El sentido de las palabras
Estos días se ha tomado demasiadas veces la palabra genocidio en vano. A raíz de la ocupación militar de Gaza por Israel el término genocidio se ha visto en repetidas ocasiones tanto en artículos de opinión como en las pancartas de las manifestaciones de protesta. Desde que un conocido escritor en visita a Palestina tuvo la irresponsable ocurrencia de comparar lo que allí ocurría con Auschwitz, parece que hay licencia para el disparate. A menudo, los escritores olvidan que su principal compromiso es con la palabra. Y hay que ser cuidadoso con ellas. Genocidio es una palabra demasiado fuerte como para devaluarla alegremente. Un genocidio, conforme al diccionario, es "el exterminio o eliminación sistemática de un grupo social por motivo de raza, de religión o de política". Ni la estrategia de humillación sistemática que Israel practica con los palestinos, ni la intervención militar de estos días en Gaza, se corresponden con la palabra genocidio.
No por ello la invasión deja de ser censurable. Y hay una opinión muy extendida de que Israel ha cruzado todas las líneas rojas en esta operación. El oportunismo del ataque lo hace especialmente detestable. Una parte del Gobierno -los ministros de defensa, Barak, y de asuntos exteriores, Livni- la ven como una oportunidad para ganar votos ante las inminentes elecciones. El primer ministro Olmert, que se retira, quiere lavar la imagen de derrota con que saldó su intervención en el Líbano. Y unos y otros aprovechan el vacío de poder americano, no fuera que Obama optara por una mayor neutralidad en el conflicto. El balance de este vergonzoso tacticismo es, de momento, de mil muertos. Todo muy deplorable. Pero no es genocidio.
La reducción de la política a la lucha entre el bien y el mal de la que la Administración de Bush ha hecho su ideología, ha ido regando como lluvia fina todo el planeta. Cuando todo se reduce a un conflicto entre buenos muy buenos y malos muy malos, el saqueo al vocabulario es inmediato. Desbordado el sentido de las palabras, el paso siguiente es la coacción. Algunos intelectuales catalanes han sido amenazados y estigmatizados como sionistas. Es perfectamente posible protestar contra los abusos de poder y los crímenes que Israel pueda cometer, sin necesidad de forzar las palabras. Y es perfectamente posible comprometerse con los palestinos (o con los judíos) sin que ello signifique que toda la razón cae de un solo lado. No hay solución si no hay reconocimiento mutuo real. El problema está enquistado: Israel no reconoce Hamás y Hamás no reconoce a Israel. Que Hamás es un estorbo no hay ninguna duda. Pero está allí y es un actor central del problema.
"Quiero forzar las fronteras humanas para ir más allá de las divisiones de raza y región, género y religión, que nos impiden ver lo mejor de cada uno", ha escrito el presidente Obama, en vigilia de su toma de posesión, en una carta dirigida a sus hijas. Adiós al choque de civilizaciones, adiós a conceptos que nos encasillan en identidades aparentemente irreconciliables. Es un indicio esperanzador de que la guerra vuelva a ser realmente el último recurso y no un instrumento más de la acción política.
Naturalmente, la propaganda es en sí misma un ejercicio de banalización de las palabras. Ocurre con la propaganda israelí, por ejemplo, en el rechazo a la palabra desproporción, es decir, en la negación a considerar la justa relación entre medios y fines, o en el intento de presentarse como víctima al mismo tiempo que desata una operación militar sin piedad alguna. Ocurre en la negación permanente de la realidad -el mito de la Gran Palestina- con que Hamás somete a su población, exponiéndola a riesgos que sabe que no puede evitar. Y ocurre en el lamentable espectáculo de la comunidad internacional. Ahora toca hablar de tregua. Por mucho que cesen las hostilidades, no podemos tragar este sapo. Simplemente, Israel dará por terminada la operación militar porque ya ha conseguido sus objetivos -principalmente atemorizar a la población palestina, dar carnaza a la suya y no entrar en una fase más arriesgada de operaciones que podrían arruinar la credibilidad del Gobierno-. Que nadie quiera apuntarse un éxito diplomático que no existe.
¿Será Obama capaz de imponer a Israel el abandono completo de los territorios ocupados y de conseguir que Palestina construya un Estado viable? Éste es el único guión posible para acabar con las bombas y con los terroristas suicidas y para devolver el pleno sentido a las palabras. -
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