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Netanyahu plantea un Gabinete de unidad

El presidente israelí encarga la formación de Gobierno al líder del conservador Likud

"¿Qué va a suceder con la formación de Gobierno?", se le preguntaba el jueves a Isaac Brudny, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad Hebrea de Jerusalén. "No tengo ni la menor idea", respondía. En un país pequeño de sólo 7,3 millones de habitantes, Israel, donde la clase dirigente se conoce como si se hubiera parido, todo son incógnitas, aún habiéndose celebrado las elecciones hace ya 11 días. Sólo hay dos hechos ciertos. Primero, Benjamín Netanyahu, líder del Likud, recibió ayer el encargo del presidente, Simón Peres, para formar un Ejecutivo. Segundo, el político disfruta del apoyo en el Parlamento de 65 diputados, 38 de ellos miembros de una ultraderecha xenófoba que supone un riesgo evidente para el futuro del Estado. "Un tercio de los diputados de la Kneset muestra desprecio por los contenidos morales de la democracia", advierte el prestigioso profesor de Ciencias Políticas Zeev Sternhell.

"Pido un Gobierno amplio nacional por el bien del pueblo", dijo Netanyahu
"Irán desarrolla armas nucleares que son una amenaza a nuestra existencia"
Livni: "Una coalición no tiene valor si no marca el camino. Y ésta no lo tiene"
Los diputados laboristas anuncian que se mantendrán en la oposición
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Netanyahu dispone de 42 días para componer una alianza que en todo caso reflejará el deslizamiento de Israel hacia el conservadurismo radical, hacia el rechazo a la negociación con los palestinos, y hacia la aplicación de políticas económicas neoliberales. Se respiraba ayer en Jerusalén preocupación y desasosiego. Comenzando por el presidente, Simón Peres, que abogó por un Ejecutivo de unidad nacional para impedir ese corrimiento y para dotar al país de una estabilidad política que se antoja irrealizable por la fragmentación de la Kneset.

El semblante de Peres era un poema. También Netanyahu, rostro tenso ante la misión que tiene por delante, tendió la mano a sus contrincantes Tzipi Livni, la jefa de Kadima, y Ehud Barak, líder del Partido Laborista. "Pido reunirme con vosotros en primer lugar para negociar un Gobierno amplio de unidad nacional por el bien del pueblo y del Estado de Israel", dijo Netanyahu solemne. "Irán", apeló a sus rivales, "está desarrollando armas nucleares que representan la más grave amenaza para nuestra existencia desde la guerra de independencia". Para crear esta coalición, debería romper pactos ya fijados con partidos como el ultraortodoxo Shas, a cuyo jefe prometió carteras en el Gabinete. Mañana, Netanyahu se entrevistará con Livni. Lo que no significa una señal positiva a tenor de las palabras de la ministra de Exteriores: "Una coalición no tiene valor si no marca el camino. La que se plantea carece de visión política". Yoel Hasson, jefe de los 28 parlamentarios de Kadima, añadió más tarde: "Creo que permaneceremos en la oposición... No entraremos en ningún Gobierno encabezado por Netanyahu". Es muy probable que sea esa la decisión final del partido fundado en noviembre de 2005 por Ariel Sharon, pero si sólo se tratara de elevar el listón ante unas eventuales negociaciones, ¿cómo se conciliarían después las visiones totalmente opuestas, aunque sea en el plano teórico, respecto a las negociaciones con los palestinos y Siria?

Con todo, nada puede descartarse, porque Livni, de haber sido designada por Peres, ya había negociado con Avigdor Lieberman, presidente de Yisrael Beiteinu, su inclusión en el Ejecutivo. Y este partido, azote de los árabes-israelíes y que rechaza también el desmantelamiento de las colonias judías en Cisjordania, apenas se diferencia de los planteamientos del Likud. En los mentideros políticos socialdemócratas y de la izquierda no se contempla unirse al Gobierno de Netanyahu. La gran mayoría de los 13 diputados laboristas han anunciado que se mantendrán en los bancos de la oposición. Supondrá un enorme esfuerzo renunciar a los vehículos oficiales y a los despachos lujosos, pero la supervivencia del partido que fundó el Estado y que lo dirigió durante sus tres primeras décadas exige la regeneración política y desmarcarse de un Ejecutivo dirigido por el Likud. Subirse al carro sólo les aportaría pan para hoy y hambre para mañana. Como explicaba Meir Margalit, profesor de Historia y miembro de Meretz: "Creo que el próximo Gobierno será un Gobierno de naufragio nacional. Me parece que Kadima y los laboristas preferirán quedarse en la costa".

