Ferro Caaveiro, gloria y declive
Lo normal es recordar a las personas por sus obras, no por aquellos proyectos que no llegaron a hacer. En Compostela hay tres excepciones, y todas convergen en el Obradoiro: el osado plan de Antonio Palacios para la rúa de Galicia, la plataforma de telecomunicaciones del monte Pedroso de Norman Foster y el consistorio de Lucas Ferro Caaveiro.
Caaveiro es un caso paradigmático de la gloria y el declive. El último de los magníficos maestros del barroco compostelano, con Andrade, Simón Rodríguez, Casas Novoa y Sarela, sufre directamente la transición estilística y es, al tiempo, el más permeable a la innovación, pues se mueve entre el barroco, el rococó y el eclecticismo.
Eduardo Beiras acaba de hacer una contribución decisiva para la reivindicación de este arquitecto culto y cosmopolita. Lucas Ferro Caaveiro e a cidade de Santiago de Compostela da a la luz la concienzuda investigación de este médico humanista, empapado de Compostela, melómano y protector de la cultura. Libro necesario y muy bien escrito que ofrece un preciso análisis estético y estilístico de las obras compostelanas de Caaveiro, encajándolas históricamente y referenciándolas en el contexto artístico internacional.
Este arquitecto culto y cosmopolita sufrió en propia carne el cambio del barroco compostelano
En las ciudades históricas es donde se expresa mejor el poder. La conformación de la escena urbana a lo largo del tiempo y las formas arquitectónicas esculpidas en piedra reflejan, como los documentos, los acontecimientos que se pueden reconocer en sus estratos, los encuentros y luchas de la sociedad para la que trabajaron artífices que participaron del reconocimiento y también del menosprecio.
La Compostela del XVIII fue la palestra del conflicto entre los poderes local, eclesiástico y real, donde, por cierto, el ayuntamiento lleva la peor parte. Caaveiro trabajó para todos: en la catedral, en las obras municipales y en el hospital real, "casa y palacio que Su Majestad tiene en esta Ciudad", y sufrió sus consecuencias. Eduardo Beiras pone las cosas en su sitio: la munificencia de Rajoy no era para tanto; en 1760 el ayuntamiento toma la iniciativa, con la anuencia del arzobispo, de encargar su sede en unos terrenos de propiedad municipal, pero Rajoy, después de muchos tiras y aflojas para aceptar patrocinar las obras, en las que se incluye una residencia sacerdotal, se desentiende del proyecto de Caaveiro. Se puede decir que se ha perdido un gran edificio, de rigor, racionalidad y simetría perfectas, tal como revela el autor en su análisis meticuloso de los planos de la fábrica.
El conflicto de poderes se expresa en términos estilísticos. Caaveiro sufre en propia carne el cambio del barroco compostelano, en el que la Iglesia manifiesta su potestas, al neoclasicismo impuesto desde la Academia bajo los auspicios borbónicos. La casa consistorial no fue su única frustración; en otro encargo significativo hubo de renunciar al logro pleno de su proyecto. Después de su gran labor de reconstrucción de la sala capitular y dependencias anexas de la catedral, en 1757 se le encarga la fachada de la Acibechería. Iniciadas las obras, diferencias formales insalvables con el comitente y su consiguiente cese como maestro de obras de la catedral conducirán a que se encargue al maestro del Rey, Ventura Rodríguez, la culminación del encargo.
Este ambiente debió transmitirse a los ciudadanos y al propio seno de las familias, que veían como la fisonomía urbana cambiaba sin mayor explicación. Los canteros del Obradoiro que acababan de esculpir la florida fachada han de adaptarse al racionalismo neoclásico; imagino los debates entre Lucas Ferro y su hijo Miguel, que fue perito del proyecto de Lemaur para el consistorio, cárceles, seminario y viviendas de niños de coro y acólitos, que por decisión real suplantó al de su padre.
El libro sitúa a Caaveiro en el plano que merecen edificios como la hermosa iglesia de san Fructuoso, con el original remate de las virtudes cardinales, o la magistral conclusión de los patios posteriores del Hospital Real, la casa del Toural, el colegio de Irlandeses en la rúa Nova, obras públicas como la calzada y puente de Sar, trabajos menores como fuentes e incluso el diseño de castillos de fuegos artificiales. Debe figurar con mayúsculas en la nómina de arquitectos de la ciudad este hombre que, sin renunciar a su estirpe barroca, busca un nuevo camino en aras, como señala Vigo Trasancos en el prólogo, de la vivificación de la imagen de Compostela.
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