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Columna
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El retorno a la tribu

Josep Ramoneda

"Job British Workers First", las movilizaciones de trabajadores británicos pidiendo prioridad a la hora de adjudicar puestos de trabajo son un signo premonitorio de uno de los peores efectos que la crisis puede traer: el retorno del patriotismo proteccionista. Y lo digo así, porque de nada sirve poner por delante palabras como xenofobia y racismo. En Italia, donde la derecha ha cultivado sin escrúpulo, en este caso sí, la xenofobia, el problema viene de lejos. En España, mientras el paro se desboca, las encuestas empiezan a dar señales preocupantes de rechazo a los inmigrantes. La última, del CEO, cifraba en un 40% el número de catalanes hostiles a la inmigración.

Los que hace tan solo unos pocos días eran imprescindibles en un país que crecía al galope, ahora son un estorbo. El paro empieza a afectar significativamente a los españoles, y para muchos de ellos los inmigrantes son competidores directos para la conquista de un bien escaso como es ahora el trabajo. Es difícil en estas circunstancias que se reconozca que los inmigrantes han sido los primeros en pagar injustamente con el paro los pecados de los que provocaron la crisis. Y que precisamente porque han sido ellos los primeros, la conflictividad hasta ahora ha sido muy escasa. Y de poco sirve también recordar que muchos de estos inmigrantes recogieron trabajos que los autóctonos no querían y que, sin embargo, eran imprescindibles para que la rueda siguiera girando. En este momento, la realidad y la amenaza del paro dejan poco margen para los argumentos serenos. Y a menudo es más fácil convertir al paria en objeto de nuestras frustraciones que plantar cara a los poderosos. Pronunciando la exclusión de los otros, tenemos la sensación de ser alguien. Es el camelo nacionalista. La especie humana es especialista en engañarse a sí misma para sobrevivir.

Es más fácil convertir al paria en objeto de nuestras frustraciones que plantar cara a los poderosos

Se puede comprender la desazón con que viven algunos españoles -sin trabajo y con la vivienda cercada por la hipoteca- una crisis que, como todas, es tremendamente injusta en el reparto de sus crueles consecuencias. Pero lo que es inaceptable es que los dirigentes políticos y sociales -portadores de responsabilidades colectivas- aprovechen este malestar para capitalizarlo políticamente dando carta de naturaleza, ahora sí, al racismo y a la xenofobia. Es un error moral, por supuesto. Pero no voy a entretenerme en ello para no dar, al coro de intelectuales conservadores, la fácil coartada de la crítica al buenismo. No deben estar muy seguros moralmente si tienen que legitimarse llamando buenistas a quienes claman contra el racismo. Y no debe ser cómodo compartir argumentos con personajes como el ministro del Interior italiano, Maroni: "Con los clandestinos hace falta ser malos, no buenistas".

Más allá de las razones morales están las políticas y económicas. Y el proteccionismo patriotero sería un desastre en ambos campos. La respuesta del neoliberalismo no hay que encontrarla en la reconstrucción de los bastiones nacionales sino en el cosmopolitismo reformista, que pasa por el refuerzo de las instituciones políticas a escala global y por la capacidad de éstas de controlar y regular al poder económico. Mal nos adaptaremos a un cambio de paradigma si regresamos a las tentaciones endogámicas y a las lógicas de exclusión del pasado. Pero la tentación es grande para los políticos y lo será más cuando se vayan acercando las citas electorales.

Cuando de conquistar el poder se trata, siempre hay gente dispuesta a saltar sin escrúpulos sobre las bajas pasiones de la ciudadanía. Y esto sí que es democráticamente inadmisible, porque la primera obligación de un líder demócrata es defender los valores de la democracia. Y el racismo y la xenofobia no figuran entre ellos. En una legislatura tensa como la anterior, figura, sin embargo, en el haber de Rajoy el no haber recurrido apenas al populismo contra la inmigración. Lo cual no venía garantizado por los antecedentes: Aznar utilizó indecorosamente el conflicto de El Ejido como trampolín para su mayoría absoluta. Esperemos que las frustraciones de la actual crisis interna del PP no lleven a Rajoy a cambiar su conducta. Y que ponga en su sitio a los que, en su partido, intenten hacerlo. Por lo que hace al Gobierno, la ridícula consigna "consuma productos nacionales" no es precisamente un buen augurio. El ruido de la tribu suena para todos. Esperemos que los nacionalistas periféricos se dejen llevar también por esta música. En cualquier caso la alternativa al mal llamado neoliberalismo que nos ha llevado a este desastre no puede ser nunca el proteccionismo: ni el económico ni el ideológico o patriótico.

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