¿Por qué no traer a España a Machado y Azaña?
La muerte acaba en los Pirineos, al menos para la Ley de la Memoria Histórica, e incluso para el juez Baltasar Garzón, que en la causa que ha abierto contra el franquismo ordena abrir una serie de fosas comunes en España, entre ellas la que se supone que guarda los restos de Federico García Lorca, e investigar a algunos de los represores por lo civil y lo militar del franquismo, pero no dice nada de otras víctimas que cayeron más allá de nuestras fronteras, ni de otros verdugos que las cruzaron para detener a los dirigentes republicanos que habían salido del país para esquivar la muerte, como Lluís Companys.
Si lo miras desde ese lado, el juez de la Audiencia Nacional no sólo no se ha excedido con su iniciativa, como mantienen quienes no están de acuerdo con ella, sino que se ha quedado corto.
Si algo hay que criticar es que el juez Garzón y la Ley de la Memoria Histórica se han quedado cortos
Y también se han quedado cortos todos los demás, quienes defienden una memoria con fronteras, como si para pasar de la injusticia a la justicia hiciera falta el pasaporte. Porque si la exhumación de Federico García Lorca se interpreta como un acto simbólico, porque de alguna manera en su drama parecen resumirse los de miles de personas que fueron ejecutadas en aquellos tiempos tenebrosos, ¿no lo sería también el intentar traer a España a algunas de las figuras que tuvieron que huir de ella acosadas por los sublevados y seguras de que si les daban caza su suerte habría sido la misma que la del propio Lorca, o la de Companys, o la de Miguel Hernández?
Quizás habría que comenzar a pensar, por lo tanto, en liberar de su destierro obligado a muchos, pero si quisiéramos empezar por aquellos exiliados que tienen mayor carga emblemática, sin duda los dos primeros debieran ser Antonio Machado y Manuel Azaña.
¿No es extraño y vergonzoso para una democracia como la nuestra que el presidente de la República Española derrocada por un sanguinario golpe de Estado permanezca en Francia, donde está enterrado sólo porque no tuvo más remedio que morir allí?
Las circunstancias de la muerte de Azaña son dolorosas. Estaba refugiado en el Rosellón y lo acosaban por todas partes, puesto que Francia estaba ocupada por el Ejército alemán y por el propio Gobierno de Pétain, que en esos momentos era, más o menos, el mismo general con distinta gorra. Además, los agentes que Franco había enviado por toda Europa a atrapar a los dirigentes republicanos, a quienes tenía la ambición de asesinar uno tras otro tras un juicio sumarísimo, como a Companys, lo vigilaban y trataban de arrestarlo.
Lo intentaron en varias ocasiones, la última en una acción conjunta con la Gestapo, y sólo lo salvó de ser detenido, deportado y fusilado la actuación del embajador de México, que lo escondió en el Hôtel du Midi, en Montauban, donde tenía sus oficinas y donde Azaña, sin fuerzas para seguir resistiendo, falleció el 4 de noviembre de 1940. Pétain prohibió que fuera enterrado con honores de Jefe de Estado y exigió que, en todo caso, su féretro se cubriese con la bandera española rojigualda, la de los sublevados, pero nunca con la tricolor de la República.
El embajador mexicano ofreció la bandera de su país para que fuera cubierto con ella, y así se hizo. ¿De verdad no merece todo ese drama una reparación histórica? ¿No merece un funeral de Estado aquel hombre que en plena Guerra Civil pronunció un discurso ante las Cortes, reunidas en Barcelona, en el que aún pedía desesperadamente la reconciliación entre los dos bandos, bajo el lema "Paz, Piedad y Perdón"? ¿No sería un acto de pura razón traer a Manuel Azaña de regreso a su país y hacerle un entierro honroso?
Antonio Machado también está enterrado, como todo el mundo sabe, en Francia, en su caso en Collioure. Llegó allí lo mismo que Azaña, destrozado por la derrota y por el cansancio, después de cruzar a pie la frontera, y acompañado por su madre, que según cuenta el escritor Corpus Barga, quien en algún momento del tortuoso viaje tuvo que llevarla en brazos, no hacía más que preguntar: "¿Cuándo llegamos a Sevilla?". Su tumba se ha convertido en un lugar de peregrinaje para los poetas españoles.
Pero, ¿es lógico que uno de nuestros mayores escritores siga allí, en un lugar que no eligió él sino que propiciaron los golpistas de 1936?
Personalmente, creo que la única diferencia entre Machado y García Lorca es que uno tiene una lápida con su nombre y el otro no, pero en lo demás son lo mismo: símbolos de nuestra cultura y nuestra sociedad civil que la guerra transformó en símbolos de las víctimas del horror y cuya vuelta definitiva a España sería una lección de la democracia a la dictadura, un ejemplo del modo en que la libertad recupera lo que la tiranía destruye y una prueba de que la impunidad no dura para siempre.
O también puede suceder lo contrario, que se permita que siga igual todo lo que nunca debió de cambiar y Manuel Azaña, Antonio Machado y tantos otros no regresen de su exilio. Qué curioso, cuando en otros tiempos, a los que, como Juan Ramón Jiménez, no querían volver, sí que se los traían a España para enterrarlos en la tierra negra de la dictadura.
Benjamín Prado es escritor.
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