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Columna
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Como alivio de una espera

Supongamos (se me derrite de gusto la boca solo de pensarlo) que el discreto silencio que hace meses viene observando nuestro presidente Camps se acoge al propósito de pasar lo más desapercibido posible acerca de sus responsabilidades en la precaria situación de nuestra Comunidad a fin de preparar el asalto definitivo a Madrid de la mano de Esperanza Aguirre. No es tan descabellado, si se juzga por la de veces que ha buscado la foto con la lideresa, y algo de eso insinúa ese tal El Bigotes purazo en ristre que, al parecer, figura como cabeza de serie en ese culebrón que los populares se han montado sin ayuda de nadie (quiero decir, por esta vez sin un Tamayo y una Sáez que llevarse de farra) a cuenta de las siempre presuntas corruptelas del urbanismo y de la financiación de los partidos políticos. De ser esa la pretensión de Paco Camps, y le deseo toda la fortuna del mundo en semejante empresa con tal de perderlo de vista, le aconsejaría como improbable amigo que no depositara todos sus anhelos en manos de esa esperanza y de su cólera de quién sabe qué dios, porque cuando se pretende alcanzar tanto poder como esa chica sin reparar en medios es porque se busca no ya reparar pretéritos desaguisados, sino blindarse ante sus eventuales consecuencias futuras, ambición de muy problemático destino salvo que uno sea, encima, un Juan Villalonga cualquiera.

El problema es que las prisas son malas consejeras, mientras que nuestro hombre debe acelerar todo lo posible su presunto traslado de destino si quiere entrar en Madrid antes de que su partido se caiga a pedazos entre inabarcables casos de corrupción trufados con planos de viejas películas de amor y espionaje. Debería apresurarse antes de que comience el previsible rosario de dimisiones forzadas, unas aceptadas y otras no, porque entre compinches nada contamina más que la desgracia ajena y ese turbio deseo de venganza que se manifiesta mediante el atávico si yo caigo me llevo a cien por delante. En ese sentido, es sintomática la reacción de Esperanza Aguirre tanto en los casos de corrupción como en los de espionaje: estamos ante una conjura de los socialistas, la fiscalía y ciertos medios de comunicación. ¿Y por qué una conjura? No porque algunos tipos del pepé o de su entorno no hayan hecho lo que tienen declarado en conversaciones telefónicas intervenidas (había puesto intervendidas) y en otros documentos, sino porque todo ello se haga público en unas fechas tan inconvenientes, dada la proximidad en el horizonte de temibles elecciones locales. ¿Por qué no antes o después, si todo el mundo parecía estar al cabo de la calle sobre el asunto? Lo que se reprocha es no tanto que se diga lo que se dice y se publique lo que se publica, sino el momento elegido para hacerlo. Pero también en ese sustancioso manejo de los tiempos es un maestro consumado nuestro querido Camps, que desde hace tanto tiempo mantiene a Fabra en la nevera, fresquito pero sin llegar al punto de congelación que le convertiría en excelente donante de casi la totalidad de sus preciados órganos vitales.

Por lo demás, no hace falta hacer de lombrosiano para desconfiar de ciertas jetas. ¿Nadie en el PP analizó la imagen que dan las fotos de ese tal Correa y de su compinche El Bigotes en la boda escurialense de la niña de Aznar, otro que tal? La cara no es el espejo del alma, pero guarda un asombroso parecido. Como dijo un sabio, "es el tiempo el que forma el aspecto pero es el aspecto el que obliga al tiempo a seguir por el camino de su forma".

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