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El fondo

Jordi Soler

Hace unos días, arrastrado en buena medida por el azar, me monté en la línea 1 del metro y llegué a la estación Fondo, en Santa Coloma de Gramenet. Que se llame precisamente así, Fondo, esa estación de metro, es una señal, sobre el futuro de Barcelona, que no deberíamos desatender. El nombre Fondo tiene una carga literaria en la que cabe el primer capítulo del porvenir.

En cuanto salí de la estación del metro, a pesar de que me había dibujado un mapa del sitio adonde tenía que ir, tiré para el lado contrario y me perdí; estuve caminando durante media hora por calles que subían y bajaban, mitad perdido y mitad fascinado por la increíble diversidad del vecindario; al lado de una mercería de nombre La Princesa, había un salón de belleza que anunciaba sus servicios en caracteres chinos y después, en el mismo trozo de manzana, un bar donde un grupo de gitanos y africanos, bebían cafés y cañas.

A un viaje en metro de distancia está el laboratorio donde puede empezarse a vislumbrar la Barcelona del futuro

Como tenía que llegar al sitio donde iba, pregunté a dos personas, con las que me crucé en la acera, por la calle de Massanet. Uno era chino y el otro venía de algún país de Europa del Este y ninguno de los dos entendió nada de lo que intentaba preguntarles en catalán y en castellano. Más tarde, cuando finalmente llegué a donde iba, oí una definición de Santa Coloma que improvisó una chica que, como yo, nunca había estado ahí: "es como El Raval pero sin lo moderno". Esta definición, ingenua y simple nada más en apariencia, entraña una verdad como una catedral: las sucesivas fases de "embellecimiento" que con los años han ido transformando a ese barrio que colinda con La Rambla, es decir, con la riada de turistas que baja y sube a todas horas por ahí, lo han ido integrando a la Barcelona turística, lo han "modernizado", de acuerdo con la definición de aquella chica. Le han restado grados a esa exuberante diversidad que había ahí y que hoy existe en Santa Coloma, ese lugar sin "modernizar" que tiene más de futuro que lo "moderno", ese territorio que contiene los elementos que poco a poco, en los siguientes años, irán transformando el paisaje humano de Barcelona.

Unos días antes de ese viaje a la estación Fondo, compartía una mesa de restaurante con Amy Bloom y Lionel Shriver, dos estupendas escritoras estadounidenses, que analizaban el fenómeno Obama desde su perspectiva privilegiada: son dos intelectuales que opinan en periódicos de aquel país y que hoy, seguramente, ya habrán votado por el candidato demócrata. Las dos tenían una perspectiva privilegiada en aquella acalorada conversación al compararla con la mía, que era el punto de vista turístico del fenómeno, el del que va siguiendo con entusiasmo a Obama en diarios, en YouTube y en la televisión, pero que ni vive en Estados Unidos ni, por supuesto, puede votar por él.

Esta conversación de sobremesa tenía lugar en París y, además de nosotros, había dos editores franceses que, igual que yo, aportaban su punto de vista turístico sobre el fenómeno. En determinado momento una de las escritoras, para centrar al editor que criticaba, con mucha aspereza, la cantidad de dinero que había invertido Obama en publicidad, preguntó: ¿y crees que el pueblo francés apoyaría a un candidato negro? A pesar de la mala leche que llevaba, se trataba de una pregunta muy pertinente, ¿aceptaría ese país, cuna de la Ilustración, la tierra de la libertad, la igualdad y la fraternidad, poner su gobierno en manos de un negro?

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Nadie respondió nada en la mesa, porque no hacía falta hacerlo, ni tampoco hacía falta preguntarme a mí si nosotros, aquí, votaríamos por un candidato negro. Sería una torpeza comparar el mestizaje feroz que mueve y articula al país de Obama con nuestra incipiente diversidad; sin embargo, no debe perderse de vista lo que ya empieza a pasar en Santa Coloma, ahí está servido, a un viaje en metro de distancia, el laboratorio donde puede empezarse a vislumbrar la Barcelona del futuro. El nombre Fondo de la estación, de acuerdo con lo que puede verse alrededor, y echando mano de su carga literaria, no tiene tanto que ver con el final de algo, sino con esa parte esencial, ese conjunto de elementos del que dispone una ciudad para renovarse de forma permanente.

Después de ese viaje a Santa Coloma, que de cierta forma está más lejos de Barcelona que París, pensé que si mis colegas estadounidenses me hubieran hecho a mí esa pregunta cargada de mala leche, habría dicho que hoy no, pero que en el futuro, seguramente, sí, no exactamente como Obama, pero sí que tendremos un alcalde, y probablemente un presidente de la Generalitat ecuatoriano, peruano o chino. Valgan dos preguntas, para terminar: ¿Cuántas veces ha estado usted, ciudadano de Barcelona, en Santa Coloma de Gramenet? ¿Cuántas veces ha estado en París?

Jordi Soler es escritor.

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