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Crónica:CRÓNICAS DE AMÉRICA LATINA
Crónica
Texto informativo con interpretación

La guitarra de Toquinho

Desde hace más de un año, con las intermitencias que permiten nuestras vidas nómadas, avanzamos con Toquinho en la creación de un álbum con música de él y textos míos. La peculiar sociedad surgió a partir del encanto que me ha provocado desde hace décadas su arte, la sutileza y alegría de esas composiciones que construyó con Vinicius, y el deleite que siento ante un guitarrista eximio. Nos juntó la mutua simpatía, algunos acentos de humor, la devoción por la poesía (que a la larga une más a la gente que costuras y contratos) y esa bendita costumbre que hay en Brasil de que la gente se una para inventar algo estimulándose y perfeccionado sus energías. De todo esto resultó que ahora soy parceiro de Toquinho, quien muy probablemente entre en febrero al estudio Biscoito Fino de Río de Janeiro a grabar nuestra aventura.

Lo que nunca imaginé es que en este proceso creativo común, que ha tenido etapas en Chile, Italia y São Paulo, se fuera desarrollando también una amistad que tuvo un catedralazo muy simbólico cuando, con motivo de mi cumpleaños, apareciera Toquinho en mi casa de Santiago y me entregara de regalo su guitarra.

Ante mi perplejidad, me extendió un certificado manuscrito que reza: "Te regalo esta guitarra que ha sido mi compañera en mil espectáculos y con la cual yo hice y grabé tantas canciones, entre ellas, Acuarela".

Para tener un gesto semejante hacia él tendría que haber guardado en mis baúles mi primera máquina de escribir Underwood. O la acelerada Olivetti Lettera 22 de mi juventud que masacré poniendo en mis primeros cuentos más énfasis que los que la frágil damisela italiana era capaz de resistir. Finalmente tomé en mis brazos la guitarra de Toquinho, y en el jardín primaveral, las azaleas florecidas, profané sus cuerdas sintiendo cómo el rubor teñía mi rostro. Epidemia que por cierto conjuré con una botella de vino blanco chileno bien heladito.

En los tiempos que Toquinho cantaba en Copacabana o en La Fusa con Vinicius y María Creuza yo me desordenaba con torpes acordes en Chile contra una guitarra que había malamente aprendido a tocar en una pensión de la calle Mendoza en el barrio Belgrano de Buenos Aires donde emigrantes de Santiago del Estero acometían por las noches zambas y vidalitas en las cuales lloraban la ausencia de sus pagos.

Aprendí a cantar La Nochera, Lloraré, Paisaje de Catamarca, y pulsé con ruda fiereza los tres o cuatro acordes con que se pueden despachar algunos temas del folclore argentino. Después ya no fui más niño ni adolescente, y cuando perdí mi primer amor compuse un blues feroz que se llama OK cuyo verso central decía: "Está OK que te vayas, muy bien, pero cuando vuelvas, verás que no me haces falta, porque yo estaré OK".

"Well and damn it and Okey", rugía golpeando la guitarra con el dolor de un intérprete de blues de Nueva Orleans. En todo caso ni la canción tuvo vida pública, ni la chica volvió para ver cómo yo "me alejaba de ella cantando mis venganzas hermosas".

Como diría el colega Shakespeare: "Trabajos de amor perdidos".

Y después hubo una época en que la guitarra fue el enemigo público número uno de los jóvenes enamorados que bailábamos bien apretados temas de los 4 Ases, de Johnny Ray, de Nat King Cole pulsando con dedos febriles las mareadoras cinturas de las chicas dieciocheras e ilusionándonos con un inminente romance torrencial, momento en que irremediablemente la dueña de casa prendía la luz y anunciaba que nos sentáramos y calláramos porque el Kiko, o el Benjamín, o el Perico de los Palotes, iba a cantarnos algunos temas con su guitarra.

¡Dios Mío, la Santa Virgen y los Doce Apóstoles! Por muy telúrico que uno fuera, por muy republicana que tuviéramos el alma, nos desmayábamos de impaciencia cuando el intérprete de modesta sonrisa canchera nos emitía kilómetros de Los cuatro generales, mamita mía, Los tomates que los ponen en una lata y los mandan pa' Caracas, el Sapo Cancionero, Angélica cuando te nombro, Las penas y las vaquitas, y un etcétera infinito acompañado de los entusiastas aplausos de la anfitriona y los indiscretos bostezos de los galanes desconectados in media res.

En los tiempos del auge de la música cebolla compuse un bolero que con algún éxito en el barrio superó todas las cursilerías del género. Se llamaba La perla roja y contaba la historia de un enamorado feliz que desemboca en el matrimonio para culminar la canción con un suspiro triunfal: "... y en las sábanas, inmaculadas, la perla roja de tu honor, que guardaré eternamente en mi corazón".

Tras el golpe de Pinochet pergeñé un furioso Rock del demócrata cristiano arrepentido punzando a las huestes de ese partido que mayoritariamente habían pedido el golpe contra Allende. Las líneas eran confesionales: "Yo no di lo que pude dar, por esa Unidad Popular, y ahora que todo se ve perdido, de nada me vale estar arrepentido".

Y tal vez mi última incursión en estos pavorosos arrebatos fue ya en el exilio, cuando un día en París encontré a un compañero chileno que escapaba totalmente del molde de los refugiados latinoamericanos, pobres, sin trabajo, entristecidos por la nostalgia, agobiados por el trabajo militante que parecía tan inconducente. Este compañero en cambio manejaba un espectacular Volvo, vestía chaqueta de piel, e invitaba a comer ostras a La Coupole. Desconcertado, le pedí que me explicara la fuente de su estatus y me confesó que era el amante de una noble princesa polaca que fustigaba en la dulce Francia el exilio del comunismo en su patria.

Esa misma noche, entre ostras y champagne, tomé su guitarra y compuse ante su desprejuiciado asentimiento El twist de la Polaca: "Polaca / de corazón generoso / eres para mí / como la miel para el oso / Polaca / de corazón generoso / eres mi sostén / mi sostén económico".

De todas estas palomilladas me acordé mirando con devoción esta mitad del corazón de Toquinho: la guitarra con la que grabó Acuarela. Juro ante mis lectores y los admiradores de Toquinho no sacarla más de su estuche al menos que un día visite mi casa Eric Clapton.

Antonio Skármeta (Antofagasta, Chile, 1940) es autor, entre otros libros, de El baile de la victoria, Premio Planeta 2003, cuya versión cinematográfica realiza Fernando Trueba. Con Toquinho participa en el álbum Obra de arte.

El músico brasileño Toquinho, fotografiado el pasado verano en Madrid.
El músico brasileño Toquinho, fotografiado el pasado verano en Madrid.FOTO: SAMUEL SÁNCHEZ

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