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Columna
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Menú de sapos

El presidente de la Generalitat, Francisco Camps, se ha dado esta semana un garbeo por las Américas, donde se ha fotografiado con el gobernador de Nuevo México y secretario de Comercio del futuro Gobierno de Barack Obama. En principio, de eso se trataba. También es probable que, entre otros avíos, le haya vendido "trozos de cielo", que diría el senador Andrés Perelló, o acaso las bondades de una ciudad como Valencia "donde los leones campan a sus anchas", según la fantasiosa jerga publicitaria que nos mercadea. Lo bien cierto es que el molt honorable ha conseguido un destello de cosmopolitismo y, sobre todo, alejarse provisionalmente del menú de sapos que le ha obsequiado la actualidad política indígena.

Por lo pronto, no ha dado oportunidad de que estos días le mortifiquen con preguntas acerca del revolcón que ha sufrido en Alicante, donde, a pesar de las presiones ejercidas por los muñidores oficiales, una parte mayoritaria de sus huestes partidarias se ha resistido a liquidar el zaplanismo residual cobijado en esas comarcas del sur, tan peculiares. Ya no tiene el ex presidente y ex ministro relevancia notable entre aquellos cofrades, pero tampoco se muestran éstos dispuestos a que se licencie sin motivo a quienes han prolongado su lealtad y son eficaces en su labor. Este tropiezo no merma sensiblemente, o tal parece, el liderazgo del jefe del Consell, pero tampoco ha contribuido a acrecentarlo, habida cuenta de que en este desafío, del que no ha salido airoso, se ha involucrado personal e innecesariamente.

Sapo de mucha más entidad ha sido el cambio decidido en la docencia de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Ya no será obligatorio impartirla en inglés, con lo que se ha puesto fin a la chirigota. El molt honorable y su consejero de la enseñanza, Alejandro Font de Mora, se la han tenido que envainar, aunque traten de salvar la cara aludiendo al carácter transitorio y parcial de la medida, así como el encaje de ésta en el fomento del plurilingüismo. Puras vainas. Era un delirio que se ha estrellado contra la determinación de la Plataforma per l'Ensenyament Públic, su capacidad de convocatoria, demostrada en la reciente manifestación, y el anuncio de la huelga general. Una respuesta tan contundente como insólita en la apacible andadura política de este Consell desde que su titular se posesionó de la poltrona, va ya para cinco años.

Es posible que esta movilización social debiera de haberse colmado con la dimisión del responsable del departamento docente. Hubiera sido algo así como la explotación del éxito, dicho en términos castrenses. Pero por estos pagos democráticos no ha arraigado todavía la cultura de la dimisión y de la responsabilidad -no hay más que mirar a tantas alcaldías y corporaciones-, y a fin de cuentas, el verdadero responsable de esta "ocurrencia" no es otro que el jefe del Ejecutivo, que la ha amparado. Por otra parte, quizá sea favorable que no se produzca ningún relevo, pues es previsible que estos bochornos hayan moderado la arrogancia del consejero, que habrá de andarse con más tiento a la hora de discutir los problemas de la enseñanza pública, que es el meollo de la reivindicación en vigor.

Y a modo de postre de este atracón, hay que reponer en su cargo a la Síndic de Greuges, Emilia Caballero, indebidamente relevada, según un auto del Tribunal Superior de la CV. Y es que tanto poder y liviana oposición enturbian el entendimiento. Ahora, ñam, ñam y mucho bicarbonato.

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