Alimentación en tiempos de crisis
Leo en la prensa que la crisis económica ha modificado los hábitos de adquisición de los ciudadanos. Uno de cada tres artículos de la cesta de la compra es de marca blanca, mientras que los productos del país, sujetos a las reglas de las Denominaciones de origen y las etiquetas de calidad, se consideran artículos para sibaritas, confinados en el minúsculo espacio de los delicatessen.
La percepción de lo que es caro y lo que es barato está siempre sujeta a interpretaciones subjetivas. Hace algo más de cien años el sueldo medio de las familias se dedicaba casi en su integridad a comer. Se estima que en los años cincuenta la cifra se situaba en algo más del 50%. Los estudios de mercado actuales indican que hoy en día destinamos a la alimentación un 20%.
En tiempos de crisis no queremos cerrar la boca pero sí pagar menos por ello, dando pie a que productos del top manta agroalimentario se apropien del espacio de los ingredientes genuinos, los que provienen de nuestro entorno y que durante cientos de años han sido garantes de nuestros paisajes y cultura culinaria.
Los mercados están repletos de copias importadas más baratas. Pero no nos engañemos. El precio que pagamos al adquirirlas es muy alto: campos desatendidos, cultivos e industrias antiquísimos abolidos, entornos en vías de desaparición... Quizá los ingredientes producidos a nuestro alrededor cuesten más, pero adquirirlos es un gesto de solidaridad hacia nuestra cultura y, sobre todo, de responsabilidad hacia el medio ambiente e incluso hacia nuestro propio bienestar.
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