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Reportaje:Cambio en la Casa Blanca | La América de Obama

Es tu sueño, Ann Nixon Cooper

La euforia se apodera de los afroamericanos de Atlanta, el feudo antirracista de Martin Luther King donde el nuevo icono aún lucha a los 106 años

Juan Jesús Aznárez

Sobre la tumba de Martin Luther King, en la Avenida Auburn de la sureña Atlanta, el piadoso recogimiento de una familia negra honra la memoria del líder antirracista asesinado en 1968. "Sin la lucha del doctor King, nunca hubiéramos podido tener un negro presidente", dice Ida Woodson, llorona desde el martes de gloria y resurrección. Son las nueve de la mañana en la capital negra de EE UU, y la madre de Ida permanece ensimismada frente a la sepultura de mármol de Luther King y de su esposa, Coretta Scott, cuyo tenaz activismo abrió camino al triunfo de Barack Obama. La mujer mueve los labios. O bien reza por el valiente o lee el epitafio esculpido en su tumba: "Al fin libre, al fin libre, gracias a Dios. Por fin soy libre".

"Gracias por la semilla", escribe un visitante del Museo Luther King
Una adinerada burguesía negra amontona hoy poder y millones
"Después de esto ya me puedo morir", dice la centenaria activista
Una pareja besa una foto del histórico líder pegada en la que fue su iglesia

La épica victoria del senador del Illinois fue epifanía en los barrios de la capital de Georgia donde viven la mayoría afroamericana y el nuevo icono: Ann Nixon Cooper, de 106 años, citada por el presidente electo en el discurso de agradecimiento de Chicago. Durante la segregación y el escupitajo, se le prohibió votar por ser negra y mujer. "¡Negra!', me decían, 'sal por la puerta de atrás' [del autobús]". Luther King denunció la discriminación desde la cárcel o desde su púlpito baptista en la Iglesia Ebenezer, cerrada por obras. Al no poder acceder al santuario, una pareja besa la vieja foto del padre del líder de los derechos civiles, también pastor, pegada en la puerta del templo. En ella aparece junto a su feligresía de principios del siglo XX. "Nunca imaginé a un presidente que no fuera blanco, pero veo que las cosas pueden cambiar", repite Ann Nixon Cooper, adicta a los huevos con bacon de desayuno, a los periodistas que acuden a su casa para adentrarse en los años de la supremacía blanca.

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La histórica postración de los negros, la magnitud de las barbaridades y afrentas sufridas por sus ancestros, el esclavismo inolvidable, explican la apoteosis de 30 millones de estadounidenses de epidermis obscura, el ensimismamiento de la madre de Ida, el embeleso de la centenaria y el desbordamiento lacrimal de los barrios afroamericanos en Nueva York, Washington D.C., Alabama, Luisiana y Misisipi. La industrializada Atlanta de la Coca-Cola y de la CNN, la ciudad de las peluquerías de negros, sus auténticos centros sociales, también participa del festivo alboroto nacional. "Cuando mis hijos sean mayores les contaré los sufrimientos de sus antepasados para que Obama fuera posible", dice Cindy Murphy, periodista del diario The Atlanta Journal Constitution.

Les contará que millones de africanos fueron embarcados hacia América en los barcos negreros de las potencias coloniales europeas. A punta de látigo, cosecharon algodón o caña hasta la abolición de la esclavitud, en el año 1865. Pero la liberación de las personas convertidas en bestias de carga fue hurtada pues los sureños dictaron leyes de sometimiento, y el racismo cultural de parte del norte ignoró la legalidad vigente. Hasta la legislación de 1964 no pudieron compartir con los blancos ni cines, ni restaurantes, ni baños, públicos, ni ascensores, ni consultas médicas. "Whites only" o "No Negroes", advertían los rótulos. La escolarización conjunta fue una quimera.