Si Netanyahu no consigue atraer a Barak y Livni al barco, contará en su Gobierno con los partidos que agrupan a los colonos (siete diputados), los que aglutinan el voto ultraortodoxo sefardí y ashkenazi (16 escaños), y Yisrael Beiteinu (15). Un auténtico quebradero de cabeza porque estas formaciones, tachadas de extorsionadores por los laicos israelíes, no se andan con chiquitas a la hora de exigir el cumplimiento de unas reivindicaciones con frecuencia incompatibles. A Netanyahu le aguardan días tormentosos en los que tendrá que desplegar toda su sagacidad. Nadie apuesta por una duración prolongada de semejante Ejecutivo.

Benjamín Netanyahu, líder del Likud, llega a la residencia del presidente Simón Peres.
Benjamín Netanyahu, líder del Likud, llega a la residencia del presidente Simón Peres.EFE

Otro golpe para el proceso de paz

Benjamín Netanyahu es todo menos ingenuo. Mencionó ayer en la residencia presidencial, con la boca pequeña, el proceso de paz nada más recibir el encargo de formar Gobierno. Porque el líder del Likud no ignora que los ojos de la Casa Blanca están puestos sobre él. Pero Netanyahu, como tantos israelíes, no cree en ese proceso. Tampoco con Kadima -el partido de Ehud Olmert y Tzipi Livni- se ha avanzado un ápice.

Sin ir más, lejos esta semana se ha aprobado la confiscación de cientos de hectáreas de tierras palestinas en Cisjordania para ampliar una colonia al sur de Jerusalén. Sin embargo, el previsible ascenso al poder de Netanyahu no hará sino entorpecerlo más todavía. Máxime si sus socios de coalición son Yisrael Beiteinu, capitaneado por el extremista Avigdor Lieberman, y los grupos que representan a los colonos y los ultraortodoxos.

No. Así se resume la posición política de Netanyahu respecto a cualquier concesión a la Autoridad Palestina del presidente Mahmud Abbas, que en cualquier caso también ha sido humillado por el primer ministro Ehud Olmert. No a la división de Jerusalén y no a la evacuación de asentamientos. Ésta es la doctrina que Netanyahu ha predicado durante la campaña electoral. Tan sólo, asegura, promoverá el desarrollo económico de Cisjordania.

A la franja de Gaza, si cumple sus promesas, le aguardan tiempos fúnebres. "Derribaremos al Gobierno de Hamás", ha advertido.

Como ya hicieran George Bush padre y su secretario de Estado, James Baker, a comienzos de los años noventa -congelaron préstamos por 10.000 millones de dólares al Ejecutivo del intransigente Isaac Shamir-, sólo la presión económica y diplomática de Washington podrá torcer el brazo a un Gobierno de Netanyahu. Habrá que esperar, pero la Administración de Barack Obama no parece dispuesta a dilapidar siete años antes de ponerse manos a la obra. "Mejorar la economía palestina, sin esfuerzos diplomáticos, no tendrá éxito", avisó el jueves el enviado de la Casa Blanca a Oriente Próximo, George Mitchell.

Tres cuartos de lo mismo sucede respecto a Siria. "Gamla no caerá de nuevo", afirmó tajante Netanyahu en plena campaña mientras plantaba un árbol para conmemorar una festividad judía. Gamla es una colonia vinícola en la meseta del Golán, ocupada a Siria en 1967. También el lugar en el que los judíos fueron derrotados por tropas romanas hace 2.000 años.

El jefe del Likud no quiere ni oír hablar de cesiones territoriales. Pero, tal vez, Obama tendrá algo que decir. Porque conviene recordar que también clamaban los dirigentes israelíes que el Sinaí egipcio nunca sería devuelto y fue precisamente un Gobierno del Likud -el de Menahem Begin, presionado por el ex presidente estadounidense Jimmy Carter, en 1979- el que devolvió hasta el último centímetro al presidente Anuar el Sadat.

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