Las razones de Godoy
Memorias. Las Memorias del Príncipe de la Paz, como tituló Manuel Godoy este largo texto reivindicativo de su actuación al frente del Gobierno de la monarquía española entre 1792 y 1808, son una de las fuentes inexcusables para el conocimiento del reinado de Carlos IV. Y ello a pesar de todos los pesares: el obvio subjetivismo que es inherente a este género de escritos, su carácter explícitamente reivindicativo reclamado desde el propio subtítulo (Memorias críticas y apologéticas) o su tardía publicación en 1836, una fecha alejada de los hechos expuestos, cuando su protagonista vivía los días de su exilio en París, después de haber residido muchos años en Roma junto a Carlos y María Luisa, los reyes ya sin corona a los que siempre se mantuvo fiel. Las razones que avalan su pertinencia se derivan paradójicamente de las mismas circunstancias que suscitan los recelos: Godoy habla con aplomo de unos hechos que por constituir su experiencia personal conocía mejor que nadie, trata de fundamentar la justificación de su obra de gobierno en una visión objetiva de una historia que había sido compartida por otros muchos actores y además está convencido de que la mera exposición de lo acaecido servirá para rehabilitar su figura ante la opinión pública y desbaratar las acusaciones infundadas o incluso calumniosas que le habían perseguido durante el momento de su encumbramiento y después de su caída. Para terminar, sus memorias no constituyen una biografía, ya que se ocupan de sus actos públicos y no de los privados, salvo de alguno particularmente sensible, el que le valió el sambenito de haber conseguido su ascenso gracias a los favores recibidos de la reina a cambio de inconfesables prestaciones íntimas, que zanja con elegante sobriedad mediante la simple afirmación (eso sí, repetida y subrayada) de la "vida sin mancha" de Carlos IV.
Manuel Godoy: Memorias
Edición de Emilio La Parra y Elisabel Larriba
Publicaciones de la Universidad de Alicante Alicante, 2008. 1.986 páginas. 55 euros
Las Memorias del Príncipe de la Paz tuvieron una inmediata, extensa e intensa repercusión. Su primera edición francesa fue traducida al inglés y al alemán, mientras la original edición española aparecía en Madrid entre los años 1836 y 1842 en las prensas de Manuel Sancha (los cinco primeros tomos, y el sexto en las de Alegría y Charlain), suscitando enseguida una agria controversia. Si la acogida fue positiva por parte de hombres como José María Blanco White, Mariano José de Larra o Antonio Alcalá-Galiano, por el contrario una sedicente Sociedad de Choriceros publicó unas Banderillas para descalificar la obra y para perpetuar la infamante memoria de su autor, como político de tres al cuarto preocupado de su medro personal, promotor de una camarilla de aduladores y rencoroso perseguidor de ilustrados. Una versión que hundía sus raíces en algunos defectos bien reales de Godoy, como su evidente ambición, la imprudente ostentación de su riqueza o la licencia concedida a su ministro José Antonio Caballero para acosar a algunos de sus enemigos, especialmente a Gaspar Melchor de Jovellanos, símbolo de la Ilustración española. Además, para completar el cuadro, se le hacía responsable único de la recesión económica, de la crisis de la hacienda pública y de la errática política exterior en su mandato.
Al margen de la polémica, el valor testimonial de las Memorias propició sucesivas ediciones. Aprovechando el primer centenario de la invasión napoleónica, Ivan Peters las volvió a publicar en Madrid en 1908-1909, aunque el verdadero tournant se produce cuando Carlos Seco Serrano, en 1965, se hace cargo de una nueva edición en la Biblioteca de Autores Españoles, para la que escribe un excelente estudio preliminar, que significa al mismo tiempo una aproximación crítica a los hechos y una revisión historiográfica del personaje, que contradecía con serios argumentos la difundida interpretación de Hans Roger Madol, que hacía de Godoy nada menos que "el primer dictador de nuestro tiempo".
La presente edición se justifica por muchos motivos, por razones más que suficientes para dispensarle la más calurosa acogida. Primero, porque podemos pasar de las bibliotecas a las librerías para leer las Memorias de Godoy, ya que la publicación de la BAE está completamente agotada. Segundo, porque el extenso estudio introductorio de sus responsables, Emilio La Parra y Elisabel Larriba, es ejemplar. Tercero, porque los editores se han podido beneficiar de los numerosos trabajos aparecidos en los últimos años, muchos bajo su propio impulso. Cuarto, porque el Servicio de Publicaciones de la Universidad de Alicante ha hecho un nuevo esfuerzo por mantener un prestigio ya sólidamente establecido. Y, finalmente, porque la lectura de las Memorias nos permite sacar nuestras propias conclusiones sobre un personaje tan controvertido como Manuel Godoy. Un político que no fue un gran innovador, sino que se limitó a seguir las líneas maestras del reformismo ilustrado, aunque con la misma convicción de sus antecesores. Así, sus logros en el fomento de la economía, en el impulso a las obras públicas, en la creación de instituciones asistenciales y educativas, en el mecenazgo de las artes y en la promoción de grandes expediciones científicas nada tienen que envidiar a las décadas anteriores. En el campo de las relaciones internacionales, hay que volver a aludir a las dificultades extraordinarias de un periodo dominado por el influjo de la Revolución Francesa y por la figura singular de Napoleón, su permanente interlocutor. Y para colmo, Godoy hubo de afrontar una sistemática oposición interna, que termina por cristalizar en el partido fernandino, un artefacto conspirativo donde se daban cita la reacción aristocrática y la aversión al ministro y cuyas limitaciones se pusieron de manifiesto durante el penoso proceso del Escorial y el mitificado motín de Aranjuez, ya convincentemente deflactado por Carlos Seco y Miguel Artola.
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