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Columna
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El abrazo del oso

Un nuevo encontronazo entre un oso y un jubilado en el Pirineo se ha saldado con heridas en un brazo y una pierna para el escopetero y una orden de busca y captura para el plantígrado. Los protagonistas de esta triste historia son Hvala, una osa eslovena de seis años, introducida hace dos en el valle de Arán, y Lluís Turmo, un cazador leridano de 72 años, a quien tras el episodio le tuvieron que dar varios puntos de sutura. Mientras a esa edad otros optan por la filatelia o pasean por el parque, nuestro hombre, al parecer amigo de emociones más fuertes, se hallaba participando en una batida de jabalíes a 1.200 metros de altitud.

Otra escaramuza entre ambas especies tuvo lugar en 2004 en el valle de Aspe, cerca del Pirineo navarro. En aquella ocasión, René Marqueze, de 65 años, también participaba en una batida de jabalíes cuando acabó con la vida de Canelle, de 15, una de las últimas osas autóctonas que quedaban en la cordillera. Meses después, un Tribunal de Pau, absolvía al cazador de un delito de "destrucción de especie protegida", al considerar que disparó "en una situación de necesidad".

'Hvala' debía de venir avisada de cómo se las gastan algunos cazadores y decidió actuar antes

La muerte de Canelle causó una gran conmoción entre quienes luchaban por la supervivencia del oso pirenaico y fue uno de los factores que impulsaron el programa para la reintroducción de la especie, partiendo de ejemplares traídos desde Eslovenia. Por lo visto, Hvala debía de venir avisada de cómo se las gastan por estos lares los cazadores veteranos y antes de recibir un tiro decidió actuar.

El atenuante de que la hembra se encontraba con sus cachorros y, seguramente, trataba de protegerlos ante la cercanía de los perros, no ha evitado que el sindic del valle de Arán, Francesc Boya, reclame al Parlamento de Catalunya que se retiren todos los osos de la zona para evitar nuevos ataques. Tan drástica medida puede ser más proteccionista de lo que parece, habida cuenta de la afición de algún ilustre veterano asiduo a la estación de Baqueira por la caza del oso. Tan sangriento hobby puede estar motivado por un deseo de vengar la muerte de un antecesor suyo, el rey visigodo Favila, quien, según la tradición, fue devorado por uno de estos animales.

He de reconocer que siempre he tenido simpatía por estos seres peludos. Quizá, porque la primera película de dibujos animados que recuerdo haber visto en un cine era del oso Yogui. Además, no me perdía un episodio de Mi oso y yo, coprotagonizada por Dennis Weaver (el inolvidable detective McCloud). Años más tarde, llegaron a las pantallas las aventuras del osito Misha, mascota de los Juegos Olímpicos de Moscú. No fueron éstos los únicos juegos que eligieron al oso como mascota. También lo hicieron los invernales de Calgary y Salt Lake City. Jean Jacques Annaud se encargó de mostrarnos un plantígrado con conciencia, capaz de perdonar al cazador que pretendía matarlo. Más recientemente, el osezno Knut se convertía en el símbolo del zoo de Berlín, después de que, tras ser rechazado por su madre, lograse sobrevivir gracias al tesón de sus cuidadores.

El episodio del valle de Arán plantea nuevamente el debate sobre si se debe reintroducir la especie en el Pirineo y sobre si ésta tiene posibilidades de perdurar, ante la hostilidad de ganaderos, cazadores y otros sectores. En esta época en que las consultas están de moda, tal vez debería de preguntarse a los ciudadanos de la eurorregión en la que actúa la Comunidad de Trabajo de los Pirineos -de la que forma parte Euskadi- si, para lo bueno y para lo malo, debemos de volver a convivir con los osos. En caso afirmativo, habrá que acotar muy bien su zona de protección, no vaya a ser que, en el colmo de la mala suerte, alguna osa despistada vaya a cruzarse nuevamente con un jubilado armado con una escopeta.

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