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Columna
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'Córporis mystérium'

Nada más revolucionario que el cuerpo humano. Por alguna razón, nada extraña, cada vez que el hombre o la mujer, quieren que su actitud no pase desapercibida, se desnudan. Nada, pues, más revolucionario que la desnudez. Basta acordarse de Lady Godiva, de Adán y Eva incluso, siempre desnudos en un extraño paraíso inhabitado, aunque sí habitable. El mismo día en que el hombre inventó el vestido para hacer frente al frío que pela, descubrió el placer de desnudarse, su estado natural, al que, ya sea en la playa, en casa o a caballo por la ciudad, quiere volver.

La desnudez es algo más que una figura poética, y más que una figura sexual o una simbología del placer. Llevamos unos años inmersos en la moda de los calendarios en bolas o sugerentes, protagonizados por el cuerpo de bomberos, la policía municipal, las madres que reclaman un colegio para sus hijos, los o las deportistas sin becas ADO. Todos, por unas razones u otras, cuando quieren llamar la atención, se fotografían desnudos vestidos de noviembre o mayo, con mayor o menor espíritu artístico.

Uno descarta que le ponga una multa un día el o la policía que ilumina su mes de abril

Atrás quedan los tiempos de los calendarios repletos de casitas nevadas, casas de gnomos o pastores noruegos, de los calendarios de vasquitos y neskitas, incluso de aquellos de paisajes pintados con la boca o con el pie por artistas discapacitados. Ahora la competencia del calendario de la BBK, la Kutxa o la Caja Vital de toda la vida, gratuitos y perseguidos en todos los hogares vascos, son los calendarios de funcionarios públicos, exhibiendo músculo o tanga, por los que hay que pagar para que nuestros bomberos o policías puedan acudir a una olimpiada particular, ajena a las arcas municipales.

La carne vende, se dice y no es verdad. El morbo de esos calendarios no radica tanto en su desnudez, en su belleza física, como en el hecho de poseer en casa un retrato sugerente de la policía municipal de la esquina o del bombero que quizás mañana resuelva nuestra inundación o incendio. Y no está mal. Desnudarse nunca está mal, salvo que las consignas de los Rouco Varela de turno hayan hecho mella en nuestras conciencias, lo que vendría a significar algo así como renegar del paraíso terrenal.

No está mal que nuestros conciudadanos policías municipales o bomberos sustituyan a las legendarias rubias neumáticas que adornaban los calendarios de Pirelli en los camiones que circulaban por nuestras carreteras. Aquellas rubias de Oklahoma o Minnesota que tenían más que ver con Dolly Parton que con Geena Davis

Todo cambia, y a veces para bien. Recuerdo que hace muchos años, viajando por Portugal, por el interior, me sorprendió en una carretera secundaria una colecta de bomberos que paraban a los escasos conductores para colaborar en su intento de mejorar sus medios materiales. España y Portugal son hoy otra cosa. Ahora los calendarios tienen más que ver con sus ambiciones deportivas o artísticas (vaya usted a saber) que con sus necesidades laborales. Vamos, que se nos muestran como son porque quieren, y si usted quiere, lo compra, y si no lo deja. Creo sinceramente que el cotilla que cada uno llevamos dentro no descarta la posibilidad de que le ponga una multa un día el o la policía que ilumina su mes de abril. Ahí la tanga lila en la cúpula del Arriaga o los bíceps del bombero de pro cobran su auténtico valor. Es el corporis misterium de nuestro pange lingua particular. Que sí, que nos gusta desnudarnos: fíjense que, cada vez más, lo único que separa una playa de una playa nudista son los pocos centímetros de tela de un tanga

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