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Reportaje:

Cartas desde el Batallón Rojo

Benissa reclama los restos de los republicanos caídos en Guadalajara

Ésta es una historia de nombres enterrados por el tiempo y por la guerra. Julio Cabrera, Vicente Crespo, Juan Ivars Torreta, José Ivars, Vicente Frau... Quiénes eran, dónde nacieron, a qué se dedicaban sus padres, por qué quisieron ir a una guerra, por qué muchos no tienen lápidas sobre sus tumbas, son preguntas sencillas, pero de respuesta trascendente: salvan a esos nombres del olvido. Para rescatar su memoria, el Ayuntamiento de Benissa ha iniciado gestiones para exhumar los cuerpos de 10 vecinos republicanos caídos en Guadalajara y enterrados en una fosa común. De la memoria de aquellos días, además, deja constancia el cronista oficial de la población, Joan Josep Cardona.

Tres de diciembre de 1936, seis de la madrugada. Frente de Guadalajara, entre Jadraque y Miralrío, sector del Palacio de Ibarra. Hace mucho frío, está a punto de nevar. El frente, tranquilo durante los últimos días, se convierte de pronto en un infierno: tropas franquistas, requetés y soldados navarros atacan con metralla una posición republicana mal defendida. Pertenecen al Batallón Alicante Rojo y son de Benissa. Uno de ellos, Julio Cabrera, al ver caer herido a un compañero, abandona la protección de su parapeto para socorrerle y muere de un tiro.

UGT y Juventudes Socialistas captaron voluntarios de la Marina Alta y Baixa

Tres días antes, el 30 de noviembre, en la retaguardia del cuartel de Alcalá de Henares, Cabrera había escrito una carta a sus padres para asegurarles que se encontraba bien. La carta da otros detalles: "Cuando nos dan permiso nos vamos a un casino donde hay piano y yo toco y los compañeros de Pego me convidan a café". Este fragmento no sólo revela que a Julio Cabrera le gustaba la música, sino que estaba rodeado de gentes de pueblos muy cercanos al suyo. O sea, las gentes que formaban el Batallón Alicante Rojo.

Aquella unidad había sido compuesta tres meses antes, en septiembre de 1936, por la UGT y las Juventudes Socialistas con voluntarios que habían acudido a la llamada de la lucha contra el ejército golpista de Franco desde Pego, Calp, Benidorm, Finestrat, Sella, Relleu, Aspe, Monóvar, Elda, La Vila Joiosa o Benissa. Se concentraron en Alicante el 26 de septiembre y desde allí se desplazaron hasta Alcalá de Henares, donde recibieron una instrucción muy deficiente, basada en simulacros y sin disparar ni un solo tiro. En su carta, Cabrera lo describía de un modo un tanto poético: "Anoche hicimos guardia de once a una Francisquet de Ventura y yo. Es una cosa fantástica pasearse de noche con un fusil a la luz de la luna y en el gran silencio que reina nada más se oye que el murmullo del río".

A la espera de la batalla, Cabrera tranquiliza a su madre, como hacen todos los soldados que han participado en todas las guerras, asegurándole que come bien y que ha engordado. Y da fe de otros descubrimientos que invitan al optimismo: "Quisiera que vieras a los valientes aviadores rusos las pruebas que hacen con los aparatos. Tienen unos trimotores tremendísimos y el otro día vino a visitarnos un coronel ruso". Unas 72 horas después, el ataque fascista acabó con Julio Cabrera y otros muchos camaradas, nueve de ellos también de Benissa. Aquí debería acabar esta historia. Pero un soldado no murió. El soldado al que Cabrera intentó ayudar. Se llamaba Francisco Ronda. Sus vivencias, recogidas por Cardona, facilitan más respuestas contra el olvido.

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Testimonio de un superviviente

Cuando los fascistas asaltaron la trinchera, nadie del Alicante Rojo parecía quedar vivo. Pero Ronda lo estaba. Según describe Cardona, "con el pie destrozado por una bomba, logró arrastrarse hasta ocultarse en unos matorrales mientras perdía la mayor parte de su vestimenta. Comenzó a nevar. La pérdida de sangre le originó insufrible sed. Tuvo que beber su propia orina y chupó hojas de las encinas. Allí acurrucado, sólo pensaba en la muerte hasta que ya por la noche oyó acercarse a un grupo de soldados. Desconocía a qué bando pertenecían, pero de pronto escuchó un apellido conocido, un tal Soliveres de Calp. Entonces pidió ayuda. Era un destacamento republicano que venía a recoger a muertos y heridos. Tras una cura de urgencia, Ronda fue trasladado al hospital de Guadalajara".

Mientras desde Benissa llegaban familiares para interesarse por el destino de sus hijos y trasladar a los heridos, Cabrera y sus 9 camaradas fueron enterrados el 4 de diciembre en un rincón del cementerio de Miralrío, envueltos en mantas en una fosa común. Ahora, la Ley de la Memoria Histórica ha permitido al Ayuntamiento pedir su exhumación para traerlos de vuelta a casa. Una forma de que ningún nombre se pierda.

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