implican la reconquista de la Xunta perdida en 2005 y la recuperación en el Parlamento de Vitoria de los 19 diputados de Mayor Oreja en 2001 o, cuando menos, el mantenimiento de los 15 escaños de María San Gil en 2005. Pero los escándalos político-financieros que arrasan estos días la Comunidad de Madrid tampoco favorecen los planes sucesorios de Esperanza Aguirre y de sus apoderados mediáticos.

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