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Columna
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Errores comunes

Antonio Elorza

Antes de que se produjera la invasión de Gaza, el 27 de diciembre, remití la siguiente nota a la revista Claves, al corregir las pruebas de un ensayo donde trataba del antisemitismo: "A la vista de la barbarie israelí en Gaza, convendría añadir en nota a pie final que este artículo no implica el menor grado de aprobación de la política seguida por el Estado de Israel sobre los territorios palestinos". ¿Más claro? Sólo que sí importa conocer qué fue antes, si la gallina o el huevo, en contra de lo que se ha escrito. Sucedió algo parecido con el conflicto ruso-georgiano. El Gobierno israelí y Putin han ordenado invasiones brutales, pero no han fabricado la causa: agresiones previas de Georgia y de Hamás que provocaron las respuestas desmesuradas. La responsabilidad de éstos al condenar a sus ciudadanos a una tempestad de fuego y de muerte no puede ser cancelada. Y ha de ser tenida en cuenta al buscar una solución que no sea la reiterada una y otra vez por los portavoces del mundo árabe de que cese la agresión israelí sin más, es decir, que la organización yihadista, cuya meta no es otra que destruir Israel, pueda seguir lanzando esos misiles que al matar poco no suscitan la menor preocupación a nuestros pacifistas selectivos.

El Gobierno israelí y Putin han ordenado invasiones brutales pero no han frabricado la causa

Resulta claro que el obstáculo insalvable ha sido hasta hoy la obstinación de Israel en incumplir las resoluciones que le ordenaban devolver los territorios ocupados en la guerra de 1967, sembrándolos además de colonos. Una actitud a largo plazo suicida, pues de esos polvos vienen estos lodos. Pero conviene enterarse asimismo de quién es Hamás, tan explícita en sus ideas y procedimientos terroristas como Lashkar-e Taiba organizadora de la masacre de Bombay, cuyos casi 200 muertos en pocas horas, con una mayoría de civiles asesinados en masa en la estación de tren, no suscitaron aquí otra cosa que cortinas de humo. Ni siquiera ha habido curiosidad por ser al-Andalus uno de los objetivos de Lashkar, prueba de su integración en el yihadismo mundial. Tampoco Darfur interesa a nadie.

Todo se arregla en el plano teórico con la censura a Occidente y con la angelización del Islam, como proponía aquí en adelanto de su libro sobre este tema el notable teólogo J.J.Tamayo. Arrancamos de la inevitable condena de las caricaturas danesas, "uso irresponsable de la libertad de expresión". Tamayo dice conocer "el verdadero significado de yihad", esfuerzo hacia Dios y no "guerra santa contra los infieles". El problema reside en que en el Islam lo que cuentan inseparablemente son las palabras del Corán y de la Sunna (sentencias y hechos ejemplares del profeta), integrantes de la sharia inmutable. Y ahí si bien yihad es inicialmente esfuerzo hacia Alá, desde que Mahoma pisa Medina pasa a ser esfuerzo bélico, guerra en la senda de Alá, en decenas de casos en el Corán y en centenares de las sentencias o hadices, sin excepción alguna en las compilaciones "seguras" (al-Bujari, Muslim).

Con la buena voluntad de un exégeta no basta para modificar los textos sagrados. Y otro tanto ocurre con la situación de la mujer que si está marginada, se nos dice, eso "no responde a los orígenes del islam ni a la praxis y al mensaje originario del Profeta". ¿Qué significa entonces la declaración de inferioridad de la mujer, castigo físico incluido de ser desobediente, contenida en el versículo 4,34 que inspiró al imán de Fuengirola? Y si hablamos de "reconocimiento jurídico", ¿qué decir de la cláusula según la cual su testimonio vale la mitad que el del hombre, sobre lo cual basa de nuevo el Profeta la declaración de su inferioridad?, ¿qué hacemos con los múltiples textos donde la menstruación constituye prueba inexorable de su impureza? Y la ablación del clítoris, ¿"no tiene que ver con el Islam"? El teólogo más influyente del Islam actual, al-Qaradawi, presidente de la Asociación Internacional de Ulemas y predicador de al-Yazeera, la recomienda, hadiz mediante. Luego algo tiene que ver. En fin, según Tamayo, "nadie puede apelar al Profeta para justificar la lapidación de las mujeres", y cita el 24.3 del Corán donde a los fornicadores se les dan 100 latigazos. Aunque en el 4.5, a las fornicadoras o adúlteras, no se las flagela, pero sí se las recluye hasta la muerte. Sobre todo como los hadices son igualmente obligatorios, la cuestión en ellos se resuelve por adición, citando lo que el Profeta dictaminó: flagelación y lapidación. Leamos todo.

Feyjóo y el desengaño de los errores comunes. Evocación necesaria.

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