El cardenal obediente
Antonio Cañizares, el 'pequeño Ratzinger', que ha hecho del acatamiento de la voluntad del Papa su principal virtud, se dispone a ocupar un ministerio vaticano
Luces navideñas adornan la calle del Arco de Palacio, casi a la altura del portón de entrada del palacio arzobispal, en Toledo. En la primera planta del edificio, donde se ubican las oficinas administrativas de la curia local, se trabaja febrilmente. Secretarias, administrativos y telefonistas se ocupan, a las órdenes del vicario general, Juan Miguel Ferrer, de los últimos detalles de la inauguración del archivo arzobispal, prevista para pasado mañana. Hacer accesible el archivo era uno de los compromisos contraídos desde hace ya seis años por el titular de la sede, el arzobispo Antonio Cañizares Llovera, valenciano de 63 años.
El cardenal primado de España no está en Toledo estos días. Y aunque lo estuviera, es improbable que pudiera atender a la periodista. Su agenda está repleta. Hay lista de espera hasta de meses para los que quieren una entrevista con Su Eminencia, que no para, pese a su frágil salud. Visitas pastorales a las parroquias de la diócesis los fines de semana, actos religiosos y sociales un día sí y otro no, homilías y conferencias que redactar cada noche; eso sin contar el obligado viaje a Roma, una vez al mes, para asistir a las reuniones de la Congregación de la Doctrina de la Fe, a la que pertenece desde hace 13 años.
El Papa quiere en Roma al cardenal más joven, y uno de los más batalladores contra las leyes del Gobierno
Cañizares hizo una transición inversa a la de la sociedad española: pasó de la progresía al conservadurismo
"Siempre fue dócil a la jerarquía de la Iglesia, pero con total sinceridad y coherencia", cree su ex colega Martín Velasco
Si no meteórica, su carrera eclesiástica ha sido más que notable. Obispo de Ávila a los 47 años, cardenal a los 60
Ni sus colaboradores aciertan a explicarse cómo es capaz de mantener semejante ritmo. El cardenal es disciplinado, eso sí. Da paseos por el patio interior del palacio arzobispal e incluso, en tiempos, se hizo instalar una bicicleta estática. Y cumple los consejos médicos al pie de la letra. Sigue una dieta sin rechistar que le ha privado de chocolate y cerveza, dos de sus placeres gastronómicos.
Esta semana visita la prelatura de Perú, mantenida con fondos de la gigantesca y despoblada diócesis toledana (que engloba parte de Extremadura: en total, unos 600.000 fieles). Pero llegará a tiempo de presidir la inauguración y, por supuesto, los actos solemnes del calendario litúrgico navideño. Serán, con casi total certeza, sus últimas navidades como arzobispo de esta ciudad. El cardenal se marcha a Roma. En el edificio de las Congregaciones (ministerios vaticanos), que da a la plaza de Pío XII, antesala de la de San Pedro del Vaticano, le espera un despacho sobrio, algo triste, pese a la última remodelación.
El vicario Ferrer no suelta prenda, pero es un secreto a voces que Antonio Cañizares, el más joven de los 10 cardenales españoles y uno de los que más han batallado contra las leyes socialistas en la pasada legislatura (matrimonio gay, divorcio exprés, asignatura de religión optativa, asignatura de Educación para la Ciudadanía), es el hombre escogido por el Papa para representar a España al más alto nivel en una curia romana desprovista últimamente de purpurados españoles.
Pequeño de estatura -sus enemigos le llaman Su Menudencia-, delgado, con el cabello blanco y un aire de abuelo bondadoso, Cañizares se ha convertido en uno de los principales baluartes del catolicismo más conservador en España. O dicho en palabras de su amigo Enrique Luján, ex alcalde popular de Utiel, donde nació el cardenal el 15 de octubre de 1945, "es un hombre que habla claro, no es ambiguo".
El arzobispo de Toledo no se anda por las ramas cuando se trata de condenar la deriva de una sociedad "enferma", como ha calificado recientemente a la sociedad española, inmersa en el relativismo moral, desprovista de valores. Hasta la crisis económica la interpreta el primado de España como la consecuencia de esta generalizada pérdida de fe en Cristo. "Es precisamente la relegación de la fe lo que subyace tras la situación de crisis actual. Lo que hay detrás de todo ello son hombres que sólo confían en sí mismos, que no esperan", dijo recientemente.
El cardenal no desaprovecha nunca la ocasión de intervenir al hilo de la tormentosa actualidad española. Lo ha hecho, por ejemplo, y desde el púlpito de la catedral toledana, para pronunciarse sobre la negativa de la Mesa del Congreso de los Diputados a instalar una placa en homenaje a la monja sor Maravillas, y sobre la sentencia que obliga a retirar los símbolos religiosos del colegio público Macías Picabea, en Valladolid. Hechos que denotan en algunos de sus conciudadanos "una cristofobia que, en definitiva, es el odio a sí mismos", dijo hace un par de semanas. Nada extraño porque, a su juicio, corren tiempos "recios para la fe y para el hombre".
