Los cien días de Sonia Castedo
Se cumplen ahora los cien días de la llegada de Sonia Castedo a la alcaldía de Alicante. Es, pues, el momento de hacer un balance de lo que ha sido su gestión en este periodo. Cien días es el plazo que la prensa acostumbra a dar al gobernante que accede al poder antes de enjuiciar su labor. El primer problema que se nos plantea al enfrentarnos al trabajo de Castedo es averiguar cuál ha sido este en realidad. No se trata de que la nueva alcaldesa haya trabajado poco; al contrario, su actividad ha sido tan frenética que es precisamente este exceso el que dificulta su valoración. En el afán de Castedo no es fácil distinguir lo superfluo de lo importante, y corremos el riesgo de confundir lo uno con lo otro. ¿No será este el objetivo que se pretendía?
Castedo se ha formado en la política bajo la tutela de Luis Díaz, de quien heredó la alcaldía, en un gesto que cuenta con pocos precedentes. Desde el primer momento, el objetivo de la joven alcaldesa fue darse a conocer entre los alicantinos, y cultivar su popularidad. Durante estos meses, hemos visto a Sonia Castedo manifestarse junto a los trabajadores de Altadis, plantar flores con una azadilla, trepar a una escalera para encender la iluminación de Navidad... Castedo ha procurado estar en primera línea de la actualidad, y ha buscado con avidez el titular y la fotografía de los diarios. La política necesita estos excesos. Ahora, lo que en Díaz resultaba natural, porque obedecía a su talante, en Castedo adquiere un aire un tanto forzado. La alcaldesa posee un carácter fuerte, autoritario, que no siempre logra dominar. Esto ha producido algunas anécdotas que han hecho las delicias de los periodistas, siempre dispuestos a burlarse de los excesos de autoridad.
Al cabo de cien días de gobierno, no sabríamos decir hacia donde se encamina Sonia Castedo y cuál es su política municipal. No digo que tal política no exista, sino que, por ahora, no se manifiesta con claridad. Los únicos hechos positivos que se han producido hasta el momento han sido la defensa del Plan Rabassa y la presentación, de prisa y corriendo, del Plan General. Por los datos que podemos extraer de ellos, cabe deducir que la política municipal no será, en todo caso, muy diferente a la de los años pasados. Es decir, el futuro de Alicante seguirá unido a los intereses de Enrique Ortiz y de otros grandes constructores. Sobre esto, no caben muchas dudas y es algo que todo el mundo daba por supuesto desde que se produjo la sucesión. Variarán las formas, se utilizarán nuevos argumentos, se tratará de convencer a los ciudadanos de otra manera, pero el fondo de la política municipal permanecerá inalterable. ¿Acaso no van en esta dirección los cambios que Castedo ha ordenado en el área municipal de Urbanismo?
El asunto que más ha llamado la atención de la prensa durante estos meses ha sido el empeño de la alcaldesa en embellecer la ciudad. A la vista de lo sucedido, no parece, sin embargo, que este deseo vaya a llevarnos muy lejos, aunque es posible que haga ricos a los fabricantes de césped artificial. Cuando todo se limita a plantar unas flores y extender unas alfombras, es difícil tomar en serio una propuesta. La creación de una concejalía de Estética, sin presupuesto y sin un plan de acción determinado, parece encaminarse en la misma dirección. La idea, sin embargo, es buena y, desarrollada como es debido, podría resultar excelente. Alicante tiene una imagen urbana desastrosa, donde el mal gusto ha acabado por imponerse. Ahora, para poner remedio a estas cosas se necesitan algo más que buenos propósitos: hay que tener un plan de acción y estar dispuestos a gastar dinero.
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