El mutismo de las vacas
Justo cuando los entendidos auguran años de vacas flacas, Madrid ha sido invadida pacíficamente por más de un centenar de vacas artísticas llenas de colorido. Están distribuidas por zonas de Centro, Salamanca y Retiro. En vez de pastar, se dedican a insinuar guiños de sosiego a quien las observa detenidamente. Parece que Madrid se calma así un poco de los sustos que nos dan los agoreros y el bolsillo. Se marcharán con la primavera, pero debieran quedarse.
En el reino literario y en la fauna, muchas bestias han pasado a la historia, pero no hay vacas célebres (a pesar de las vacas sagradas, que son multitud)). Injusticia vergonzosa. La vaca es uno de los bichos que más han ayudado a la humanidad. La hemos explotado y ella ha tolerado de todo con estoicismo y abnegación. Siempre me ha parecido que las vacas saben demasiado. Es un misterio el porqué de esa mirada tan serena, tan pacífica, tan estoica, siempre enfocada al Norte. No se asustan por casi nada. No hablan, al parecer, pero se pasan el día rumiando, dándole al coco. No es extraño que algunas se vuelvan locas, por la misma razón que Don Quijote.
La única vaca famosa en la música popular es Mi vaca lechera, uno de los temas más cantados en la posguerra, de los madrileños Fernando García Morcillo (música) y Jacobo Morcillo (letra): "Qué felices viviremos / cuando vuelvas a mi lado, / con sus quesos , con tus besos, / los tres juntos, ¡qué ilusión!". Esa vaca, además, da "leche merengada", estupenda para el Real Madrid en estos momentos. El autor de la letra, muerto en 2004, fue un personaje peculiar: espía infiltrado en el anarquismo (llegó a escribir discursos a Durruti), voluntario de la División Azul, jefe de policía de Madrid y primer representante artístico de Julio Iglesias.
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