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Crónica:Las secuelas del vendaval
Crónica
Texto informativo con interpretación

"Sáqueme de aquí, señora; no se vaya"

Una vecina explica el rescate de los niños de entre los escombros. Lunes de luto en las escuelas de las víctimas

"Llevo dos días sin dormir porque no se me van de la cabeza esos niños. Lo que ha pasado es una desgracia muy grande". Cubierta con un anorak negro que no esconde la bata de boatiné ni las zapatillas de estar por casa, Rosario Heredia, evocó ayer el rescate de varios niños a los pocos segundos de producirse el derrumbe del pabellón anexo al campo de béisbol del barrio de Camps Blancs de San Boi.

Eran poco más de las once de la mañana cuando se asomó por la ventana de su humilde vivienda, el tercero primera del bloque 105. Temió que el fuerte viento desplazara su vehículo, aparcado justo enfrente, en la entrada del pabellón, y bajó a asegurarse de que estaba bien frenado. "Nada más salir a la calle me tuve que agarrar a una papelera porque el vendaval se me llevaba", explicó. Hasta que en cuestión de segundos se vino abajo la cubierta. "El ruido fue muy fuerte y yo pensé, ¡ay, mi coche, mi coche!, pero el coche estaba bien.

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"Luego empecé a oír gritos de ¡socorro! ¡socorro!, de entre los cascotes. Yo también me lié a chillar porque no podía creer lo que estaba viendo", recuerda la mujer, de 34 años. "Un monitor me dijo que me tranquilizara y que le ayudara a sacar a los niños pisando donde él me dijera". Y así ocurrió. "El primero que cogí tenía los brazos rotos y la cara magullada. Cuando salía con él en brazos se me enganchó otro a las piernas y me dijo: sáqueme de aquí, señora; no se vaya".

Charo volvió y le rescató. Y así hasta en siete ocasiones. "La primera vez que salí llamé a los vecinos y enseguida se llenó esto de gente. Casi todos éramos gitanos, pero también había algún castellano (sic)". Su primo cogió en brazos una de las víctimas mortales y se lo pasó a ella, formando una cadena humana por la que iba transitando el dolor y la muerte. Uno a uno, los cuerpos de los pequeños fueron tendidos en el césped del campo de béisbol, estuviesen vivos o muertos, a la espera de que llegasen las ambulancias y los Mossos d'Esquadra. "Pensamos que eso era lo mejor, dejarlos estirados y tapados con mantas y abrigos. Cuando vinieron ya los habíamos sacado a casi todos.

"Ha sido el viento y ya está. Nada puede parar al aire a cien por hora. Naide, naide (sic) tiene la culpa", puntualiza Juan Heredia Manzano, el tío de Charo, imbuido de ese aire patriarcal gitano que da la edad y la indumentaria. "Yo llevo 42 años en el barrio, desde que lo hicieron y no había visto nada igual". Tras de él, numerosos árboles arrancados de cuajo corroboran la fuerza del viento en aquellos instantes. Las velas que se amontonan en la entrada del estadio no puede mantenerse encendidas ni un instante. "Eric, Mario, Xavi, Joel. Cuatro ángeles se van al cielo. Siempre estarán en nuestros corazones", puede leerse en un folio escrito por unas amigas.

Joan Valldeoriola, director de la escuela San Josep, a la que iban Mario y dos de los chavales heridos en el accidente que siguen en el hospital, explica que acudió al lugar con picos y palas cuando se enteró de lo ocurrido. Colaboró con la policía en localizar a los padres de los niños, aportando los datos de los que dispone el centro.

Luego tuvo que encarar la vuelta al colegio de los compañeros de Mario, ayer, tras el fin de semana. Las cuatro escuelas a las que iban los niños decidieron abrir el lunes. Varios psicólogos ayudaron a los maestros a preparar el mal trago de explicar el accidente mortal a los compañeros de las víctimas. "Muchos venían con las impresiones violentas de los medios de comunicación. Aquí les hemos querido dar espacio para despedirse, desfogarse y emprender su luto personal", explica una maestra tutora de Mario.

"Queremos que se queden con lo mejor de él: era muy amigo de sus amigos", dice la maestra. Y añade que con el béisbol "se le encendió la chispa". Entró en contacto con este deporte hace unos años, explica, cuando unos representantes del club de béisbol, muy arraigado en Sant Boi, realizaron su visita anual a la escuela para acercar este deporte a los alumnos. Desde entonces, asegura la maestra, el chaval atrajo hacia este deportecon a varios compañeros gracias a su don de gentes. Mario aparece con un bate en muchos de los dibujos que le han dedicado sus compañeros de quinto.

Eric, otra de las víctimas mortales, también se enganchó al béisbol tras probar otros deportes, explica Eugenia Fernández, la directora de la escuela Barrufet, a la que acudía el chaval. "Una escuela de barrio, de gente trabajadora", añade, orgullosa. Y define a Eric como "una persona menuda, una gran persona", que preparaba su paso al instituto -estaba en sexto- con "ganas de aprender y de experimentar". La escuela hizo por la tarde un acto íntimo de despedida con sus alumnos.

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