"Aquello era una guerra y la elección de Obama, el acontecimiento más grande en la historia de la civilización cristiana occidental", según dijo en Misisipi, James Meredith, de 75 años, el primer universitario negro, cuya matriculación, en 1962, intentó impedir a palos la turba racista. Para entonces Ann Nixon Cooper tenía 60 años: nació en 1902 medio siglo antes de que la Corte Suprema prohibiera la segregación escolar, y el racismo burlara el fallo abriendo escuelas privadas para niños blancos. La anciana vivió aquello y la actual vindicación. Se casó a los veinte con un dentista, fallecido en 1967, con quien tuvo cuatro hijos, de los que sólo uno sobrevive. Sólo a los 63 pudo inscribirse para votar. Voluntaria en trabajos comunitarios muchos años, alfabetizadora y sensible, asistió al revolcón cultural del martes "y ya me puedo morir".

Millones de negros esclavos, entre ellos el tatarabuelo de Michelle Robinson Obama, murieron sin haber podido ejercer el derecho al voto, establecido en la 15ª Enmienda Constitucional de 1870, porque los Estados esclavistas gravaron fiscalmente el sufragio, exigieron una reválida en matemática cuántica a los negros que quisieron emitirlo o simplemente les disuadieron con amenazas. Sus descendientes tuvieron que esperar a 1965.

Obama citó en el discurso de la victoria a la abuela Cooper como testigo de un siglo de glorias y calamidades. El veinteañero Andrew las observó este viernes, con la boca abierta, en el museo Martin Luther King. "Es impresionante", comentaba al ver las dentelladas de los perros policías de Birmingham contra manifestantes, o a un energúmeno blanco que le quita las gafas a un negro miope y apaga un cigarro en sus cristales. Las películas muestran las cruces ardientes del Ku Klux Klan, los ahorcados, las palizas, los incendios, las patadas, las humillaciones. Entre 1882 y 1962 fueron linchados 10.000 negros, según algunos historiadores. Numerosos visitantes escribieron sus comentarios en los libros dispuestos al efecto junto a las salas que atesoran los discursos de Luther King, las cartas de niños que lloraron su muerte, la carreta del féretro y, como música del fondo, la tronante voz del prócer. "Gracias, doctor King, por la semilla". "Si viera lo que está ocurriendo en nuestro país, se sentiría muy contento. Su lucha no ha sido inútil". "¡Lo conseguimos. No dejamos que sus sueños murieran!".

El generalizado optimismo permitió a dos terceras partes de los norteamericanos creer una solución a sus diferencias raciales, según una encuesta de Gallup para el diario USA Today. "Barack no se eligió a sí mismo. Los elegimos entre todos los americanos. Estoy seguro de que mucha gente se está diciendo ahora: 'Pues después de todo no somos tan racistas como pensábamos", subrayó el analista Roger Wilkins. La victoria electrizó a Joseph Lowery, de 87 años, compañero de iglesia y de activismo de Luther King. ¡Aleluya, Aleluya!", gritó en plena calle. "Y la plaza entera me respondió: ¡Aleluya, Aleluya!". El rapero Bow Wow se repitió hasta 30 veces "¡Un negro es presidente, un negro es presidente!".

Sólo el talento y el seductor discurso del cambio y de la equidad hizo posible la estupefacción del rapero y acercó a las urnas a Ora William, de 93 años, por primera vez: "Lo vi por televisión hablando y tanto me insistieron...". Nacida en el sur profundo, Ora se deslomó en los campos hasta oficiar de peluquera. "Y en el autobús, siempre detrás". Siempre detrás, hasta que Rosa Park negó su asiento a un hombre blanco en 1955, fue detenida, y detonó el movimiento proderechos civiles.

Medio siglo después, los negros ocupan la mayoría de los colegios y transportes públicos, la alcaldía y la policía de Atlanta; también sus barrios pobres, pero una adinerada burguesía afroamericana amontona poder y millones. La centenaria Cooper no sale de su asombro: "No es poco lo que estoy viendo". Muchísimo, pero aún falta. Un periódico de la capital de Georgia publicaba ayer el rebuzno de una mujer blanca: "¿Y voy a tener que aguantar la fea cara del negro otros cuatro años?".

Ann Nixon Cooper, en su casa de Atlanta, el 5 de noviembre.
Ann Nixon Cooper, en su casa de Atlanta, el 5 de noviembre.AP
Partidarios de Obama celebran la victoria demócrata en un bar de Harlem.
Partidarios de Obama celebran la victoria demócrata en un bar de Harlem.REUTERS

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