Son frases que habrán aumentado el crédito que tiene ante Benedicto XVI. El Papa lo quiere a su lado. El cardenal primado de España sustituirá, si no hay imprevistos, al cardenal nigeriano Francis Arinze, en vías de jubilación, al frente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos. Un ministerio en apariencia secundario, pero al que el Papa, obsesionado con la liturgia y los ceremoniales antiguos hasta el punto de incluir el latín entre los idiomas de la web vaticana, otorga indudable importancia.
Si todo se confirma y las puertas de la Santa Sede se abren finalmente para él, será un salto espectacular en la carrera de Cañizares, el tercero de los hijos de un funcionario de telégrafos y un ama de casa del pueblo valenciano de Benagéber, un municipio inundado por las aguas del pantano del mismo nombre, lo que obligó a la familia a instalarse en Utiel, donde nació Antonio, en el número 4 de la calle de la Trinidad, rebautizada hoy con su nombre.
El vicario general de Toledo, Ferrer, reconoce que la sintonía de su superior con el Papa es total, y viene de antiguo. "En cuanto conoció a don Antonio, quiso que formara parte de la Congregación para la Doctrina de la Fe, aunque casi todos sus miembros eran cardenales o, por lo menos, arzobispos". Corría 1995 cuando el entonces cardenal Joseph Ratzinger, el más poderoso de los colaboradores de Juan Pablo II, vio cualidades en Cañizares que le convencieron. La estima era mutua. El español era ya conocido entre sus compañeros del Instituto de Pastoral y del de Ciencias Religiosas, donde daba clases de teología y catequesis, como Ratzingerín o el pequeño Ratzinger, sobre todo al incorporarse a la comisión para la Doctrina de la Fe del episcopado español, en 1985.
En los diez años que median entre un nombramiento y otro, Cañizares realizó su propia transición espiritual en sentido inverso al de la sociedad española. El joven profesor valenciano, formado en la Universidad Pontificia de Salamanca en una etapa de aperturismo posconciliar, seguidor de la línea progresista alentada por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, comenzó a virar hacia posiciones conservadoras. Aunque no todo el mundo está de acuerdo con este cambio. "Cañizares colaboró con nosotros en la revista Iglesia Viva, de orientación más bien progresista, en una etapa en la que era muy bien vista por la mayoría de la Conferencia Episcopal presidida por Tarancón. Y lo dejó poco después de ser nombrado secretario de la Comisión Episcopal para la Doctrina de la Fe. En esos años había caído Tarancón. Tras la visita del Papa en 1982 soplaban otros aires. Muchos pensamos que, para él, esa presencia en nuestro grupo estaba sólo en función de su promoción en la Iglesia (dos de sus fundadores habían sido nombrados obispos: Fernando Sebastián y Juan María Setién) y nos abandonó cuando ya empezábamos el camino de la marginación", escribe en un correo electrónico Antonio Duato, que formó parte de Iglesia Viva y hoy es uno de los animadores de Atrio, una publicación en la misma estela.
"Es cierto que no se caracterizó por posiciones muy críticas, pero mi impresión es que estaba bien entre nosotros. Era un hombre estudioso, trabajador, siempre discreto. Era difícil saber lo que pensaba y lo que dejaba de pensar", recuerda Julio Lois, teólogo y colega del joven Cañizares más o menos en la misma época, cuando daba clases en el Instituto de Pastoral de Madrid. De hecho, fue el teólogo progresista Casiano Floristán, ya fallecido, el que le dirigió la tesis doctoral sobre Santo Tomás de Villanueva. Testigo de la predicación española en el siglo XVI, publicada en 1976, uno de los escasos libros de Cañizares.
En la década de los setenta y en la primera mitad de los ochenta, el cardenal dio clases también de catequesis en el Instituto de Ciencias Religiosas, del que sería además director. En el centro, que pasó a llamarse de San Dámaso, coincidió con otro sacerdote, hoy jubilado: Juan de Dios Martín Velasco. "Siempre fue una persona dócil a la jerarquía de la Iglesia, pero con total sinceridad y coherencia con lo que él piensa. No creo que actúe por oportunismo". Martín Velasco le recuerda como un sacerdote comprometido, vestido de paisano, que vivía frugalmente en la parroquia de San Gerardo, en el madrileño barrio de Aluche, con su madre y su hermana Pilar. Huérfano de padre desde los nueve años, Cañizares perdió a su madre, y a su hermano mayor después. "Era un buen profesor. Con una gran memoria, siempre recordaba los datos".
Cualidades que han servido al arzobispo de Toledo para construir una carrera eclesiástica, si no meteórica, sí bastante notable. Obispo de Ávila a los 47 años y de Granada cuatro años después, alcanza la sede de Toledo en 2002. Un año más tarde es arzobispo. Son decisiones de Juan Pablo II en las que muchos ven la mano del todopoderoso Ratzinger. No es casual que Cañizares obtenga la púrpura cardenalicia en el primer consistorio de Benedicto XVI, que celebra el 25 de marzo de 2006.
