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Columna
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Contra las cuerdas

El consejero de Educación, Alejandro Font de Mora, avalado sin duda por el President, trata de hallarle una salida pactada al conflicto creado por él mismo cual bombero pirómano a propósito de la enseñanza en inglés de la asignatura Educación para la Ciudadanía. Para ello, como es sabido, ha invitado a dialogar a la Plataforma per l'Ensenyament Públic, que es la otra parte en este contencioso. Por el momento -que es la tarde del viernes último- únicamente ha trascendido que la oferta se constriñe a una vaga moratoria en la docencia circense de esta materia tal como ahora está planteada y que con tanta irrisión ha sido celebrada en el universo didáctico de España entera. Una hábil manera de permanecer en el mapa de la fama que tanto obsesiona al frente conservador indígena, aunque sea a expensas de contribuir al fracaso educativo y a la flagelación del profesorado.

A excepción de los observadores oficiosos, todos cuantos han opinado al respecto coinciden en que estamos ante una supuesta maniobra o ardid para desmovilizar las protestas anunciadas para el próximo día 29 y la huelga del 17 de diciembre, que culminarían provisionalmente los plantes, encierros y desgaste político y mediático que el Gobierno autonómico viene padeciendo debido a este episodio escolar. No habiendo conseguido que la mentada y heterógenea Plataforma se fraccione, debilite y acabe consumida por las eventuales disensiones internas o el cansancio, el Gobierno de la Generalitat ha pedido árnica, o sea paz y palabras, a fin de no atragantarse con el turrón navideño. Un trance singular, éste, pues no recordamos que ningún colectivo social haya alanceado de tal modo la arrogancia del PP desde que en 1995 se posesionó de la Generalitat.

Llegados a este punto y sin ánimo de impartir consejos tácticos o estratégicos, sí nos parece oportuno subrayar algunos aspectos de la confrontación. Uno de ellos alude al alcance de la reivindicación, que no se limita a la cuestionada asignatura que el PP boicotea con el pretexto de promover el plurilingüismo. Sobre el tapete hay todo un petitorio concerniente a la enseñanza pública que debería abordarse en esta oportunidad, con las mínimas aunque inevitables renuncias, aprovechando la excepcional, aunque provisoria ventaja, de una plataforma que lleva la iniciativa y permanece unida en torno a un propósito tan claro como el de acabar con la ficción de enseñar en un idioma que muy pocos alumnos y enseñantes dominan. Por otro lado, el consejero del ramo ha apelado a la comprensión, moderación y sosiego, como corresponde entre gente civilizada, pero ello no ha de hacernos olvidar su personal vena autoritaria, como demostró a finales de 2004, cuando en su calidad de consejero de Cultura y a la sazón doberman del Consell, impidió que la Academia Valenciana de la Lengua debatiese el nombre y naturaleza del valenciano. Ahora son otras las circunstancias. En aquella ocasión se amparaba en una mayoría vecinal alentada por la demagogia o la ignorancia, con el concurso de los laureados académicos de su cuerda partidaria. Ahora, que está contra las cuerdas, ha de afrontar a un interlocutor que no depende de la prebenda oficial -cual sería el caso de los aludidos académicos- y, a mayor abundamiento, anda sobrado de razones.

Y, finalmente, conviene que esta opción cívica llegue a ramos de bendecir porque quizá establezca una alternativa a la oposición política inválida y la izquierda exangüe que nos aflige.

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