Zona de exclusión
Buscando información sobre los históricos Dubliners, ahora de gira por España, termino en la página del diario Irish Times. Publican una entrevista con Paddy Sopper, encargado del O2 Arena, uno de los recintos para grandes conciertos de la capital irlandesa. El hombre no se siente impresionado por las estrellas, con una excepción: "El único artista con quien intenté encontrarme fue Bob Dylan; pero él se quedó en su autobús todo el día".
Bienvenido al club, señor Sopper. Recuerdo el pasmo de un amigo que pudo acceder al backstage de una de sus últimas actuaciones en España. Cuando concluía el recital, su equipo intentó despejar -con malos modos- la zona trasera del escenario. Nadie debía verle en estado de descanso: habían montado una especie de probador, "igual que en los mercadillos", donde se apretujaron Dylan y sus músicos, mientras pasaba el intervalo decente para volver a las tablas y ofrecer el bis.
Puede que la mística de Dylan derive de sus deficiencias como ser humano
Hay una nutrida bibliografía dylaniana que promete desentrañar sus misterios. Y eso incluye varios títulos dedicados al "¿Y cómo es él?", con testimonios de músicos y admiradores. Resulta muy simpático Encounters with Bob Dylan, de Traci Johnson, donde predominan los relatos de desconocidos que se cruzaron brevemente con el cantautor. Hubo un tiempo en que era posible tener una conversación casual con Dylan. Ahora es más difícil: su oficina mantiene una base de datos con información sobre fans obsesivos. Y sus guardaespaldas memorizan la información sobre varios cientos de seguidores considerados "potencialmente peligrosos".
Conviene saber que la aceptación de los modos dylanianos no es universal entre los colegas que le trataron. Frank Zappa estaba entre los ofendidos. En los años ochenta, Dylan quería ser producido por el guitarrista y se presentó de improviso en su casa-estudio de Los Ángeles. Paranoico ante los intrusos, Zappa tardó en dejarle entrar. Todo fue bien: Dylan le tocó sus nuevas canciones, Zappa sugirió músicos, ajustaron agendas para empezar a grabar. Cuando se acercaba la fecha, Dylan decidió irse de vacaciones a las Bahamas. Fue lo último que Frank supo del proyecto. Que, dicho sea de paso, tenía mucho de improbable.
En realidad, mucha de la mística dylaniana deriva de su carencia de sociabilidad. Como siempre, urge separar al artista del hombre de a pie. Lo asegura Pete Townshend, de The Who: "Bobby es muy malo como conversador". Quizá también sea demasiado susceptible. Ian McLagan, teclista de los londinenses Small Faces, estuvo de gira con Dylan, y se sintió muy incómodo: después de saludarse al comienzo del recorrido, el cantante le estuvo evitando. Una noche, con el valor del alcohol, McLagan se lo recriminó. Tras unos minutos embarazosos, se aclaró el embrollo: poco sensible al acento cockney, Dylan había confundido un saludo amable con un dardo sarcástico.
Dave Stewart, de los Eurythmics, atesora otra sabrosa anécdota sobre el mutismo de Dylan y la discreción inglesa. Aguardaba a Dylan en su estudio de Londres y éste llegó con mucho retraso. Explicó que llamó a una casa y preguntó por Dave. Una señora le atendió: "Está fuera, pero entre a esperarle". Y es lo que hizo Dylan. Hasta que se presentó su marido y se desenredó la madeja: Dylan se había equivocado de calle, pero en aquella dirección también vivía un Dave.
Para evitar tales deslices, Dylan ya no se mueve solo. Paradójicamente, su disfuncionalidad tal vez explique su atracción por el oficio del músico itinerante. La llamada Gira Interminable le permite controlar el mundo que le rodea. A veces, ni siquiera acude a hoteles: prefiere quedarse en el autobús, donde todo está a su capricho. Aparte de los escenarios, poco conoce de los países que recorre. Su máxima audacia consiste en bajarse, a mitad de la noche, en alguna estación de servicio. Allí puede dedicarse a comprar souvenirs para turistas. Pero es ésa otra historia pintoresca que debe quedar para una futura entrega de Encounters with Bob Dylan.
Babelia
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