Las ratas reinan en el río Lagares
El desastre de O Gorxal sigue teniendo consecuencias a lo largo del cauce
En los últimos cuatro años, Antonio y Remedios, jubilados, no fallaron nunca a su cita con las ratas. Bueno, en realidad, ellos a quienes iban a visitar era a los patos. Pero a la altura del puente de la rúa Naia, junto al lavadero y la fuente más fresca que hubo en tiempos en Lavadores, a las cinco de la tarde, como si llevasen reloj, en el Lagares los esperaban las ratas. Justo en la orilla de enfrente de los patos, que también estaban allí como un clavo a la hora convenida.
Para que dejasen tranquilos a los animales de pluma durante la merienda, Remedios y Antonio le echaban unos mendrugos de pan también a los de pelo. Era la única forma de evitar la bronca entre los dos clanes más fuertes de la fauna del río. Tan fuertes que, en realidad, fueron los dos únicos que sobrevivieron al desastre que provocó el 6 de septiembre el incendio de las naves de O Gorxal. En el Lagares hubo siempre ratas, y para dominar su capacidad multiplicadora el ayuntamiento repartía con frecuencia cepos y cebos envenenados. Las ratas seguían estando, pese a todo, pero los vecinos apenas se enteraban. Algunos sólo las veían a las cinco de la tarde, cuando el saludable paseo de sobremesa de Antonio y Remedios llegaba a la altura del puente y se armaba el banquete.
El agua del río, cargada de vertidos fecales, hacía crecer enormes las patatas
Suben al árbol, se comen las mandarinas y dejan colgando la cáscara
Pero ahora el matrimonio ya no está, los dos se fueron apagando juntos y casi juntos murieron. Y el río contaminado y sin peces se ha convertido en un territorio hostil hasta para las ratas, que desde septiembre invaden los terrenos próximos. En los contenedores de basura, a lo largo del río, se ven pegatinas advirtiendo de la presencia de veneno, pero los efectos no se notan, o simplemente, no se notan tanto como se hacen notar las ratas.
En la finca de Carlos han hecho una auténtica obra de ingeniería: una galería subterránea que atraviesa de cabo a rabo la parcela y les facilita la huída del río inhóspito hacia una parcela de silvas desmandadas que las guarece. Un poco más arriba, en la huerta de Germán O Paxariño, las ratas acabaron primero con las manzanas y ahora con toda la cosecha de mandarinas. A las ratas les gusta muchísimo la fruta, y se cepillan todo aquello verde y duro con lo que no pueden los mirlos. "Se comen lo de dentro de las mandarinas y en el árbol quedan colgando las cáscaras. Cuando las vas a coger resulta que están huecas", explica el vecino. Y entre las manzanas, al parecer las favoritas de los roedores son las Granny Smith, justo "las únicas que aquí nunca cogen bicho". Cuando se mete el sol, en las casas de Lavadores, muchas ratas también prescinden de sus madrigueras y suben a los faiados. Pero esto puede que sea porque el otoño vino frío.
El suceso de O Gorxal no ha sido un revulsivo para nadie. Los vertidos furtivos continúan, y el río sigue muerto mientras la concejala de Medio Ambiente, Chus Lago, está de expedición en el Polo Sur. Pero el Lagares, en su actual abandono, también es un deporte de riesgo. Hoy parece increíble, pero en Lavadores los mayores aún recuerdan que hubo un tiempo en el que el río que atraviesa Vigo a lo largo de 19 kilómetros era especialmente troiteiro. Había muchos peces incluso cuando todas las casas contribuían con sus aguas fecales a engordar el caudal. Hasta que, en 1941, Álvarez empezó a fabricar platos en Cabral, en verano los vecinos regaban las fincas con el agua del río, trufada de residuos sólidos humanos y animales y muy nutritiva "para las patatas", que salían "enormes". Las riberas eran un vergel, y tanto se regaba que el río, en agosto, quedaba seco. El agua apenas circulaba y la fauna fluvial se concentraba en las pozas y las pequeñas depresiones del cauce. "Mi padre llegaba a casa y decía: aí tedes un caldeiro de troitas", recuerda con nostalgia otro vecino del barrio. "No se pescaba con caña, no hacía falta. Metíamos el cubo en la charca y salía a rebosar". Pero con Álvarez el río murió. Dos días a la semana bajaba blanco y un tercero, irisado de gasoil. En tiempos de Soto, un técnico municipal llegó a sugerir que la única solución a la inmundicia del río estaba en ponerle una tapa y convertirlo, para siempre, en cloaca de la ciudad.
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