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Segundo elogio de la barraca

El próximo 22 de febrero cierra sus puertas la exposición Barraquismo. La ciudad informal. Como hiciera notar Jordi Borja desde estas mismas páginas (EL PAÍS, 21-7-2008), las fuentes documentales y humanas exhibidas en el Museo de Historia de la Ciudad de Barcelona merecen ser conocidas, puesto que nos ponen al corriente de una forma de crecimiento urbano característico de una dilatada etapa de la historia de ésta y otras ciudades del país. Esa valoración positiva no es incompatible con una crítica al argumento que se destila de la exposición, según el cual los barrios de barracas fueron un fenómeno asociado a la miseria económica, social y moral del franquismo, superado del todo gracias a la planificación urbana más justa y racional que acompañó el advenimiento de la democracia formal en 1977.

Ese happy end no se corresponde con lo que apunta la investigación en la que se inspira la exhibición, debida a un grupo de trabajo del Instituto Catalán de Antropología, dirigido por Cristina Larrea y Mercè Tatjer, y que respondía a un encargo del Inventario del Patrimonio Etnológico de Cataluña. La conclusión a la que en él se llega no es la de que el abandono de las tipologías informales de crecimiento urbano fuera un triunfo. En un artículo publicado en el último número de la Revista d'Etnologia de Catalunya, el 33, el equipo que realizara el estudio sostiene que "la erradicación del barraquismo fue casi siempre un impulso que respondía más a las necesidades y proyectos urbanísticos que se presentaban, que no a una política decidida a solucionar un problema social". La eliminación de los barrios de autoconstrucción no supuso dejar atrás la cuestión de la vivienda económica, que continuó pendiente, cuando no se agravó.

Esa fue la intuición de un artículo publicado por Oriol Bohigas el 27 de enero de 1957 en Solidaridad Nacional, titulado Elogio de la barraca. En él se razonaba que el barraquismo había hecho posible la incorporación de sucesivas oleadas de inmigrantes, que colonizaban áreas periféricas o intersticiales de la ciudad luego llamadas La Perona, el Carmel, Somorrostro, Can Valero, etcétera. Los nuevos barceloneses generaban allí un urbanismo espontáneo, grosero si se quiere, pero en que se hacía manifiesta la creatividad con que los segmentos más vulnerables de la sociedad estaban dispuestos a adaptarse al duro contexto al que se enfrentaban.

Lo que sustituyó esas modalidades de autogestión del territorio fueron, desde finales de la década de 1950, los polígonos de viviendas, segregados de los núcleos urbanos, sin apenas equipamientos, con malas infraestructuras y de una pésima calidad arquitectónica y urbanística. La nueva situación implicaba un paso atrás, puesto que la vía de integración en la forma y en la vida urbanas que constituían los asentamientos chabolistas era preferible a la deportación fuera de la ciudad y en relativas mejores condiciones de buena parte de la clase obrera. Escribía Bohigas: "La pobre y alegre barraca es una solución más humana, una solución mejor planteada urbanística, arquitectónica y éticamente" que los monstruos mastodónticos y desangelados que estaba propiciando la mezcla entre especulación capitalista y demagogia política en que consistían las iniciativas franquistas en materia de vivienda. Barracas: "No las destruyamos, por favor, si no es para superarlas", concluía Bohigas. Y si las barracas se suprimieron no fue para superarlas, sino para arrebatarle a las clases populares lo que les quedaba de control sobre su propia vida cotidiana.

Ese cuadro no sólo no ha mejorado, sino que ha ido a peor. Las ciudades-dormitorio fueron un remedio peor que el del barraquismo, pero siguieron siendo un remedio. Ahora, ni barracas ni bloques. La solución a un problema de la vivienda tan grave en la actualidad como el que conociera Barcelona décadas atrás ha sido..., ninguna solución. A lo sumo, algún apaño.

A lo largo de la primera mitad del siglo XX la posibilidad de obtener un techo bajo el que vivir quedaba garantizada al menos por el recurso a levantarse uno su propia barraca donde fuera. Hoy, ni eso, ni nada. Si eres declarado insolvente, la ciudad no será para ti. Y de ahí una vindicación del chabolismo que ha tenido dos expresiones recientes. En 2003, el FAD promovía, en el marco del Año del Diseño, una serie de actividades acerca de la vivienda de emergencia bajo el epígrafe de Barraca Barcelona. En el otoño de 2005, activistas antiespeculación convocaban una "chabolada" a las puertas del Parla-mento de Cataluña. El sentido de ambas iniciativas era el mismo: reconocer en las barracas valores positivos vigentes. Hoy los jóvenes, los mayores, los inmigrantes, los nuevos y viejos sectores sociales fragilizados, merecerían que se les permitiera reunir fuerzas y materiales con los que hacer surgir nuevos barrios de barracas. De la mano de esas humildes construcciones les sería dado a los débiles conquistar, ahora, por su cuenta, ese derecho al hogar que las leyes les prometen, pero que los poderes les niegan.

Manuel Delgado es profesor de Antropología Urbana en la Universidad de Barcelona

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