Para entonces es ya un miembro destacado del episcopado español. Preside desde 1999 la comisión de Educación y Catequesis, y es vicepresidente de los obispos. Un puesto clave que le permitirá tener un papel relevante en la mesa negociadora con el Gobierno socialista en materia de financiación de la Iglesia. Cañizares, que mantiene excelentes relaciones con la vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, logrará un acuerdo nada desdeñable. La Iglesia pasa a percibir el 0,7% de las aportaciones de los contribuyentes, en lugar del 0,52% que recibía hasta ahora, a cambio de renunciar a las ayudas estatales. Además, se aviene a pagar el IVA, un impuesto que le reclama Europa.
El cardenal no tendrá el mismo éxito en lo tocante a la asignatura de religión, que la Iglesia considera relegada en los currículos escolares a un segundo plano frente a la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. Pero en el Vaticano, que ve a España como un campo de batalla crucial en la guerra contra el laicismo que se combate en toda Europa, su gestión ha tenido que ser muy apreciada.
Cañizares se ha movido con habilidad y, pese a la aspereza de la polémica con el Ejecutivo, su ceremonia de consagración como nuevo príncipe de la Iglesia en el Vaticano se convirtió en todo un acontecimiento político. La vicepresidenta del Gobierno, el ex presidente de Castilla-La Mancha, José Bono, además del actual, José María Barreda, y el de la Generalitat valenciana, Francisco Camps, arroparon al purpurado. "Fue una ceremonia increíble. Una de esas ocasiones históricas en las que uno tiene la suerte de participar", cuenta Enrique Luján, entonces alcalde de Utiel.
A partir de ese momento, al cardenal le llueven los homenajes y los nombramientos. La Academia de la Historia le abre las puertas. Cañizares no ha hecho grandes aportaciones a la materia. La breve biografía que se publica del nuevo académico cita sólo su tesis doctoral, de 1976, y un par de libros escritos a una distancia de más de 20 años, pero eso no es obstáculo para admitirle.
La corporación de Utiel le nombra hijo predilecto y le otorga la medalla de oro de la ciudad por decisión de todo el Consistorio. "Siempre ha estado muy unido a esta ciudad", dice Luján. "En cuanto viene, sube a rezar a la ermita de la Virgen de los Remedios, y luego hace lo que tenga que hacer". El ex alcalde ha mantenido la amistad con el cardenal, al que visita asiduamente. Luján le describe como un hombre muy observador, que no interrumpe nunca a su interlocutor. "Es muy cuidadoso con las competencias de cada uno. No preside una ceremonia si cree que corresponde a otra autoridad", dice. Y tiene sus pasiones. Le gustan los toros casi tanto como la música sacra, y las fiestas de moros y cristianos.
En Toledo no hay fiestas así, pero como explica el vicario general Ferrer, "la diócesis está cuajada de instituciones muy antiguas, a las que tiene que atender el arzobispo". Todavía se conserva el rito mozárabe, con no menos de ocho canónigos asociados al mismo, y montones de tradiciones. Cañizares, poco dado a exquisiteces estéticas -viste traje talar, reforzado con suéter de lana en invierno-, se ha revelado como un amante de estas tradiciones. Casi una obligación para quien, como él, forma parte de la comisión vaticana Ecclesia Dei, dedicada a tender puentes con los religiosos más tradicionalistas.
Todavía circulan por Internet fotografías del cardenal español, vestido con una espectacular capa roja de larga cola, en una ordenación de sacerdotes del rito tridentino, que presidió el verano pasado. En Toledo ha reinstaurado la tradición de celebrar el jueves la fiesta del Corpus Christi, oficialmente trasladada al domingo. "El resultado es que ahora tenemos dos procesiones del Corpus, una el jueves y otra el domingo", cuenta un vecino de la ciudad, que se lamenta del inmovilismo de la Iglesia. "El mundo da vueltas, pero ellos siguen igual". ¿Sabe que el arzobispo está a punto de marcharse? Por supuesto. En Toledo es un rumor antiguo.
Un rumor que Cañizares no abona. Él ha negado que el Papa le haya nombrado nada. Pero es hombre disciplinado, capaz de guardar un secreto. Cuando en 1991, el entonces nuncio apostólico Mario Tagliaferri le comunicó que el Papa había decidido nombrarle obispo de Ávila, Cañizares mantuvo el secreto más de cinco meses. "Todo el mundo lo decía, menos yo. Yo no podía decir nada", cuenta el cardenal al periodista Isidro Catela en un libro de entrevistas con 12 obispos españoles publicado recientemente. Era su primer cargo de importancia en el escalafón eclesiástico y el joven obispo adoptó como lema Fiat voluntas tua ("Hágase tu voluntad"). Toda una premonición de lo que iba a ser su camino dentro de la Iglesia. Obediencia con la jerarquía. Y sobre todo con el Papa.
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