Una mujer con un cuchillo en el cuello
Un día en uno de los 10 juzgadosde violencia machista de la capital
La fiscal miró a la mujer menuda, sentada en la primera fila de la sala de vistas del juzgado. Los pies muy juntos, dentro de unas zapatillas deportivas. Las manos abrazando el bolso.
-¿Qué le decía cuando le puso el cuchillo en el cuello?
-Que me podía matar si me veía con alguien.
-¿Y qué hizo?
-Le dije, tranquilo Willy, vamos a hablar.
El cabello lustroso de Carmen, que tendrá 30 años, esconde un gran moretón junto al ojo. El día anterior denunció a William, su ex marido. Hoy no quiere que la juez le imponga una orden de alejamiento.
-Me ha pedido perdón delante de mi hijo de ocho años. No lo había hecho nunca. Le creo.
Al otro lado de las cristaleras de la pequeña sala del edificio de los juzgados de la plaza de Castilla, el sol rebasa las nubes de una mañana de otoño. Carmen, con el recuerdo de un cuchillo de cocina en el cuello, no se llama así, y es también un nombre en una carpeta naranja. Uno de los 2.000 casos que ve cada año uno de los 10 juzgados de Violencia contra la Mujer de Madrid capital, en el que ha estado este periódico durante una mañana: una oficina con cuatro despachos (juez, asistente social, forense, secretario) y 12 funcionarios divididos entre el papel, el ordenador y la sala de vistas.
"Yo no digo que la vaya a matar, pero quebranta la orden seguro", dice la fiscal
Al frente, una juez que se presentó voluntaria, y que arrastra un pequeño ordenador en el que se lleva el papeleo a casa. "Me gusta la justicia en directo. Ver a la víctima y poder aplicar la ley". Con mucha rapidez, con un poquito de intuición, dice. Casi nunca hay testigos.
En una mañana, firmará decenas de escritos, tecleará en su computadora sin descanso y tomará seis declaraciones a víctimas y acusados. Lo peor es la cantidad de trabajo, dice.
También los fiscales se quejan: el superior de Madrid, Manuel Moix, advirtió hace días de que los casos de violencia machista desbordan absolutamente al ministerio público. Eduardo Esteban, el responsable de los de la plaza de Castilla, aspira a que haya al menos dos o tres fiscales más de los 18 de ahora. "Si cada juez tiene a 10 personas que le ayudan, para 18 fiscales hay 11 auxiliares, porque el trabajo lo tiene que hacer él mismo".
El procedimiento de Carmen se abrió ayer por la tarde, y cuando la mujer abandone el edificio, su caso habrá engordado en casi medio centenar de folios: la denuncia ante la policía, el interrogatorio, la valoración del riesgo que sufre -en este caso, los agentes le han dado un alarmante pronóstico: riesgo extremo-, su declaración, la de su ex marido... Él, al contrario que ella, declara de pie. "Es una pequeña licencia que tenemos para las víctimas, que hablen sentadas, para que se relajen", dice la juez.
William, que entra con su anorak cuando la mujer ya ha abandonado la sala, parece envalentonado.
-Es que no me gusta que deje a mi hijo con otra gente cuando va a trabajar. Eso fue lo que le dije.
-¿No la amenazó con un cuchillo?
-No.
-Pero sí la insultó.
-Bueno, la llamé hija de puta. No entendía que si habíamos estado juntos unos días antes, no quisiera volver conmigo.
Carmen no había denunciado. El pasado verano fue a urgencias con la mano rota. El médico lo comunicó al juez, pensando que había algo raro. Saca un papel doblado.
-Yo no le denuncié. Me llamaron.
Entonces también él se disculpó. Ella le creyó. Volvió a pegarla. Carmen dice que ahora es distinto. Da escalofríos pensar en el valor que tuvo ella frente al cuchillo. Pero ahora está ahí, arrepintiéndose. "Las mujeres son mujeres. No son heroínas", responde la juez cuando sus funcionarios se quejan de que hay víctimas que dan marcha atrás.
Hablan los abogados, la fiscal. La juez decide: William no podrá acercarse a menos de 500 metros de la casa de Carmen. Cuando la vista se acaba, alguien comenta: "Estaban juntos en el pasillo". "Y se fueron juntos a tomar un café". La fiscal, con gesto de frustración, dice: "Éste quebranta seguro. Yo no digo que la vaya a matar, pero quebranta seguro".
El caso lo verá otro juzgado para el juicio rápido. Y si el agresor no está de acuerdo con la pena impuesta, recurrirá y se verá en otro. Esto no ocurrirá, dice la juez, cuando empiecen las guardias, previstas para enero. Algo que también contempla Esteban. Cada juzgado tendrá una guardia de nueve de la mañana a nueve de la noche. Así, en caso de que entre un caso como el de Carmen, se podrá instruir íntegramente en él. Lo explica la magistrada: "Ahora nosotros tomamos declaración para la orden de protección, y es en realidad un juicio rápido, y luego hay que repetirlo". La conversación se interrumpe cuando un funcionario entra como una exhalación con oficios para firmar. La escena se repite en el despacho de la secretaria. Una firma, dos, tres. Hasta perder la cuenta.
Más información en páginas 34 y 38
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