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Columna
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Disparos en la Gran Vía

Vicente Molina Foix

Una vez posé para un gran fotógrafo de la Gran Vía, cuando en la Gran Vía había estudios de fotografía al modo clásico. Ahora no quedan, y uno no sabe exactamente qué es lo que queda en la Gran Vía: cines ya no, cafeterías antiguas tampoco, vida nocturna menos. El legendario Chicote, respetado en su bonita arquitectura interior, resulta un lugar imposible para conversar y hasta para echar miradas de soslayo, como se hacía de banqueta a banqueta en los años treinta y en la dura posguerra. El Chicote actual lo encuentro un poco atronado por los disc-jockeys, y sin la calidad que tenían sus cocktails; hay que ir a sus espaldas, a Del Diego y Cock, en la calle de la Reina, para degustarlos al mismo nivel.

La diferencia entre tomar un vuelo y pasar a ver las fotos de Gyenes es que no hay que mostrar los líquidos

El fotógrafo en cuestión se llamaba Vicente Ibáñez, y era un hombre muy dulce y muy sabio, no sólo en materia de objetivos y lentes. Delante de sus ojos había pasado tanta gente hermosa y famosa que yo mismo, en mi posado digamos que menor (era amigo del hijo de Ibáñez, y acababa de publicar mi segunda novela), me sentí enaltecido y, luego, al ver los resultados, favorecido. No fui, por supuesto, expuesto en la pequeña y elegante vitrina de fotografiados ilustres que Ibáñez tenía a la entrada del edificio, subiendo hacia Callao por la acera del Coliseum.

En un portal cercano estaba la vitrina de exposición de otro de los grandes, Alfonso, y enfrente, haciendo esquina con Isabel la Católica, tenía su estudio quizá el más prestigioso de todos, Juan Gyenes, al que ahora se le dedica una interesante exposición en las salas del Canal de Isabel II (abierta hasta el 11 de enero). Advierto sin embargo a quien quiera visitarla que se arme de paciencia, pues, de manera incongruente, la entrada a la sala misma, una de las más incómodas y más hermosas de Madrid (se trata del antiguo depósito de ladrillo y metal, en la calle Santa Engracia) se ha de hacer a través de los accesos a la sede central del Canal, que imaginamos lugar de mucho peligro, o mucha autoridad en sus despachos, dado el escrupuloso control establecido, no muy distinto del que se sufre en los aeropuertos ingleses. La única diferencia entre tomar un vuelo transoceánico y pasar a ver las fotos de Gyenes estriba en que en Santa Engracia no hay que mostrar los líquidos que uno pueda llevar dentro de la bolsita transparente, quizá porque, estando en un lugar de naturaleza acuática, los responsables del Canal han dado manga ancha.

Una vez franqueado el umbral, el valeroso público encuentra en las salas dos exposiciones, y aunque yo iba a ver la de Gyenes también me paré a contemplar la otra, titulada Foto Ramblas, Barcelona (cabareteras, púgiles desfondados, vedettes del Paralelo de los años sesenta), que funciona muy bien -y ésa es la intención de su comisario, Seve Penelas- como el lado oscuro de la del gran artista de origen magiar, fallecido en 1995 en Madrid, donde desarrolló toda su carrera. Hay muchos relatos de la prosopopeya que el refinado emigrante centroeuropeo imponía en sus sesiones; música austrohúngara de fondo y barra americana para los escritores, para las estrellas del cine que por aquí pasaban (un Cary Grant deportivo, una Brigitte Bardot antes de su periodo foca), y tal vez para las duquesas (a la de Alba, una Cayetana joven y guapa, se le nota el poderío en la tiara de diamantes que lleva puesta, envidiable, estoy seguro, por cualquier testa coronada del norte).

Destaco mis fotos favoritas de la muestra. Azorín emergiendo al contraluz como de una mortaja, Fernando Fernán-Gómez, por el contrario, abriéndose airosamente paso entre unas cortinas, bajo las máscaras de la comedia y la tragedia, Jean Cocteau erguido como un palo al lado de una silla de la Bauhaus, Miguel Mihura firmando un libro con mirada traviesa, Victoria Vera tan evanescente que uno no llega a saber si la foto es de los años sesenta o los noventa; ¿usaba Gyenes media para las coquetas? Sara Montiel, la reina de la media fotográfica, sale muy guapa. También es llamativa la de Antonio Gala cerrando la boca mientras, en el cercano bastón, la abre la leona de su empuñadura. Y la de Vicente Aleixandre poco después de recibir el Nobel, mostrando, sin duda por indicación vanidosa del fotógrafo, un ejemplar de En un vasto dominio dedicado (dedicado "con admiración", cómo no, al propio Gyenes). Interés sociológico, más que estético, tiene la foto oficial de Francisco Franco que los mayores del lugar veríamos inagotablemente repetida en las estampillas de Correos. En este caso, Gyenes fue al palacio del Pardo para el posado, imaginamos que sin los vinilos de la rapsodias húngaras ni la copita de licor que servía en su estudio. Está el general noble (la foto es de cara, evitándose el espectáculo de su cuerpo corto y sus piernucas) y yo diría que casi apuesto. Me acordé de los milagros que hizo conmigo, a base de focos y filtros, el gran Vicente Ibáñez.

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