Espionaje en Madrid y decencia democrática
Berlin pensaba que la decencia es inherente a la práctica política de la democracia; yo también.
Les confieso que no me resulta fácil escribir este artículo: el Partido Popular fue mi partido desde 1990 hasta mi abandono del mismo en 2007. O sea, 17 años. Mucho tiempo, incluso para la política.
Lo abandoné en un momento aciago de la VIII Legislatura, cuando Rajoy y la dirección del partido ordenaron un boicoteo al Grupo PRISA. Un gesto político insólito en las democracias occidentales europeas -no digamos en la estadounidense- por parte del principal partido de la oposición.
Manifesté en sede parlamentaria, y en rueda de prensa, mis razones de fondo para alejarme de la que había sido mi casa durante tantos años (fundamentalmente, discrepancias profundas con el discurso oficial del PP sobre la supuesta conspiración en los atentados del 11-M, su constante afirmación de la rendición del Gobierno de la nación ante ETA y el desquiciado y permanente Se rompe España). El día 29 de marzo de 2007 publiqué en EL PAÍS una tribuna, El Partido Popular necesario, que me valió todo tipo de reacciones por parte de los que habían sido mis compañeros. Todo ello, para mí, ya es historia.
Enfrascado en luchas de poder, el PP sigue sin ocupar el espacio del centro liberal y reformista
Entonces, ¿por qué hablo hoy de nuevo de estas cosas? Pues porque sigo con enorme atención, y preocupación, las informaciones aparecidas respecto al presunto caso de espionaje en la Comunidad de Madrid. Naturalmente no seré yo, apartado de la política de partido y de las actividades que ella entraña, quien diga una sola palabra referida a un asunto que está subjudice. Pero sí deseo hacerlo respecto a la posible repercusión política en el seno del Partido Popular y, sobre todo, sobre lo negativo de tal asunto (sea cual sea su desenlace final) para nuestro sistema parlamentario y de partidos.
Este sucedido evidencia de forma clara una lucha feroz por el poder en el seno del Partido Popular, en la que sus protagonistas no reparan en medios. Es evidente que ese proceder, en la antesala de tres procesos electorales, resulta letal para el Partido Popular, y enormemente negativo para nuestra democracia parlamentaria y política. En un momento de profunda crisis económica como el presente, en el que gran parte de la ciudadanía española precisa palabras, gestos y actitudes de confianza e ilusión, ansia por conquistar el porvenir y palabras de aliento para el presente, me llena de una especial tristeza, lo confieso, el observar cómo esta tarea, que debería ser la principal responsabilidad política del Partido Popular en el Parlamento como primera fuerza de oposición, se ve desdibujada y malbaratada por tan infaustas luchas por el poder interno en el seno del partido, y por tan escasa decencia democrática por parte de algunos de sus más relevantes dirigentes.
Suscribo de nuevo todas y cada una de las palabras que escribí en El Partido Popular necesario, y estoy absolutamente convencido de que muchos militantes, votantes y simpatizantes de esa formación podrían hoy hacerlas suyas. España precisa un Partido Popular con verdadero sentido de Estado, y más en estos momentos. No se trata de no criticar al Gobierno, claro que no: ésa es la labor legítima de la oposición parlamentaria. Pero sí de procurar la mayor concurrencia en todo lo tocante a la política económica nacional de España, que es un asunto mayor y de gran calado de Estado para todas las fuerzas políticas en la actualidad, y en el mediato futuro.
Nos la jugamos como país. Y el Partido Popular, que es un gran partido de la democracia española, con una legitimidad histórica incuestionable, con un presente importante desde el punto de vista de su representación parlamentaria, y con un futuro que sólo él debe contribuir a forjar, debería estar -y hoy, como ayer, no lo está- a la altura de las circunstancias. Eso es lo que, a buen seguro, le demandan sus votantes, sus militantes, sus simpatizantes y, en general, el conjunto democrático de la sociedad española.
Sin grandes partidos no hay democracia posible. Y cuando uno de ellos, tan importante como el representante del centro derecha español, no termina de ubicarse en el espacio político que le debería ser propio -el centro derecha reformista moderado- deja un hueco, y un vacío político, que jugará indefectiblemente en su contra, lo cual es serio. Pero más grave resulta que también lo hará en contra de sus votantes y de los intereses legítimos que debe defender en España la opción política llamada Partido Popular.
Sigo pensando igual, defendiendo las mismas ideas que me llevaron a la participación activa en la política española: el centrismo liberal reformista y moderado. Si el Partido Popular no puede definitivamente conformar el eje central de ese espacio político, será necesario, con calma, decencia y confianza en el futuro de España, comenzar a trabajar públicamente a favor de esa necesaria alternativa democrática para nuestro sistema parlamentario y para el conjunto de la democracia española.
A ello debe impulsarnos a algunos, entre los que me encuentro, precisamente eso: la decencia inherente a las convicciones democráticas.
Joaquín Calomarde, ex diputado al Congreso, es catedrático y escritor.
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