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Un año embridando a Ibarretxe

Urkullu cumple hoy un año como presidente del PNV, concentrado en recuperar el mando para el partido y en resistir en marzo al empuje del PSE

El presidente del PNV, Iñigo Urkullu, cumple hoy un año al mando de su partido con el principal y determinante test de futuro aún por llegar: las elecciones de marzo, las cuartas con Juan José Ibarretxe como candidato, y de las que arriesga salir como el primer líder del PNV que pierde el Gobierno.

Urkullu ha vivido un primer ejercicio intenso y complicado. Más hacia interior de su partido y la cohabitación con el lehendakari, Juan José Ibarretxe, que hacia fuera, desde donde sus esfuerzos por embridar a éste y cerrar su ciclo soberanista de los últimos diez años, se vienen observando con respeto y con expectación ante el desenlace.

- Mantener la unidad y frenar la caída. Urkullu llegó a la presidencia del PNV para evitar la ruptura del partido, como solución de compromiso sobre una ponencia pactada entre sus dos sectores: el visibilizado en su predecesor, José Jon Imaz, empeñado en una renovación, incluso doctrinal, del partido, y la minoría de Joseba Egibar, crecida en el aporte extraordinario de la figura del lehendakari.

Quiere que el partido sea el que marque "adónde, cuándo y cómo" se va
Urkullu contrapesa la imagen de radicalismo del candidato Ibarretxe

El hasta entonces presidente de Vizcaya Se hizo cargo del partido sin tiempo apenas de que éste digiriera los malos resultados de las elecciones municipales de 2007 -con la derrota a manos del PSE en Guipúzcoa y San Sebastián, la alarmante pérdida de votos en sus feudos de Vizcaya y Bilbao y una humillante tercera plaza en Álava y Vitoria como aldabonazos principales-, y se dio de bruces con las generales de marzo de este año, con la incontestable victoria del PSE y la merma de sus grupos en el Congreso y el Senado.

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Ese tercer aviso electoral consecutivo -el primero fue el de las autonómicas de 2005, con la pérdida de 140.000 votos y cuatro escaños- fue determinante en una primera decisión: abandonar la idea del adelanto electoral, que Ibarretxe guardaba como plan B ante la cantada declaración de inconstitucionalidad de la consulta a la que había puesto fecha medio año antes. La segunda fue poner en marcha de un proceso de reflexión con proyección de futuro, el Think Gaur Euskadi 2020, que se plasmará en el programa electoral de su partido. Objetivo de la máxima prioridad: no perder las próximas elecciones autonómicas frente al empuje del PSE-EE, que agita la bandera del cambio tras treinta años de liderazgo peneuvista en Ajuria Enea. Como revés electoral y mal preludio puede tomarse también el fracaso de la fusión a dos de las cajas, pero el desmentido de Urkullu ayer al anuncio de Egibar de que ese camino se ha cerrado demuestra su realismo y capacidad de encaje.

- Recuperar el mando para el partido. Su intento está lastrado por la propia figura de Ibarretxe, que evoca un pasado con sabor a frentismo y conflicto permanente, y por la insistencia de una parte de su partido en esas mismas recetas, concretadas en la apuesta por lo que Egibar llama "el desbordamiento democrático".

En el espacio interno, Urkullu se ha centrado en un objetivo principal: recuperar para el partido el terreno de la dirección política, que se había venido anexionando desde 2001 el lehendakari, contra la práctica histórica que ha marcado la bicefalia en el PNV. Lo dejó claro en su primer discurso, hace hoy un año: "Se suele decir que querer es poder", dijo citando una frase muy repetida por el lehendakari. "Lamentablemente, no es cosa cierta. Puede uno querer lo imposible, y no alcanzarlo por eso mismo. Puede uno querer lo posible y no conseguirlo por errores o limitaciones propias", prosiguió, antes de poner sobre el atril su receta: el Partido, con mayúscula en su discurso escrito. A éste, reclamó, le corresponde decir "adónde, por dónde, cómo, cuándo y con qué medios" se va. En esa tarea se ha empeñado, con éxito desigual -menor al principio, mayor aparentemente en los últimos tiempos-, combinando la ineludible nominación de Ibarretxe como candidato electoral y la obligación de secundarle en la consulta, con el asentamiento de un mensaje y una presencia propios, ésta última muy acentuada, casi diaria, en los últimos meses. El fracaso de la coalición con EA, un riesgo electoral en lo inmediato, le favorece en ese objetivo interno.

- Pactismo con Madrid frente a "desbordamiento democrático". En la relación con Madrid, Urkullu ha transitado un camino que ya le dejó abierto Imaz y es quizá en ese terreno donde ha obtenido sus mejores recompensas, también ahí menores al principio y más claras ahora. Fracasó en su primer intento de lograr, en la negociación de la investidura del presidente del Gobierno, una fórmula de reconducción de la consulta que permitiera desactivarla salvando a la vez la cara a Ibarretxe.

Mejor balance le deja la negociación presupuestaria, que cerró personalmente con el presidente del Gobierno y va a traer aparejada la primera transferencia a Euskadi desde que Ibarretxe es lehendakari. Urkullu podrá exhibirla internamente como demostración palmaria de éxito mediante la negociación -será el Partido, con mayúscula, el que traiga al Gobierno la competencia en I+D+i-, frente al fracaso del voluntarismo y la confrontación, mientras hacia fuera se proyecta una imagen de partido útil y comprometido que compensa la del radicalismo del candidato Ibarretxe.

Momentos clave e ingratos de un corto mandato

Aparte de la derrota de las elecciones generales de marzo, los episodios más difíciles e ingratos a Urkullu se los han proporcionado los suyos, principalmente el propio lehendakari.

Ha habido en estos meses dos momentos clave: el primero, en mayo, fue la desautorización que Ibarretxe realizó del presidente de su partido al excluir de las preguntas de la consulta la condena a ETA. Lo hizo tan inmediatamente después de que Urkullu hubiera comprometido públicamente que ese rechazo constaría expresamente que todas las alarmas sobre su autoridad se dispararon. El presidente del PNV encajó, pero se aprestó a frenar esa dinámica.

El segundo episodio resultó ya decisivo. Fue el 1 de septiembre, cuando Ibarretxe llamó a la interposición masiva de denuncias contra España ante el Tribunal de Estrasburgo frente a la previsible declaración de inconstitucionalidad de la consulta. El anuncio sobrepasaba ampliamente las medidas genéricas de las que se había acordado hablar sólo tres días antes en una reunión al más alto nivel. Urkullu fue rebajando durante el mes siguiente la respuesta a la anulación de la consulta, hasta dejarla reducida a la mínima expresión: un comunicado conjunto de los partidos que la apoyaban, en el que comprometen el mantenimiento del derecho a decidir, que no la consulta, en sus programas, y los actos del 25 de octubre.

Después de eso se ha producido una sola mención del lehendakari a aquella iniciativa, que para Urkullu parece no existir ya. Fue la semana pasada, cuando señaló que la consulta es doctrina en el PNV y seguirá en su programa. La mano derecha de Urkullu en la ejecutiva, Andoni Ortuzar, corrigió a Ibarretxe sin contemplaciones: la consulta fue un instrumento coyuntural, dijo.

Urkullu ha puesto sobre la mesa una apuesta pactista, al estilo del No imponer no impedir de Imaz, con su propuesta de extender a las relaciones políticas el espíritu del Concierto Económico. Su formulación concreta y su proyección futura están pendientes. Del cierre del programa electoral, primero, y del resultado de las elecciones después.

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