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Columna
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El zapato

2008 terminó con el anuncio del presidente del Gobierno de España, formulado en Sanlúcar de Barrameda, de que la llamada deuda histórica sería satisfecha en breve plazo, y 2009 ha comenzado con la gestión de la cuenca del Guadalquivir por la Junta de Andalucía. A la espera de la cuantía y del momento de pago de esta cantidad, de obligado cumplimiento según el Estatuto, parece que cada vez quedan menos luchas para los irredentos. Aunque no es el momento, nunca he comprendido muy bien la deuda histórica. Quizás el nombre que se le ha dado a esta disposición estatutaria no le ha hecho ningún favor. Para toda España y para los pocos andaluces que han oído hablar del asunto es como si el Estado tuviera que pagar una cantidad por el atraso secular de nuestra tierra. En otras comunidades no lo comparten, sobre todo las menos desarrolladas, y me malicio que en Madrid lo han entendido menos aún. Pero se aprobó por las Cortes y en referéndum y no hay nada más que hablar sino fijar la cantidad y la forma de pago. Establecer la cuantía no creo que haya sido fácil porque a fin de cuentas todas las comunidades recibieron servicios y cuesta mucho comprender que en Andalucía el cálculo se hizo mal y hay que corregir ahora.

Al margen de malentendidos, de los recelos que llegan de fuera y de las críticas maximalistas que vienen de dentro, dos de los últimos grandes asuntos de nuestra comunidad se van a resolver en pocas fechas. Los grandes ideales románticos y la utopía revolucionaria quedan ya bastante lejos. Qué tiempos aquellos en los que Andalucía se movilizaba para la reforma agraria, el reconocimiento de la nacionalidad y metas similares. Aquellas marchas por la reforma agraria cuando Antonio Romero era un líder jornalero y podía todavía recorrer andando un trecho. Aquellas tomas de fincas que empezase el camarada Ramón Lobato con Isidoro Moreno, Diamantino García, Paco Casero y tantos otros, esas movilizaciones del campo cuando se pensaba que por la vía de la reforma agraria iba a llegar la redención del secular atraso andaluz. Cuando CC OO llevó por los caminos andaluces a tantos jornaleros como ilustró la magnífica foto de Pablo Juliá. Cuando el SOC del SAT de la CSUT iba a hacer una revolución agraria que ríase Mao. Todo eso, junto con la Mano Negra, el asalto al registro de la propiedad en Bujalance, Casas Viejas y El Indiano han pasado a mejor vida. La huelga de hambre de Escuredo se ve ahora como una extravagancia o, todo lo más, un gesto romántico del que apenas se habla. Nuestra Atapuerca política es un alcalde con pañoleta, pero Andalucía ha tomado el pulso de su futuro con innovación y trabajo. Es posible que no vayamos a la velocidad que muchos desearan, que el turismo haya suplido a la agricultura, pero ahora hay en Andalucía lugares donde la investigación y el desarrollo están a un nivel puntero, aunque siempre nos quedarán los recuerdos de cuando creíamos que las luchas agrarias iban a cambiar esta tierra. Al final el campo lo cambió el PER, lo que son las cosas. Ahora en Marinaleda se movilizan para la televisión con el secuestro de una sucursal bancaria o para insultar a la duquesa de Alba. Ya no quedan palacios que asaltar ni revoluciones que hacer. Si no fuera por la crisis internacional o por las pateras esto parecería un balneario. Ni siquiera nuestros revolucionarios parecen dispuestos a la huelga general.

Puede que en el futuro tengamos otros horizontes y otras alamedas pero ahora hemos llegado al punto en el que desde Cataluña se quejan del papel protagonista de Andalucía en la negociación de la financiación. Quién lo iba a decir hace 30 años, cuando aquel lema de "si el andaluz rico piensa en Madrid y el andaluz pobre piensa en Cataluña ¿quién piensa en Andalucía?", o la petenera "emigrantes andaluces, qué pena que un tren os lleve, quién os pudiera esconder, entre olivaritos verdes". El mayor gesto revolucionario que nos permitimos es tirar un zapato. Nos hemos vuelto unos cínicos.

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