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PUNTO DE OBSERVACIÓN | OPINIÓN
Columna
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El viejo orden

Soledad Gallego-Díaz

¿Para qué sirve la izquierda? Ése fue el título de un sugestivo debate lanzado esta semana en la conferencia anual de Progress (http://www.progressonline.org.uk), un organismo independiente al que pueden pertenecer todos los miembros del Partido Laborista y de los sindicatos británicos que lo deseen y que está dedicado a promover ideas y políticas progresistas. Martin Bright, el editor político de New Statesman, hizo su particular y muy interesante aportación. El peligro no es tanto el fin de una ideología, dijo, como de unos principios. Unos principios que parecía imposible violar y que están saltando por los aires sin que la izquierda sea capaz de mover un músculo.

Desde luego, está bastante claro que la izquierda no sirvió de gran cosa para impedir el deterioro en el ejercicio de derechos humanos que parecían garantizados para siempre. No impidió, por ejemplo, los viajes de aviones de la CIA con prisioneros torturados, ni la detención sin acusación formal, ni el internamiento de inmigrantes que no han cometido delito, sólo por citar algunas de las cesiones más importantes. La última, y escandalosa, ha sido la detención de un parlamentario conservador británico, Damian Green, y el allanamiento de su despacho en el Parlamento por parte de la policía. "La cuestión", dice Bright, "no es cuánto sabían los ministros laboristas de esa operación policial, sino cuántas ganas de vomitar experimentaron cuando estuvieron al tanto". Por lo que se ve, muy pocas. La versión oficial, es decir, la versión laborista, es que se trató de una "acción operacional independiente de la policía".

El peligro no es tanto el fin de una ideología como de unos principios, explica Martin Bright
La izquierda no sirvió para impedir el deterioro de derechos humanos que parecían garantizados

El caso de Damian Green es espectacular. Es cierto que la imagen del Reino Unido suele estar rodeada de una cierta mitología que impide muchas veces ver su realidad. ¿Quién no admira a sus solemnes jueces con peluca y ropón, su jugoso roast beef, a sus amigables bobbies que nunca llamarán a tu puerta de madrugada? La cuestión es que esos jueces han enviado a la cárcel a demasiadas personas inocentes e indefensas, que fue allí donde nacieron las primeras vacas locas y que los bobbies son compatibles con policías que acribillan a balazos a un brasileño inocente sin darle ocasión ni de abrir la boca.

La horrible realidad llega ahora a la mismísima House of Commons, el sueño de cualquier Parlamento del mundo y desde el día 27 de noviembre un lugar donde la policía registra despachos, confisca documentación y retiene a diputados con la simple autorización del funcionario encargado de la seguridad. Todavía más espectacular es la acusación que se formula contra Green y que, en teoría, justifica tanto exceso: el diputado conservador estaba recibiendo información reservada del Ministerio del Interior, filtrada por un funcionario de 26 años. La "terrible" documentación filtrada, según relató Walter Oppenheimer en este periódico, demostraba que el Ministerio de Interior había dado licencias de guardias de seguridad a inmigrantes indocumentados o hacía pública una carta de la ministra advirtiendo al primer ministro de que la crisis económica podría causar un aumento de la delincuencia. ¿Riesgo para la seguridad del país? ¿En serio? ¿Nadie vomita en el Partido Laborista, uno de los últimos reductos de poder de la izquierda europea?

En la conferencia de Progress se habló también, y mucho, de la crisis económica. Quizá sea bueno recordar que nadie se suicidó en el mundo por haber hecho creer a los ciudadanos de sus países que Irak tenía armas de destrucción masiva y que estaba justificado empezar una guerra que costó decenas de miles de vidas. De hecho, el único que se quitó la vida fue, precisamente, el experto que hizo públicas sus dudas. Es difícil que Green acabe en la cárcel, pero desde luego es muy fácil que sí lo haga Christopher Galley, el infeliz que le pasó los e-mails. Asombroso en un mundo en el que centenares de miles de personas, quizá millones, están perdiendo sus empleos por culpa de la más descarada especulación de la historia. ¿Dónde están los policías que allanaron despachos buscando pruebas de esas brutales operaciones que estaban, ésas sí, poniendo en peligro la seguridad de sus países? ¿Dónde están detenidos los codiciosos financieros que sabían lo que ocurría y que se llevaron millones de dólares al bolsillo?

¿Para qué sirve la izquierda? Se supone que para defender los principios cuya conservación reclama Martin Bright. Para impedir que la policía entre en los Parlamentos, para defender los derechos humanos, para garantizar que se aprueban las leyes que lleven a la cárcel a los herederos de los especuladores de hoy, para reglamentar por fin unos mercados opacos en los que circula información privilegiada, para asegurar la vigencia de sistemas de protección social progresistas. El problema es que muchos creen que eso sería defender... el viejo orden.

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