Madrid con auriculares naranja
Desde el segundo piso del autobús turístico, Bojan Lamudovic, de 33 años, ve la ciudad atestada de plazas. "Hay muchas, ¿no?", pregunta. Es un asunto importante para el croata, pero nadie sabe responderle. Así que cambia de tema y se pone a balbucear en español: "Buenas noches, señorita". Y se anima: "Una cerveza, por favor". Sus amigos ríen y piden más. Pero Bojan sólo sabe esas dos frases, que pronuncia arrastrando las consonantes. Está charlatán, en parte, porque no le funcionan los auriculares de plástico naranja para escuchar la guía turística automática del bus. Los monumentos se le escapan mientras habla del Atlético de Madrid, "que es mejor que el Real Madrid". A sus espaldas acaba de dejar la Cibeles. Ni la ha visto. En el bus hay que estar atento para ver Madrid.
La capital se ve en una hora y media con el autobús turístico
Es domingo y hace un frío que pela en la capital. Aun así, la segunda planta del autobús turístico Madrid VISIÓN, a casi cuatro metros de altura y al aire libre, está de bote en bote. En varias de las 21 paradas hay cola de turistas para ver el "Madrid histórico" (del Teatro Real al Templo de Debod). La flota de 22 autobuses no da abasto. Y eso que el viaje sale por un pico: 16 euros, por un billete de un día.
Las nacionalidades más frecuentes son la argentina y la estadounidense, según David Barbudo, de 24 años, el guía que reparte los auriculares, vende billetes y controla los sitios libres. Aunque en Navidad y Semana Santa abundan los españoles que quieren ver la ciudad desde el tejado del bus y rapidito. Desde ahí los monumentos parecen más grandes y la capital más pequeña, con cinco puntos neurálgicos: Gran Vía, plaza de España, Latina, Sol y paseo del Prado. Todo en una hora y media, contando con que no haya cortes de tráfico, obras o cualquier otro problema que desvíe la ruta del autobús.
"¡Ahhh! ¡Viena!", grita Juan, alemán de 30 años. El bus está pasando por delante de una cafetería con el nombre de la ciudad austriaca. Para él, es el no va más. Y la graba con su videocámara, como si fuera el Templo de Debod o la plaza de España, que merecen sólo un par de frases de la guía. "¡Zapatero!", suelta después, delante del Palacio Real. Si Juan usara los auriculares, saldría de su error: el presidente no vive en la antigua residencia real y su admirada cafetería es una más. "Es imposible levantarse para grabar con los auriculares puestos", advierte.
Pero a veces la guía también mete la pata. Para Juan, Bojan y el medio millón de turistas que pasan al año por Madrid VISIÓN, la sede de la alcaldía sigue estando en la calle Mayor y el edificio de Cibeles sigue siendo Correos. Aunque eso tampoco preocupa al videoaficionado. Juan sólo piensa en el dinero que se está dejando en Madrid. "¡Un bocadillo, seis euros!", se queja sin soltar su cámara último modelo. En Málaga, donde vive, dice que son más baratos. Pepe, su suegro, es español, aunque emigró a Alemania hace 40 años. Allí nació Nadine, que hoy es la esposa de Juan. Y todos viajan en el autobús, cargados de acento sajón.
"Siguiente parada: Sol", anuncia el hilito de voz de la guía, con "el reloj más popular de España". Hay que estirar el cuello y retorcerse para verlo todo: la osa, el reloj, el edificio de Correos, etcétera. Y el bus no espera. Una marabunta se sube y arranca de nuevo. Arriba ya no hay sitio. Abajo, Carlos, Lucía y sus padres, abuelos y tíos ocupan casi la mitad del coche. Vienen de Valencia. Con un gorrito de reno en la cabeza y muy serio, Carlos explica que tiene seis años, aunque "en verdad" tiene siete. Su abuela, Elvira, de 60 años, aclara que hoy es su cumpleaños. Han soltado una mentirijilla para entrar gratis. Como regalo, le han llevado a él y a Lucía a ver el musical La Bella y la Bestia, y de paso han tomado el bus. Con las piernas colgando del asiento, los niños miran por la ventana. Madrid les gusta "mucho". Aunque desde el bus sólo ven barridos de la Puerta de Toledo, de Atocha, del Prado... Y escuchan vaguedades por los auriculares naranja, como "mesones que recomendamos visitar", "innumerables rincones típicos" o "calles que recomendamos pasear".
Carmen lleva año y medio al volante del bus y le gusta. Pero a veces le da pena que a los turistas "se les vaya el tiempo en el bus" en lugar de en la calle. "La hora y media no siempre da para verlo todo", se lamenta. Aunque un poco siempre es mejor que nada.
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