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Columna
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La corte de los milagros

Hombre, vamos a no hablar de otra cosa, aunque solo sea para variar. La corte de los milagros era un grupo de mendigos que Victor Hugo describe en su novela Nôtre Dame de Paris. Por el día, fingían horrendas llagas para suscitar compasión y practicaban la mendicidad en una zona del mercado de les Halles; por la noche, recuperaban milagrosamente su apariencia normal. Algo de esto ha pasado con el informe Auken de la Unión Europea sobre el urbanismo valenciano. El 11 de febrero pasado la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo nos echó un buen rapapolvo planteando, por boca de la diputada danesa de los Verdes, la posibilidad de congelar el libramiento de los fondos de cohesión a España -y en particular, a la Comunidad Valenciana- si no se pone freno de inmediato al urbanismo salvaje. Ahora todos se rasgan las vestiduras, cosa que no entiendo: aunque la diputada Auken se pasa un pelín -mucho morro el de doña Margarete- el presente desenlace es la crónica de una muerte anunciada. ¡Tanto tiempo exhibiendo horrendas llagas en nuestro paisaje, sobre todo en la costa! En el último momento los europarlamentarios socialistas, que habían condenado varias veces los dislates urbanísticos valencianos, cambiaron de postura y votaron, junto con los populares, en contra de dicho informe. Patriótica, pero inútilmente. Es verdad que la Unión Europea no deja de parecerse bastante a les Halles y que más me recuerda a un mundo de mercachifles que a un proyecto de unión política europea. Sin embargo, en este caso, han sido más listos que los parisinos que describe Victor Hugo. A nosotros se nos ve el plumero y no sirve de nada ocultar las llagas por la noche con protestas encendidas de inocencia.

Lo malo es que no sabemos muy bien cómo salir de este atolladero. Desde luego, lo menos inteligente sería enzarzarnos en la típica trifulca interna: no nos engañemos, los socialistas tienen razón en lo que decían, aunque resulte inoportuno, y los populares intentaban ocultar la verdad, aunque conviniese a nuestros intereses. Más vale dejarlo. Nos han pillado con las manos en la masa y ahora tenemos que afrontar juntos el desastre. El próximo mes el rechazo de la comisión llegará al pleno del Parlamento Europeo y todo hace temer lo peor. Si este tirón de orejas se hubiera producido en época de bonanza, sería hasta bienvenido, pero ahora... Las personas que viven del turismo y de la construcción en la Comunidad Valenciana son muchas, muchísimas. Los mendigos parisinos ganaban mostrando sus pústulas, nosotros deterioramos gravemente nuestra imagen al exhibirlas. Ya era bastante malo el paisaje de bosques de grúas y la metástasis de adosados que se alineaban entre Vinaròs y Guardamar. Pero lo de ahora todavía es más preocupante. La costa de la Comunidad Valenciana parece un paisaje de guerra, con miles de edificios aparentemente bombardeados y abandonados a su suerte. Pilares que se alzan patéticamente hacia el cielo, huecos en sombra que nadie sabe cuándo se cerrarán. Esto es lo que ven los turistas y, claro, no vuelven. Es urgente reactivar poco a poco la actividad para ir cerrando heridas, no para abrir heridas nuevas. El pasado no tiene remedio, pero el futuro está abierto. Hora va siendo ya de dejar las lamentaciones y de abrir una nueva etapa de nuestra actividad urbanística caracterizada por la reconstrucción y por la readaptación, que también generan puestos de trabajo, y no por la abusiva, suicida y monstruosa construcción. Sólo así recuperaremos nuestro atractivo como destino turístico: milagrosamente.

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