Los indonesios cambian las reglas del mar
Los armadores piden tripulantes de este país y la CIG denuncia sueldos de 300 dólares
"¡Fraga, Pepé, Fraga, Pepé!". El marinero indonesio en tierra, que espanta el frío y las horas paseando por las rúas de Burela no está hablando de política. La verdad es que no sabe nada del ex presidente de la Xunta, ni tampoco del de ahora, porque vino en agosto, fuera de pescar no entiende ni jota y sólo está aquí para trabajar. Pero cuando se le pregunta por dónde vive y cuánto gana, por el lugar en el que come y cuándo volverá a embarcar, el marinero de 27 años, que no quiere dar su nombre, se suelta un poco más: "Yo posible espada, éste
[dice señalando a su silencioso compañero de paseos] seguro chicharro. Tres pisos y Casa Mar, dormir, comer. Gratis. Fraga, Pepé, Fraga, Pepé, Pepé". El amigo le hace una seña y se van. Los indonesios de Burela no pierden la sonrisa, pero son reservados.
"Reservados y sumisos. Nunca se quejan por nada. Agachan la cabeza y dejan que los traten fatal. Tendríais que ver cuando vienen a buscarlos de mañana. Dan pena. Los gallegos fuimos emigrantes, deberíamos mirar de no hacer como hicieron con nosotros". Los trabajadores de la Casa do Mar tratan a diario con los indonesios. Los que no entran en los pisos, duermen allí. Quienes pagan el alojamiento y la manutención son las intermediarias, que los reclutan en origen y los colocan en barcos de toda Galicia. Entre la gente del mar se conocen como "empresas de indonesios", un fenómeno reciente, de cinco años a esta parte, que ha prosperado en los últimos dos. Sólo en Burela (9.600 habitantes) han surgido tres, y la más conocida es Fishing Work Corporation, también con oficinas en el puerto de Celeiro y en la Torre de Cristal de A Coruña. Su propietario se llama José Fraga. Pepé, para sus chicos indonesios, que parecen muy agradecidos con él.
Pero en el maremágnum de empresas hay de todo. La venta de arroz se ha disparado en los supermercados de A Mariña lucense. Se dice que ya son cerca de 2.700 los indonesios que han venido contratados por un año. El sindicato CIG ha "perdido la cuenta" de las intermediarias que han nacido en los últimos tiempos para traer a estos marineros. Xabier Aboi, secretario de CIG-Mar, asegura que la semana que viene su sindicato hará públicos "datos escandalosos". Aboi habla de "explotación" y "esclavismo": "La peor situación que seáis capaces de imaginar..., pues el doble de mal", acusa. "Los armadores están encantados, porque si a los otros les tenían que pagar 1.500 euros, a éstos los tienen por 500, pero también se están haciendo contratos por 300 e incluso 200, no euros, sino dólares, ¡y sin Seguridad Social!" El sindicalista asegura que tiene en su poder documentación que lo demuestra y que la va a sacar de inmediato a la luz, pero en Burela nadie habla de sueldos.
"Aquí nadie cuenta lo que ganan los marineros, pero entre los indonesios y los otros hay diferencias de salario. Las empresas ya no quieren pagar más, aunque los puestos cualificados siguen siendo de los gallegos", reconoce el alcalde de Burela, el socialista Alfredo Llano. El 10% de la población de este municipio es extranjera, hay 34 nacionalidades y ha sido necesario crear en el ayuntamiento un Departamento de Inmigración. Hace 30 años, los primeros en llegar fueron los caboverdianos. Venían a trabajar en Alúmina y luego se enrolaron en los barcos. Hay ya una segunda y una tercera generación, totalmente integradas, y éstas prefieren quedarse en tierra. E igual que los caboverdianos, los colombianos y los peruanos han traído con ellos a sus mujeres. Estos últimos son los que levantan la natalidad, tanto que, según el regidor municipal "pronto serán más que los caboverdianos". De momento, los latinos también salen al mar, pero los armadores prefieren a los indonesios.
El puerto de Burela ha llorado tres naufragios en tres años y medio. Se fueron a pique el Nuevo Amadorín, el Siempre Casina y ahora el Rosamar. Murieron 5 españoles y 14 extranjeros. En el último barco, además de portugueses, fallecieron 4 indonesios. El mes pasado, cayeron otros dos compatriotas que trabajaban a bordo de barcos de Celeiro.
Mientras los demás vienen por libre a buscar trabajo, los indonesios llegan en grupo tras ser contratados allá. La firma intermediaria se encarga del papeleo, del seguro y de su manutención cuando están en tierra. A cambio, se queda con una parte de lo que paga la armadora y abona el resto al marinero que, por lo general, envía prácticamente todo su sueldo a su país, donde se vive con mucho menos. La familia nunca viene. En la Casa do Mar y los pisos que ponen los intermediarios no tendría cabida. Mientras los demás marineros cobran en quiñones (un porcentaje del total de las capturas), los indonesios tienen un salario fijado de antemano.
Basilio Otero, patrón mayor de la cofradía, que se estrenó en el cargo con el último naufragio, no ahorra elogios para con estos trabajadores: "La gente está contentísima, todos dicen que no cambiarían a un indonesio por cuatro o cinco gallegos. No hay ninguno que no haya valido, y ya los estamos fichando hasta en la bajura. Tienen experiencia, son ágiles y rápidos. Encarnan las nasas como nadie. Como decimos aquí, son homes de maus".
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