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Columna
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Hamlet y la gasolina

Shakespeare cuenta en su Hamlet que en el palacio de Elsinor en Dinamarca se aparecen fantasmas, el viejo rey fue destronado y reina un nuevo rey, Claudio, pero el hijo del rey muerto trama su venganza. Mientras, hay un pretendiente al trono, Fortimbrás, príncipe de Noruega, que acecha y presiona calculando su hora para reclamar unos derechos al trono que cree legítimos. El final de la historia, por si no la saben, mejor no se la cuento.

Entre nosotros, tras la caída del viejo presidente de la Xunta, parece que asistamos a una nueva representación del Hamlet. Reina un nuevo presidente, aunque el heredero del presidente destronado también quiere reinar y trama su venganza dejando caer aquí y allí acusaciones sin fundamento contra el ocupante del trono. Mientras, a un lado, dentro y fuera, un político joven observa y presiona esperando su momento. El verano pasado presenciamos una escena de la obra, las vueltas arriba y abajo del presidente de la Xunta por la mansión de Monte Pío considerando el dilema "adelantar o no adelantar, he ahí la cuestión". Mientras, oposición y socios del Gobierno estuvieron expectantes hasta que el presidente dijo "no". Nuestro protagonista dejó confundidos a oposición y socios entonces, pero ahora el guión de la obra dice que toca forzosamente decir "sí, quiero" y un día de éstos convocará elecciones.

Esta Xunta se quedó sin gasolina en el verano y el vehículo ya casi se mueve por inercia

Los partidos que gobiernan suelen convocar elecciones cuando más les conviene, aunque lógicamente algunas veces tengan en cuenta los intereses generales y, desde luego, siempre los invocan para explicar su decisión. Nunca se sabrá si hubiese sido más o menos beneficioso para cada uno de los tres partidos el convocarlas hace meses, pero desde el punto de vista del funcionamiento de la política diríamos que estos meses de prórroga no han valido la pena. Esta Xunta se quedó sin gasolina en el verano y el vehículo ya casi se mueve por inercia. Y eso no conviene ni al país en un momento de crisis ni conviene tampoco a la experiencia histórica de una Xunta progresista tras tantos años de dominio absoluto de la derecha.

La gasolina de un Gobierno no son los votos. Hay una idea de que conseguir los votos para formar gobierno justifica sin más al poder político y da sentido a una legislatura, como si fuesen un talón automático para cuatro años. Los votos más bien dan a uno o dos partidos el derecho a montar en el vehículo y pilotarlo, pero la gasolina que lo propulsa es el proyecto político. Y a este Gobierno de la Xunta se le acabó. Quedan las inauguraciones en serie, pero eso ya es ruido, no es gobierno y gestión. Sí, llevamos meses en campaña electoral: unos inauguran y la oposición lanza infundios e insidias cual armas químicas. Saben que para volver a gobernar tienen primero que destruir la imagen de los gobernantes, tienen que convencer a una parte del electorado progresista de que éstos son ladrones y corruptos. Avanzarán caminando sobre la basura que arrojan.

Galicia necesita ahora un Gobierno nuevo y con un programa. Ésta fue una Xunta de tránsito y, en relación con lo que había, hay que reconocer que fue un cambio, más que necesario imprescindible, para que este país no se ahogase, pero ya ha durado demasiado.

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Claro que todos esos buenos deseos, una nueva Xunta enérgica y con un programa para ese año de crisis por delante es un mero deseo. Y, después de todo, ¿por qué no vamos a tener una Xunta que está ahí e inaugura cosas un día tras otro sin más? Al fin y al cabo los gallegos hemos comprobado que podemos pasar legislaturas e incluso décadas así y no pasa nada. No pasa nada, no nos morimos por eso. Mata más el tabaco o la vida sedentaria que carecer de un Ejecutivo autonómico con proyecto de país y programa de gobierno. Nos atormentamos soñando las mejores soluciones para los problemas que vemos, pero ¿y si hacemos el tonto simplemente? Galicia estaba como estaba y la gente votaba y votaba pidiendo más de lo mismo. A ver si van a tener razón los cínicos.

Sólo deseamos que los que entraron hace tan pocos años a gobernar aún no hayan tenido tiempo de descubrir que este país adora sentirse una víctima universal, pero en realidad lo que nos va es el cinismo. (Somos un país terrible, ahora sabemos que Franco tuvo sus infartos por comer lacón con grelos y una cosa que conocen en Madrid que se llama "pote gallego". Es justicia universal).

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