La revancha del 'hereje' Lefebvre
Perdonando a los cuatro prelados consagrados por el arzobispo cismático, el Papa da alas a los sectores que execran del Concilio Vaticano II por modernista
Larga sotana de negro impoluto, alzacuello blanco, pelo a cepillo, ademanes austeros pero firmes, la voz queda y la mirada altiva, dos jovencísimos sacerdotes charlan animadamente con los feligreses que esperan el inicio de la misa en la capilla Santiago Apóstol, en la calle Catalina Suárez, al sur de Madrid. Son las siete de la tarde, el viernes pasado. El salón es amplio y confortable, incluida una larga biblioteca con cientos de ejemplares a la venta. Como sonido de fondo, cantos y rezos en latín. Vienen de una coqueta capilla para dos centenares de personas. A esa hora apenas llegan a veinte. Asisten al Viacrucis, que dirige otro sacerdote, estación tras estación. Aparenta 40 años y tiene ademanes marciales. A veces canta, y los feligreses le contestan en un buen latín.
Muchos creen que el perdón del Papa no ha sido una gracia sino una rendición
"Nuestros obispos no fueron excomulgados por herejía o por vida moral reprobable"
Son los seguidores en Madrid del arzobispo Marcel Lefebvre (Tourcoing, Francia, 1905-Martigny, Suiza, 1991), y viven estos días abrumados de alegrías y sobresaltos. Benedicto XVI levantó el mes pasado la excomunión impuesta a sus prelados en 1988, al día siguiente de su ordenación episcopal por Lefebvre, desaconsejada con vehemencia por Roma. Pese a todo, la consagración fue válida y supuso el último cisma de la Iglesia católica. El Papa ha querido cerrarlo con su gesto.
"Nunca nos hemos sentido excomulgados ni cismáticos, pero esta decisión del Santo Padre nos viene a dar la razón. Le estamos muy agradecidos, pese a su tardanza. Hace tiempo que lo veníamos esperando, sobre todo desde la elección del papa Ratzinger. Estamos muy contentos", dice un portavoz.
La alegría se ensombrece por la negación del Holocausto judío y de las cámaras de gas nazis por boca de Richard Williamson, uno de los obispos rehabilitados. El escándalo ha alcanzado de lleno al Papa alemán, sobre todo en su país natal, y puede dar al traste con la plena reincorporación de esta hermandad de fieles en la Iglesia romana. Federico Lombardi, portavoz de la Santa Sede, lo ha dicho así: "Hay ahora una cierta comunión con el Papa, pero quedan situaciones por definir. La plena comunión se producirá cuando haya una solución de todos los problemas". El primer paso es que el obispo negacionista se retracte de sus declaraciones, cosa complicada porque le salen del alma.
Agrupados en la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, los lefebvrianos cuentan en España con trece parroquias y otros tantos lugares de culto, atendidos por un obispo (el cántabro Alfonso de Galarreta, nacido en Torrelavega en 1957) y media docena de curas. Dicen que cuentan con un millar de fieles. En este desapacible anochecer de viernes han pasado por la parroquia madrileña al menos medio centenar.
La excomunión emitida por Juan Pablo II en 1988 afectó sólo al arzobispo rebelde y a los cuatro obispos consagrados. Ni los sacerdotes ni los fieles que les siguen han estado excomulgados. "Yo vengo a misa aquí desde siempre, y pienso seguir haciéndolo. Aquí rezo y veo lo que me enseñaron cuando era pequeño", dice un feligrés. Jubilado, no aparenta los 60 años. Su esposa, mucho más joven, argumenta con mayor pasión. Se conoce de memoria los teléfonos de la parroquia y los de la "casa central" que la Fraternidad tiene a las afueras de Madrid. Del obispo Galarreta, sabe que ha estado la pasada semana "por acá" y que les "visita muchas veces", pero no quiere facilitar su localización. Se queja de que la prensa "no busca más que el escándalo y el escarnio".
Es imposible imaginar la excomunión de estos feligreses, pero también que hayan sido en estos años unos cismáticos, como se les tacha. Ríen, incluso con ganas. "Nuestros obispos no fueron excomulgados por herejía o por vida moral reprobable. De eso, nada de nada. Y hágase cuenta de nosotros".
Sobre los otros motivos del cisma, no sólo no rectifican, sino que presumen, como si fuese el Papa quien se acerca a la fraternidad, y no al revés. "Reconocemos al Papa como cabeza de la Iglesia y creemos todo lo que la Iglesia cree. A mí no me han enseñado otras cosas que las que aprendí de siempre. A veces leo que este Papa y los anteriores han gobernado muy mal nuestra Iglesia y que se han permitido cosas que no se debieron permitir, como esas misas que parecían guateques de barrio. Lo está diciendo ahora hasta Benedicto XVI".
Pese a no querer hablar con nombre y apellidos, los feligreses de Madrid parecen hartos y exhiben respuestas que tienen preparadas desde hace años. "Mire, mire. Antes de ser elegido papa, el cardenal Ratzinger acusó a algunos obispos de haber permitido reformas 'con el entusiasmo de los zelotes'. Mire, aquí está la frase, en esta revista. Llévesela, se la regalo yo".
Se titula Sí Sí No No. Revista católica antimodernista y, efectivamente, es un catálogo de las reformas conciliares matizadas en los últimos años por Roma, incluida la prohibición de decir la misa en latín y de espalda a los fieles.
Los excesos litúrgicos no eran lo peor. Lefebvre rechazó también las enseñanzas de fondo del Vaticano II, donde había participado. Las consideraba contrarias a lo proclamado por los grandes papas anteriores. En concreto, le dolía la desautorización a Pío X (1835-1914), que en la encíclica Pascendi, de 1907, había condenado sin miramientos el modernismo. También cuestionó algunos actos de Pablo VI y Juan Pablo II.
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