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Columna
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La fiesta del mercado

Mi amiga Pino disfruta tanto con el arte contemporáneo que viene cada año de Canarias a Madrid, como tanta gente de tantas otras provincias, para pasarse la vida en Arco, una feria de arte que Pino creyó siempre que se montaba para ella. Su primer sueño fue contar con unas grandes naves donde cupieran todas esas instalaciones imposibles de los artistas que admira y a las que incluso pudiera llevarse ella a un hombre o a una mujer en pelotas de las que se exhiben en Arco alguna vez. Pero renunció a casarse con un mecenas rico y ahora se limita a comprar su entrada y a rentabilizarla, sin salir de Arco en todo el día, de no ser para atender a las invitaciones que se prodigan con motivo de ese mercado. Disfruta del arte y del encuentro anual con amigos que le da a la feria una vida social para ella extraordinaria y que continúa después, no sólo en los saraos de la noche madrileña, sino en los que multiplican los gobiernos autonómicos por las tardes.

Mi amiga sostiene que el arte que se come será la solución del tiempo nuevo

Pero Pino no limita su admiración a los artistas o a los devotos del arte, que se ensimisman con las obras, sino que la extiende a los ricos compradores con cuya intuición para apreciar la deriva de la expresión artística y poner en juego su dinero disfruta ella. Por eso este año está triste con las malas previsiones de venta, que no sólo afectarán a los artistas y a sus intermediarios, y por supuesto a la abundancia de los guateques que acompañan la celebración de Arco, sino a sus amigos coleccionistas a los que la crisis debe haber contenido su pasión por el arte. Los tiene de todo tipo, de los de puro amor al arte que arriesgan su dinero porque sí, de los de amor al arte que no quieren riesgos sino inversión segura y los de amor a la inversión segura porque bastante riesgo corren ellos con los manejos de la corrupción. A estos últimos les pone sus reparos, pero la consuela que al menos traten de blanquear su dinero con arte contemporáneo. Le parece inevitable que un buen Tàpies, un Mompó, un Miró o un Picasso lleguen a ser ahora motivos de sospecha sobre si constituyen o no la tapadera de una cloaca. Se refiere a esos casos en los que los artistas ven ahora sus nombres en las crónicas de los tribunales por motivos muy lejanos de aquellos por los que son nombrados en las revistas de arte. No se salva de eso ni algún artista del XIX al que han metido de rondón en la trama del espionaje castizo y que adorna salas institucionales. Menos mal que era del XIX, y decimonónicos los que lo subvencionan, no cosa de Arco. Pero tan lamentable situación ha pasado ya a ser natural, concluye resignada. Y lo cuenta como una tragedia para el mundo de la plástica en los tiempos que vivimos. Una tragedia que también alcanza a los expendedores de arte, que son sus preferidos. A Pino le fascina la capacidad de éstos para el trajín de los cuadros de una galería a otra, de un país a otro, de un coleccionista a otro, de una fundación a otra, con muchos millones por medio. Así que este año le toca aflicción: muchos de ellos no están por viajar a Madrid, bajo la tristeza de la crisis, por mucha India que les llame.

Pero ya hace mucho tiempo que mi amiga descubrió el placer de la contemplación del arte, sin más, y siempre a la última, ha terminado por hacerse una reputada contempladora sin ánimo de lucro. A pesar de sus dotes para apreciar las tendencias, no aceptaría por nada del mundo ser comisaria de exposiciones, asesora de institución alguna, y mira que Esperanza Aguirre le ha insistido, y mucho menos dar una conferencia, aunque te la dé sin cobrar a poco que te descuides. Bastaría con eso para ser muy raro ejemplar: alguien que hace de su conocimiento del negocio del arte una pura fuente de placer, sin buscar riqueza y evitándose frustraciones. Ha sido propuesta por rara avis para la medalla al mérito en las Bellas Artes. Y tampoco la quiere. Paga su entrada en todas las ferias de arte del mundo, pero en ninguna se encuentra como en Arco, con tanto barullo, cosmopolita por un lado y municipal y autonómica por otro. Bien es verdad que echa en falta un poco de glamour: Arco no tiene un Ferran Adrià. Y, desde que la han convencido de que sin la gastronomía no hay arte contemporáneo, sostiene que el arte que se come será la solución del tiempo nuevo.

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