Paralelos jurídicos
En el caso Dutroux, que convulsionó a Bélgica a principios de los noventa, el juez instructor Connerote, que gozaba de gran prestigio, fue recusado por haber asistido a una cena popular en apoyo de las familias de los niños martirizados. Fue una decisión impopular, pero seguramente justa.
Más recientemente, en septiembre de 2008, un personaje de tercera fila del Gabinete del primer ministro Yves Leterme habría hecho presión sobre una juez encargada de estipular sobre la legalidad de la venta del grupo Fortis, el mayor banco del país, vendido barato y precipitadamente con la buena intención de salvar a millones de pequeños ahorradores. Aquello se consideró como un atentado insoportable a la separación sacrosanta de poderes en una democracia real. La simple sospecha de que alguien del Gabinete del primer ministro hubiera intentado influenciar a los jueces fue tachado de procedimiento escandaloso.
La consecuencia no se hizo esperar. Fue cuestión de días, el ministro de Justicia y luego él mismo tuvieron que dimitir, quedando todo el país patas arriba.
El paralelismo con el affaire Baltasar Garzón y el ministro de Justicia salta a la vista. Sería inimaginable que no hubiera consecuencias de estos torpes y continuados contactos entre la clase política y el estamento judicial, que ponen en entredicho la independencia misma de la justicia.
Connerote fue tachado de ingenuo por aquel error imperdonable; Garzón no me parece que lo sea, pero su metedura de pata no es menor. No rinde ningún servicio a su imagen aferrándose a esta instrucción. Debería ser recusado en favor de otro juez -con el mismo celo- menos contaminado ideológicamente, simplemente por el honor de la justica y del Estado de derecho. El CGPJ no puede permanecer callado e imitar al presidente del Gobierno, que no se ha atrevido a criticar a los amigos. ¿Le hubiera parecido esta cacería de iconografía franquista igual de trivial si invertimos los colores.
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